Jugosos diálogos e infidencias opositoras abren los quinchos de hoy, en un festín de trasfondo turístico. En otra fiesta, esta vez por el premio a un empresario, un ex ministro con tentaciones presidenciales demostró su ineficacia canora: este mismo ex funcionario, superando viejas rivalidades, también compartió un ágape con un ex embajador. Y a propósito de embajadas: en la despedida de un diplomático no sólo se deslizaron rumores políticos, sino también insólitas revelaciones equinas y artísticas. Veamos.
Comentaban: estaba Eduardo Duhalde, al borde del lago, observando un pescado muerto, lamentándose: «Mirá cómo dejaron el agua, toda la quinta, ¡qué lastima!». Se refería, claro, al contaminado lago de su ex quinta bonaerense, Don Tomás, que al parecer le ha devuelto el gobierno de la provincia de Buenos Aires luego de que él la donase cuando era presidente de la Nación (una extraña cesión entonces y una más extraña devolución ahora, pero éste no es el tema). Con los ojos en blanco, Duhalde escudriñaba el lago, también el césped crecido y desprolijo, mientras señalaba a su interlocutor planteando la recuperación de los terrenos y el inmueble: «Merece respeto este lugar: pensar que aquí hubo tantas reuniones importantes, gente clave, se decidieron cuestiones capitales para el país». Y como el otro lo miraba azorado, añadió para su sorpresa: «Y las que vamos a hacer, los que vamos a juntar, las que vamos a decidir».
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La anécdota, reciente, era narrada por uno de los cercanos a Duhalde en la megafiesta del Sheraton (subsuelo para unas 1.500 almas), solventada por YPF Repsol para presentar sus desdobladas guías de turismo: caminos, hoteles, restoranes y vinos. Desborde de gentío como si regalaran petróleo barato, con Daniel Scioli como estrella, también otro Daniel (Cameron, a cargo de Energía), Julio Werthein, Ricardo Gil Lavedra, Ignacio Gutiérrez Zaldívar, Carlos Ben, Jorge Enríquez, Fabián Falco, Enrique Locutura (titular de la compañía), Juan Pablo Baylac, Jorge Pereyra de Olazábal, Alejandro McFarlane, Carlos Pulenta, Mariano Grondona, Carlos de la Vega y multitud de damas atrayentes, bisoñas de la pasarela, otras más asentadas en la actividad (Mariana Arias, Teresa Garbessi) para el estoicismo de los periodistas, largas bandejas con vinos, champagnes, y diminutos canapés, conitos, sushi, empanaditas o pizzas, esa moda que hace pensar en que se come poco y, en verdad, se traga una enormidad.
Seguían los duhaldistas, más entonados con Lavagna: «¿ Sabés cómo lo llaman a Felipe Solá después de que Néstor Kirchner lo hizo bajar de la reelección?» Ante la negativa, la broma: «Eyaculación precoz». Después, en silencio, se preparaban para una fiesta del día siguiente, en otra quinta (Los Caudillos) de Hugo Toledo, donde asistirían los más cercanos y el ex mandatario repetiría: «Yo ya fui en política». O, lo más contundente: «Voy a apoyar todo lo que sea contra Kirchner». Léase Lavagna, Ramón Puerta, Mauricio Macri, Jorge Sobisch. Por si no le creen, ya se reunió en la semana que finalizó con Miguel Angel Toma y el propio Puerta, los asesoró para la cumbre del viernes pasado en «Los Dos Chinos». En rigor, plantea sin autocrítica, lo que hizo antes de la última elección: apoyó todo lo que existiera contra Carlos Menem, así engendró al santacruceño. Ahora repite la operación, nadie sabe si también repetirá el resultado.
Menos atentos a esa interna, otros se escandalizaban por la evolución del caso de las papeleras, tema al que el gobierno llegó tarde y mal (y del cual no sabe salir). ¿Habrá que creer que hay una confabulación mundial contra la Argentina, ya que todos los países votan en contra? ¿Habrá que entusiasmar al diputado kirchnerista Edgardo Depetri para que denuncie un complot? Lo mismo ocurrió, señalaban, con la Universidad y el Hospital de Clínicas: no les importaba la demora o los piquetes para impedir elegir al rector y, finalmente, se terminó sin salud. Tanta crítica al gobierno culminó con otra anécdota más deliciosa que la de Duhalde: parece que asaltaron a los custodios de Ricardo Jaime, el secretario de Transporte, les robaron las armas y el auto. Sus colegas y choferes de otros ministerios, tomaron una veloz resolución: jugaron a la quiniela, primero a la patente del auto siniestrado (033) y luego a «los ladrones» en el diccionario del juego: el 79. Parece que, el que menos ganó gracias a Jaime, de la boletería se llevó 6.000 pesos.
No suelen ser lo mejor el discurso o los discursos, menos ciertas actuaciones. Pero, a la celebración del ingeniero Javier Tizado (recibió un premio de la Academia Nacional de Ingeniería), al margen del cuidado servicio que culminó con un lomo y verduras, las cien personas a la cena y algunos cotilleos interesantes, lo que divirtió fue la presencia de la cantante Julia Zenko, quien luego de exponer su repertorio de modernos tangos, intentó que varios comensales la acompañaran con las soberbias estrofas de «Nostalgias». Primero, en busca de un coro, al cual se prestaron dócilmente algunos -aunque a la mayoría de los ingenieros, como Manuel Solanet, era impensable arrancarle una debilidad musical-, luego personalizando la interpretación en determinadosinvitados: consintió el dueño de casa con «veré caer las rosas muertas de mi juventud», imposible en cambio convencer a un colega de mesa, el ex ministro de Economía Roberto Lavagna, quien no piensa llegar a la Presidencia a través de la voz. Sí, quizás, como un mimo, ya que merecía compararse a Marcel Marceau por la cantidad de gestos, guiños y tics que aplicó para que Zenko no lo torturara acercándole el micrófono, quien algo perversa lo rodeó varias veces con la presunta intención de abordarlo como cantor, aunque finalmente lo eximió del ejercicio para no acentuarle la vergüenza. Demasiada inhibición para el candidato -al revés de Carlos Menem o Fernando de la Rúa-, a pesar de que ya asiste a tantos almuerzos y cenas que, en poco tiempo, dejará de escandalizarse por estas situaciones. Por lo menos aprenderá de la mitología: puede ser Narciso quien se ahogó por mirarse en el espejo de agua, o recordar que antes la ninfa Eco se convirtió en piedra por observarlo, enamorada, creando el susurro del eco de los grandes vacíos. Es todo lo que necesita un político.
Más de un centenar de sentados bajo una carpa instalada sobre la cancha de tenis del propio Tizado (aunque es mejor golfista) en la ribera de San Isidro, quien convocó entre otros a ex colegas de la vieja Techint en la que Tizado trabajó tantos años y de la Secretaría de Industria que presidió en tiempos de Domingo Cavallo: Carlos Franck, Sergio Einaudi, Daniel Novegil, Enrique Mantilla, Carlos Tramutola, no casualmente Lavagna en este espectro empresario, también la esposa de Cavallo, Sonia, Horacio Liendo, Juan Llach, José Montefiore, Mario Vicens, Abel Viglione, Jorge Hugo Herrera Vegas, Miguel Angel Broda, Adalberto Rodríguez Giavarini, Bernardo Neustadt.
Y hasta el formidable pintor Guillermo Roux, quien en una de las mesas gratificó con su charla a más de uno de los presentes. En principio, con la inocencia del extraviado en el universo del arte, luego con la gracia de un avezado observador de la vida. Por ejemplo, cuando hubo referencias al pintor Leopoldo Presas, quien con 92 años no sólo sigue en la profesión. También se divierte, «fíjese que el otro día lo encontré en un restorán de Constitución, estaba comiendo ostras -imprescindible y gustoso elemento para estimular la vitalidad sexual, tan famosa su derivación que el rey Faruk sólo ingestaba ese marisco como interrupción a su actividad horizontal hasta que se indigestó en París hasta la muerte-, con una buena botella de vino al lado y, más al lado, una alumna. Entonces, le pregunté: ¿Cómo estás? Y él me contestó: 'Ya lo ves, empezando'».
Luego, Roux comentó su próximo viaje al Vaticano, pues debe celebrar allí un acuerdo para restaurar una capilla del siglo XVII, la de la Academia de Ciencias y Artes. Reparará el cielorraso y pintará cuatro apóstoles, que desde la construcción de la capilla no habían recibido color. ¿Ya hizo el boceto? «Sí, lo hice, tardé unos 6 meses en realizarlo y ya me lo aprobaron». Entonces, ¿cuándo empieza? «Bueno, hay detalles económicos para resolver». No me diga, le comentó un entrometido con asombro o cinismo, que un ferviente católico negocia cuestiones de dinero con la Santa Madre Iglesia Católica. A lo que Roux respondió: «Mire, uno puede tener su fe, pero el pintor también tiene que vivir». Como no era cuestión de que sólo él hablara, le trasladó a Broda la inquietud: «¿Hasta cuándo va a durar el boom de ventas de la pintura?» Por lo menos, respondió el economista, hasta octubre del año próximo. Observe bien, advirtió, porque cuando afloja el mercado del arte, luego afloja todo, se vienen los bajones económicos. Como el pintor puso mala cara, le señaló: «No se preocupe: ya no bajarán los precios, sobre todo el de los grandes artistas. Hay cada vez más millonarios, el peso de China e India es extraordinario en riqueza y, por lo tanto, los Picasso serán cada vez menos y por lo tanto costarán mucho más». Con ese antecedente, Roux le pedirá una enormidad al Vaticano.
La «panada» deslumbraba: una suerte de empanada gallega pero rellena de pato. También el bacalao. Por no hablar del «queixo da serra», una horma fundida en su interior, levemente rancia, cuyo corazón derretido se aplica sobre tostadas a las cuales uno podría comer mientras transcurre la vida (hasta debe haber casos al respecto). Por si alguien tiene dudas del lugar, cuando pasaban los caldos (portos varios) se determinaba el origen: Portugal, la embajada más precisamente, de la cual se despedían sus titulares, Isabel y Antonio de Almeida Ribeiro. Y hubo fiesta de despedida, en la bella residencia de Ortiz de Ocampo, con embajadores varios (como el de Angola, Fernando Dito, hoy clave por sus vínculos con el ministerio de Julio De Vido y las relaciones con Venezuela para importar petróleo pesado para destilar, a cambio de lácteos), el de Grecia, Alexis Cogevinas, Julio Werthein, Mariza de Macedo Soares, Teresa González Fernández, el arquitecto Roberto Aisenson, las pintoras Nora Iniesta e Inés Bancalari, Norberto Frigerio, Camilla Mackeson, Jorge Castro, Carmen Yazalde (ahora con rulos) y varios empresarios portugueses que no compiten en el jet set de las revistas.
Había gente irritada, mejor no brindar el nombre. Pero se quejaba: «Estuve un día en cama y, aburrido, sólo vi televisión. ¿Qué vi? En todos los canales lo mismo, la pelea de Gerardo Sofovich con un aspirante uruguayo a bailarín, cuestiones relacionadas al programa de Tinelli o discusiones sobre la anorexia y las modelos. Es una prueba atravesar esa atención a los programas, comprender que a la gente le gustan e interesan exclusivamente esos temas». Quienes lo escuchaban, quisieron entender el corolario de su disertación: «Digo todo esto -afirmó- para que nadie responsabilice luego a los gobiernos ni se pregunte por qué llegan al gobierno determinados personajes. La matriz de la cuestión, como diría Elisa Carrió, está en quienes votan». El estupendo porto seguramente incentivaba la rabia del personaje, mientras otros hablaban sin decir nada, como buenos diplomáticos, aunque uno pudiera rescatar detalles de curiosidad. Por ejemplo, que no se registra homosexualidad entre los caballos de carrera -¿cuestión de sangre?-, sí en cambio impotencia en ocasiones, como el caso de un campeón por el cual se pagaron 5 millones de dólares para que brinde servicios ( pueden costar, cada uno, entre 100 y 200 mil dólares) y, luego, como padrillo, nunca pudo preñar a una yegua. ¿Habrá seguro para este tipo de situaciones? La pregunta quedó en el aire de la embajada.
Pues otros se lanzaban sobre las peripecias de Romina Picolotti, funcionaria que el gobierno trata de defender a pesar de las frustraciones internacionales por las papeleras del Uruguay. Se entiende, claro, que la joven fracasó en su estrategia: apuntó al Banco Mundial como su enemigo (también de la Argentina), implicó a sus funcionarios y colocó sus nombres en solicitadas en Gualeguaychú. Sólo ganó rencor, también su esposo, activista que presidió asambleas y alabó los cortes de ruta (por si fuera poco, el hermano de la Picolotti también debe ser experto en contaminación -familiar, al menos- pues la acompaña como jefe de su equipo). No vaya a creerse que esa ofensiva contra la preferida de Kirchner derivó en favores a quien se burla del fracaso, el ex ministro Lavagna. Allí se recordó que él jamás, cuando estaba en el cargo, quiso recibir a los representantes del Banco Mundial por este conflicto y que su amigo y embajador, José Octavio Bordón, fue el primero en pedir por escrito a ese instituto la suspensión de los créditos al Uruguay. Hubo, entre tantas observaciones, un detalle: se aludió a una fotografía que fue difundida en los diarios sobre el daño o contaminación visual de la torre de las papeleras sobre las paradisíacas playas de Gualeguaychú y una vela navegando. Ese retrato se envió al Banco Mundial como queja, pero allí alguien precisó: linda foto, pero no hay 100 metros entre la torre y las playas como parece demostrar esa instantánea, sino 10 o 12 kilómetros de distancia.
El en la concentración y ella en la cancha, extraño. Y en la cancha de él, Vélez Sarsfield, donde ella se acomodó tarde en la platea -vestido mini pero maxiinfartante, para decirlo en forma vulgar, quizá por lo reducido de su terminación, que obligaba a interrogarse si no se había olvidado la parte de abajo- para observar el espectáculo. Era Nicole Neumann (su alejado novio es el defensor «Poroto» Cubero, ídolo de multitudes sin banderías), una de las invitadas al exigente vip (no sólo entrada gold platinum para ingresar, también precintos fluorescentes) que anticipó el recital de Shakira, esa colombiana que al menos le ha dado otra fama más grata a su país y, de paso, se instaló entre los diez artistas más importantes del mundo.
Posó la «odalisca» -el show invita a esa reflexión- con Jorge Telerman, venía de fotografiarse con el ahora descontracturado matrimonio Kirchner en la Casa Rosada (a propósito, ¿por qué la senadora no recibe a las figuras en el Senado?), también con una multitud de apellidos De la Rúa (recordar que ennovia y se va a casar con Antonito), aunque los principales de la familia faltaron a la cita (no la suegra, Inés Pertiné, cada vez más encantada con su futura nuera). Si había muchas menores De la Rúa, sorprendió que no apareciera Florencia Kirchner, fanática como los padres de la colombiana. Rara su ausencia, al menos en los asientos vip, también que nada haya dicho en su fotolog, que ahora tomó el norteamericanizado nombre de «Banana Republic», seguramente para ofender al venezolano Hugo Chávez. Ya abandonó «Suena tremendo» y «Flopinah», parece que a la chica le gusta cambiar como a cualquier adolescente, sin preocuparse por lo que puedan decir los padres.
Había sushi y champagne para no olvidar los tiempos en que Fernando gobernaba -cuando ella conoció a su simpatía, al cual halagó constantemente desde el escenario-, también helados, hijas de famosos (Araceli González), Guillermo Francella, Flavia Palmiero, Gastón Gaudio, y otras celebrities domésticas. Casi el backstage de una carrera de Fórmula Uno, aunque en un estadio de fútbol donde dos fanáticos de esa actividad ratificaban su adoración como técnico por Claudio Borghi, el argentino que entrena al equipo chileno Colo Colo (hoy finalista de América). Sucede que los técnicos argentinos en el país, casi todos, son defensores o arqueros ( Passarella, La Volpe, Pumpido, Merlo, Ruggeri) y, por lo tanto, ven el fútbol al revés de la forma en que lo ve Borghi (famoso delantero, una estrella que alguna vez compró el Milan). Ese criterio, esa visión, determina que un fútbol sea brillante, agresivo, como el de Colo Colo y, otro, como el de la mayoría de los equipos argentinos, sea denso, trabado, mal jugado, soporífero. Como coincidían, también congeniaron en otra conclusión: el secreto pasa por la capacidad de los jugadores que cada club posee y, en ese aspecto, más alla de Borghi, de los delanteros o defensores, lo cierto es que el Colo Colo tiene varios cracks en sus filas.
Alguna vez saltaron las chispas entre el embajador argentino en París, Archibaldo Lanús, y el ministro de Economía Roberto Lavagna. Pero esas diferencias, con más de un año de distancia, se han superado, del mismo modo que Lanús ya no es el preferido de Cristina Fernández de Kirchner ni ésta piensa en Napoleón como modelo de emperador (sobre todo, desde que bajaron las pretensiones de la reelección). Sea que el olvido todo lo puede, también la memoria vana, lo cierto es que Lanús lo agasajó a Lavagna en su casa del edificio Estrugamou, primero con crepes gratinados, luego con lomo al horno con papas y finalmente con frutas en gelatina.
Se rodeó el anfitrión de otros diplomáticos locales, unos en actividad, otros en situación de retiro (finalmente, el canciller Jorge Taiana andaba por China) y, por supuesto, el ex ministro le oxigenó la vanidad al cuerpo presente: les prometió que si él llegaba a la presidencia pensaba reducir la cantidad de embajadores artículo 5to (o sea los políticos que llegan al cargo por influencia o amistad con el poder). Como si él no hubiera accedido a una embajada en Bruselas de esa manera (y hasta se quedó con otra embajada, en Ginebra), aunque las partes convinieron en que los expertos en materia internacional, comercio o intercambio sí pueden acceder a los cargos en lugar de los profesionales de carrera.
O sea que nunca todos estuvieron mejor -de paso, como observador, Lavagna había dispuesto a Abel Posse, ex embajador en Madrid y hoy motor de su candidatura-, se prodigaron elogios y permitieron sin ninguna discusión que el ex ministro hablara sobre el crecimiento (como obra suya), las ventajas que logró el país (como obra suya), del destino de grandeza que se tendrá, como obra suya, si lo votan el año próximo. Se podría decir que en ese electorado, a Lavagna no le va mal; con el otro, el que no entiende demasiado su mensaje, todavía no se sabe: es que aún lo imaginan -los que ven a Tinelli y se entretienen con Sofovich- como ministro de Kirchner.
Por fin un casamiento entre tantos quinchos políticos. Boda de María Agustina Vítolo (hija del abogado Daniel Roque) con Juan Manuel Hernández, un uruguayo radicado en San Francisco y que administra empresas. Algunos problemas para la llegada de los invitados, sobre todo los que venían de Montevideo, recuerdo para Botnia y los cortadores de ruta en Gualeguaychú. Cóctel de rigor previo en espacio Darwin con ambiente presuntamente neoyorquino (rojo y negro, con candelabros e iluminación de velas, muchas bolas con espejos), varios platos (arroz con pollo, mesa de sushi, variedades de wok, pierna de cordero), mucho saxofón y, por si fuera poco, luego del plato final (lomo a la crema envuelto en panceta) la novia cantó con una banda (y hasta con el padre).
Mucha gente del foro local, cuidadoso silencio entre uruguayos y argentinos como si se tratara de un partido de fútbol entre los dos países y datos poco conocidos de una comida, en Happening, de varios gobernadores argentinos (José Luis Gioja, José Manuel de la Sota, Gildo Insfrán y Eduardo Fellner) con un cercano a Kirchner dedicado a la política del interior, Juan Carlos Mazzón. Entre algunos detalles, se recogió que Fellner se había molestado con Kirchner porque pareció que él lo había bajado de la reelección, de ahí que luego -para aminorar los enojos- el Presidente lo agasajó con todo tipo de atenciones cuando lo fue a visitar a Jujuy. Muchas preguntas allí sobre otra realidad: en esa provincia, Kirchner se entrevistó con Carlos «el Perro» Santillán, activista que bajó los decibeles de la protesta y parece más interesado en construir que en dividir. Pregunta del mandatario: ¿quién fue el que ha influido sobre «el Perro»?
De allí a una fiesta de 15, en rigor de 16 (como los dulces de Paul Anka), tradición norteamericana que gozó la hija del petrolero y productor de cine Jorge Estrada Mora. Muchos embajadores, gente del gremio del oro negro y figuras como Fernando de la Rúa y Ricardo López Murphy, lo que revela cierta inclinación del padre de la «sweet sixteen» por el centenario partido. Aunque los Auténticos Decadentes que cerraron la fiesta juran que no tomaron ese nombre del radicalismo.
Se habló en exceso del proyecto que impulsa Julio De Vido para construir una planta destiladora en el Golfo de San Jorge, con dinero de las AFJP y colaboración de los privados (a los cuales se les envió ya, por escrito, la petición a integrarse y para descubrir quiénes son los realmente amigos del gobierno). Opiniones diversas sobre esta iniciativa, algunas críticas sobre el entramado posterior que tendrá este emprendimiento. Muchos de los presentes, al margen de rabietas o conjeturas, se planteaban una pregunta: ¿quién es el autor intelectual de este proyecto, ya que por los trascendidos hay cierta sofisticación y know how que no se corresponde al área de Guillermo Moreno (uno de los propulsores), sino más bien a ciertas empresas privadas? ¿Acaso -se decían- hay un entregador entre nosotros? Interrogantes que más de uno, si no todos, no carecía de respuesta, sí en cambio de atrevimiento para divulgarlo.
Hoy vamos a terminar los quinchos con un buen chiste con el que sorprendió un importante empresario, antes de una velada de concierto en su casa.
Una prostituta va al ginecólogo a hacerse la revisión periódica.
El médico la revisa con detenimiento y le pregunta:
- Cuando usted se indispone, ¿tiene mucha pérdida?
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