Fueron tantas las reuniones en Punta del Este esta semana que la entrega de estas charlas son sólo las que se produjeron en ese balneario, que -a pesar de la ausencia de muchos-sigue convocando como ningún otro. Por eso, el miércoles entregaremos una segunda parte de Charlas de Quincho, dedicadas a los encuentros locales. Hoy le contamos la megafiesta de un analista-periodista, la de dos magnates de origen árabe, la de un empresario cubano-americano (con raíces argentinas) y otras que convocaron desde empresarios como Ralph Lauren y Luciano Benetton hasta un Guillermo Coppola que relató incontables anécdotas de su representado más famoso. Veamos.
En Montoya modelos juegan a un remedo de fútbol. Las chicas son un "must" en cuanta reunión social se hace en Punta del Este (siempre hay quien las lleve). En otra cuerda, la escritora Juana Libedinsky y Bernardo Neustadt en la presentación del libro de ella. En su casa de Manantiales, Mauricio Macri brindó por la presidencia. Ajenos a esos trajines, Walter Cancela (presidente del Central uruguayo) y Danilo Astori (ministro de Economía oriental) fueron a escuchar jazz a Lapataia.
Y finalmente Mariano Grondona abrió las compuertas de su doble casa en Punta del Este y dejó que entrara toda la fauna argentina imaginable, animales en el mejor sentido del término -implacables, ávidos, sedientos, modosos, ingenuos-, o sea tiburones, leones, caballos, algún burro, dinosaurios, tigresas y panteras (pocas), también algún gato (de Esmirna, claro). Al revés de la costumbre de otros años, con celebraciones más módicas, esta vez el analistaperiodista o viceversa se consagró «sólo a los íntimos» (como bromeaba uno de los invitados) y habilitó el ingreso de Bernardo Neustadt; José Luis Manzano (imperdible el diálogo que mantuvieron); Constancio Vigil; Cristiano Rattazzi; Alberto Rodríguez Saá con su novia, la actriz Esther Goris (tan amartelados que una mente convencional sólo puede pensar en inminente himeneo); Marcos Gastaldi; Marcela Tinayre; Jorge Aufiero (atosigando con los copagos de las prepagas, aunque más ducho para criticar a la conducción de River Plate, club al cual más de uno lo postula como presidente). También Fernando Marín, Valeria Mazza (haciendo docencia sobre gastronomía hogareña mientras su marido reconoce que le gusta «más salir que comer en casa»), Santiago Soldati, Ramón Leiguarda (por alguna eventualidad médica, quizás), Rosendo Fraga, Dudu Von Thiellmann, Mauricio Macri ( reconocía que había brindado por su aspiración a la presidencia el 1 de enero, antes del lanzamiento de Roberto Lavagna, quizás porque considera -como hoy Néstor Kirchner parece imbatible- que las próximas elecciones serán una porfía por quién se queda como referente opositor en el futuro, razón por la cual competirá en ese rubro y no irá a la Capital Federal), Miguel Angel Broda, Marita Carballo, los hermanos Neuss (Germán y Jorge, quien hizo una fiesta en su campo para amigos norteamericanos remedando al Gran Gatsby, como si ellos hubieran leído a Scott Fitzgerald, vestido a la época, cruzando los sembradíos de soja con un auto antiguo, más bien exuberante el hombre), Jorge Pereyra de Olazábal, Alejandro Estrada, Jorge Cohen, Carlos Fontán Balestra, Oscar Imbellone, algún exponente enviado por Ambito Financiero y una multitud connotada en que la memoria no repara. Piezas, entonces, de toda marca, estirpe y pelaje en lo que debe ser la fiesta del año. Al menos, en determinado nivel.
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Podría contar Grondona que en la antigua Roma eran comunes, en el Coliseo, grandes festivales con portentos y animales exóticos de otras tierras que fascinaban a la chusma -más comunes esos ritos que la martirización de los cristianos-, sobre todo cuando en la arena se enfrentaban entre sí o les delegaban esa tarea a los gladiadores (luego, el gentío se devoraba los restos, previo al desenfreno pagano en las calles -sexo libre, claro-, más abiertos que en los famosos baños termales de todos los días). Faltaron en su casa no sólo ese espíritu de confrontación y desafío, también las pasiones salvajes que ha limitado el catolicismo también desde Roma, pero al dueño de casa debe reconocérsele que del exterior -como si fueran ejemplares llegados al Imperio desde Africa- convocó para la consagración del circo personal a multinacionales empresarios como Luciano Benetton y Ralph Lauren. Curiosamente, se conocieron en la fiesta replicando -al menos, para los tenedores de la revista «Hola»- la reunión en el hotel Majestic, de James Joyce y Marcel Proust, quizá los mayores novelistas del siglo pasado, uno contando sus desventuras en Trieste, el otro sus aventuras africanas, concluyendo en los achaques de la vejez, también la ex vicealcaldesa de Barcelona, Pilar Rahola, quien fascina a la derecha desde posiciones que ella dice son de izquierda (nadie ignora que los catalanes tienen tanta autonomía que hasta piensan de otra manera que el resto de los mortales), más algún poseedor de título nobiliario. Ni hacía falta música, sólo bebidas en cantidad y variedad, mientras la comida, un risotto, y mínimos entremeses -escasa oferta para tamaña demanda-, no opacó un encuentro propio del balneario, que puede presumir de cierta exclusividad como Saint Tropez o Marbella por esta perla del verano.
Notable la peripecia de los extranjeros: Lauren alquiló una casa (de Vivian Shaw) pegada a la de Grondona por 12 mil dólares por jornada durantediez días (8 dormitorios en suite, sala de billar, varios lugares para amenidades, 10 mil metros de parque sobre la laguna de la Barra, elegante aunque algo transitada por los años), con la única condición de que le ubicaran equipos de aire acondicionado en todos los ambientes (como es de imaginar, vaciaron Chiquito Díaz y Daniel Hogar), pero cuando decidió encender varios equipos explotó la instalación. Ese drama por recalentamiento de cables, más un tsunami eléctrico en la piscina y algún corte adicional lo obligaron a pedir agua y hasta permiso para bañarse toda su familia en el vecindario. Igual estaba de buen humor: se va esta semana sin que lo asalten (y con casi dos millones de dólares menos: habría comprado en esa cifra Aguas Verdes, ex casa de Blanca Alvarez de Toledo). Como es natural, las fruslerías de las viviendas son otro tema: el alquiler (100 mil por enero) que pagó el hijo del libio Muammar Kadhafi, rentada a la familia Noguerol o la extravagancia arquitectónica ya bautizada como «Gran Hermano»: se trata de una propiedad totalmente vidriada, unos 1.200 metros cubiertos, a la cual se puede acceder con la vista desde la ruta, siempre iluminada, donde se ve a los cocineros (con infaltable gorro en la cabeza) preparando la comida, a la señora secándose cuando sale del baño o cualquier otra actividad doméstica, santa o no. Transparencia de vida. Dicen que la casa pertenece a un abogado en busca de más notoriedad, dispuesto a conseguir de ese modo nuevos clientes, aunque hasta ahora sólo congrega mirones. Otra casa más importante -aseguran que la más importante del balneario-, es, sin embargo, la que despierta más rumoreo: pertenece a Esteban Caselli (ex funcionario de Carlos Menem, ex embajador con Eduardo Duhalde, actual gentilhuomo en el Vaticano), unos 3.500 metros cuadrados cubiertos sobre la Rinconada, vecina a Ernestina de Noble, con dos piscinas, sólo para ser vista desde los barcos que se estacionan en esa bahía (y, como corresponde a nuevos millonarios, hasta ayudó a uno de sus hijos para instalar en un primer piso de la Barra, sobre Via Vai, el mejor negocio-sushi). Dicen que a la mansión sí se le asoma la que estrenó el magnate empresario brasileño Ricardo Grendene, en el barrio Lugano ( donde vivía otro brasileño pudiente, disipado y famoso en décadas pasadas, Gilberto Scarpa), idéntica a la del odontólogo Beltrán Barrios (a 500 metros de distancia), quien justamente fue el que se la construyó en estos últimos tres años (ya supera, aseguran, los 15 millones de dólares de cotización).
A muchos habitués les sorprendió maliciosamente la presencia de Manzano, aunque se conjeturaba que algún tipo de acercamiento se estaría por producir entre «América» y el dueño de casa, ya que muchos dicen saber que «Canal 9» no insistirá con programas políticos este año y Grondona tal vez deba mudar su equipo. No estaba Daniel Hadad -llegó dos días más tarde al balneario-, quien habría traspasado su capital accionario en el canal (se quedaría con los noticieros) a un empresario mexicano, tras el cual algunos popes de la Argentina imaginan a Carlos Slim, con temores y prevención. Mientras, como había que hablar de naderías, Manzano le preguntó a Neustadt: «¿Y vos, Bernardo, por qué no hacés televisión?». Con gracia y malhumor, replicó el columnista: «Porque nadie me llama y no quiero decir que estoy prohibido». Fin de ese diálogo obvio, mientras el gobernador Rodríguez Saá, casi pegado y de la mano con su novia (soberbia espalda desnuda, insinuante, con casquete blanco -la única mujertocada de la reunión-, sin evadirse de su mimetización con Evita), arriesgaba políticamente que algunos gobernadores, en los futuros comicios, algo «van a hacer». Considera, con lógica, que aquellos con territorio propio son más importantes que otros aspirantes a la presidencia que sólo disponen de un sello; en la nómina -sin decirlo- incluía a su hermano Adolfo, a Juan Carlos Romero (llega la próxima semana), ¿tal vez a José Manuel de la Sota? Intringulis para Kirchner, no sólo en el Partido Peronista.
La socialista Rahola, agradable y defendiendo como una española Oriana Falacci la causa israelí contra el terrorismo islámico y al gobierno norteamericano, explicaba que en las grandes urbes sólo triunfan -electoralmente- aquellos que representan al centroizquierda. Aseguraba que es una tendencia, fruto de la conciencia urbana, integrada por el sector público, cierta mentalidad progresista, alguna culpa frente a los pobres, etc. Cuando Gastaldi, cicerone de Benetton, se encontró con el operador de Bolsa Cohen, a su vez cicerone de la Rahola, ambos presentaron a sus representados y la catalana, de sopetón, le dijo al italiano del Norte (en prestancia, nada que ver con Silvio Berlusconi): «¿Usted sabe que es muy famoso en mi familia?». A lo cual, el sorprendido empresario preguntó por la razón.«Es que tengo una hija, adoptada, la trajimos de Tailandia, con todas las características orientales, pero alta y de ojos claros, a la cual no casualmente -por las publicidades de la ropa del italiano- la apodamos Benetton», confesó la mujer. El reposado hombre de negocios, mientras, interrogaba sobre el futuro de la Argentina, le informaban que crecía como todos los países del mundo, como los mismos Estados africanos, al margen de cualquier administración, eficaz o no. Y él, atento, agregaba: «Bueno, con Rumania pasa lo mismo; se encontró con el viento de cola luego del ingreso a la Comunidad Europea».
Broda y Estrada discutían sobre la economía futura y sobre qué era más conveniente para la Argentina, Néstor o Cristina Kirchner. Se omiten las opiniones de las partes, tengamos la fiesta en paz, aunque un sabio rico dijo: «El poder no se delega nunca, ni a la esposa». Algunos usaban la camisa fuera del pantalón (caso Fontán Balestra, con prenda rosa y alelado por encontrar en la casa de su amigo Grondona tanta gente con la que él, un íntimo del matrimonio, no solía tropezar), señalando el interés de Grondona por el teólogo disidente Hans Kung (compró sus libros cuando viajaron juntos por Marruecos), de buena relación con el Papa y quien auspicia un concordato mínimo y común de las tres iglesias ( católica, judía y musulmana) porque Dios es uno solo. En rigor, un complot religioso para impedir que prospere la inmensa masa de no creyentes. Mientras, el convencional Fraga guardaba su camisa debajo del cinturón y sólo le preocupaba analizar encuestas, señalando -antes del anuncio- que Lavagna se presentará como candidato presidencial aunque obtenga apenas 2% de los votos -naturalmente, por edad, es la última oportunidad del ex ministro- y que ese dato no lo había contemplado Macri, quien imaginaba desertando a su rival por la escasa relevancia que exhibía en los sondeos de opinión. No estaba Susana Giménez, quizá la única estrella ausente, de quien se comentaba que dispone de un carrito de golf en su mansión: lo utiliza para ir de la casa al estanque, para llevarles comida a los peces. De jogging, sólo para las fotos. Final: ¿quién es el empresario -hoy alquilando una vivienda importante en Punta Piedra- que, seducido por una casa en Rincón del Indio, decidió ofertarle a la dueña 4 millones de dólares por el inmueble frente a la playa? Sin respuesta primero, la mujer luego comenzó a cabecear y le respondió: «No es que no se la quiera vender, sino que usted me plantea un problema: no sé qué hacer con ese dinero, me traumatiza, en qué lo invierto. Por ahora voy a resistirme, esperaré». Temible respuesta para él, un profesional de hacer rendir el dinero de los otros. Ahora no se sabe quién de los dos deberá ir al psicoanalista.
Menos mal que llegó Guillermo Coppola y mandó parar, como aprendió a decir en la Cuba de Fidel Castro, donde él fue -también-un niño mimado del socialismo como su alter ego Diego Maradona. No en la casa de Grondona, claro, sino en otra reunión del Este, en el fiasco que resultó la fiesta organizada (es una forma de decir) por el hijo de Kadhafi, quien parece con menos habilidades que uno de sus hermanos que juega al fútbol. Bien decorada la casa («La Herminia», al lado de la de Any Costaguta), con promoción de un relacionista público que suele arrastrar jovencitas de la tele (programas obvios de la Argentina), y unas 100 personas entre las 300 que invitaron: la comida dejó dos víctimas intoxicadas, la bebida, decían -no había mucho para comentar-, provocaba efluvios románticos, pero ni aun Coppola y su buen humor (que ordenó cambiar la música, hasta ese momento sólo árabe) pudieron conseguir que la gente se quedara después de la una.
En cambio, otra estatura tuvo el evento de Laith Pharaon, hijo de Gaith, mítico médico del rey Faisal, dueño del recordado y cuestionado BCCI (en Punta del Este son todos eventos y con pulserita, repite Coppola, quien habría participado de la operación de venta, al Milan, del back de Racing, Grimi, por el que pagaron casi dos millones de euros y sus patrocinantes habían gastado en él, hace pocos meses, unos 800 mil dólares). Un vip de excepción, al menos para los conocedores del modelaje internacional, con la heredera de Giselle Bundchen, Catherina, de apenas 22 años y metro 85 sabiamente distribuido, abrazada tiernamente con otra top de las pasarelas, Ifska, muchacha desenvuelta que recauda no menos de 4 millones de euros al año nada más que por caminar y posar. Al menos, en blanco. Ambas observadas, casi como un cómplice, por el novio de Catherina, un bello exponente para «Muerte en Venecia». Al lado, Chiara, la nieta del legendario Charles Chaplin, cuya opinión jamás será consultada sobre las andanzas de sus descendientes (quienes conocen las tonterías artísticas y fotográficas de uno de sus hijos, el que vive en Gruyére) aunque cualquiera habrá de imaginarla sin consultarlo en su tumba de Montreaux. No faltaban empresarios internacionales que no visitan a Julio De Vido, pero estarían dispuestos, como Stephano Chitis, constructor del puerto de Capri (desarrollador de un polo inmobiliario en Sofía y Bucarest), otra vez Lauren, y el inefable Giuseppe Cipriani, acompañado por seis masajistas (ya batió el récord) porque el agitado mar esteño le produce estrés y él necesita que le froten constantemente los aductores.
Es de imaginar el servicio completo de bebidas y comida, también la chacra rigurosamente vigilada (no menos de 60 especialistas, uruguayos en su mayoría), donde Coppola reiteraba la anécdota del día que, junto a Maradona (referencia que se le cae de la boca cada cinco minutos), visitaron al Papa, junto a la familia del diez. Ya puede hacer un espectáculo unipersonal con ese recuerdo, tantas son las ocurrencias y las situaciones que, la más modesta, fue la descompostura reiterada de Maradona en el Vaticano por haber comido, cuatro horas antes, una sopa paraguaya que le obsequiaron como souvenir. Inolvidables los diálogos, discretamente guardados para la obra que necesariamente debe actuar Coppola, un personaje -no sólo de la noche-, quien habló largamente a las risotadas con Michael Kasogian, uno de los principales aportantes a la campaña de George Bush (había llegado, desde Aspen, en un impresionante avión Gulf Stream propio). Nadie sabe cómo se entendían: Coppola no habla inglés, Kasogian tampoco castellano.
Triscaban por allí otra modelo de nota, Eva Herzigova, junto a su novio, un empresario de Turín que fabrica las botas de los corredores de autos de Fórmula Uno; también actrices del Viejo Mundo no conocidas en el Viejo Mundo: como Raffaella Berge, italiana que emula a Gina Lollobrigida no tanto por sus condiciones artísticas, sino por sus tremendos pectorales (la señora, canta 42 años desde su nacimiento, igual se divertía: estaba acompañada por un mozalbete de 19 años). Otro mundo, aun para Punta del Este, efímero, transitorio, como el galanteo pretencioso de quien supo ser admirador de Susana Giménez (L.S., lo más que se recuerda de él), quien encaró a una modelo que compartía amistad con otro caballero, fornido, quien hizo disparar de la reunión al pretendiente. Lujosa fiesta, duró hasta las diez de la mañana -otros, más afortunados, continuaron-, con la animación musical de Eric Morillo, uno de los DJ más cotizados del mundo, quien se desplaza por el planeta en su propio jet y cobra, por show, apenas 100 mil dólares limpios. Lo mejor, igual, era Coppola, cuando explicaba por qué al Milan le viene bien Grimi, ya que «a un club como ése nunca lo atacan, por lo tanto si tiene suerte el muchacho no tendrá problemas como defensor, y si le va bien, como le pega fuerte y sube con velocidad por su línea, tal vez hasta puede hacer un gol». Notable visión del fútbol moderno y de las inversiones, hombre que también con detalle recordó el día que acompañó a Maradona (otra vez, sí, Maradona) para charlar una hora y media con un monarca árabe. «Se hablaron pavadas, Diego hizo jueguito con una pelotita para el rey y después nos pagaron 800 mil dólares». Hombre de negocios, claro, sorprendido cuando uno de los extranjeros, para retratar la magnitud de la Argentina en el continente, explicó: «Mire, el mercado financiero argentino es cinco veces más pequeño que el de Brasil. Y el de Brasil es la mitad del de México. Hoy, hasta Colombia es -en ese sentido- más importante que la Argentina».
Más fiestas, como la del poderoso empresario argentinocubano Jorge Pérez, poseedor en otros tiempos de bonos defaulteados del país, quien promueve un hotel (con la cadena Viceroy) en Laguna Escondida, a la entrada de José Ignacio, lugar que recibió cuestionamientos por la facilidad con la que los concejales concedieron la autorización de la obra. Igual que otra construcción, ya avanzada, que Pérez instaló apenas se cruza el puente de La Barra y que hace un par de años indignó a los vecinos contra sus autoridades municipales. En esta ocasión, Pérez reservó una gran carpa para mil personas en José Ignacio, desplegó comida y bebida, también un desfile de modas, imprescindible para cualquier evento según la moda. Lo mismo ocurrió con la fiesta del Conrad: beber, mirar, saludar.
Hubo presentaciones de libros con notables asistencias, por lo menos para los libros. Un ex mandatario, Luis Lacalle, en la galería Maman, donde Juana Libedinsky otra vez aludió a su «English breakfast», con acompañamiento de algún intelectual uruguayo y sólo champagne. De Bernardo Neustadt (también lo hicieron hablar) al cónsul Héctor Timerman (no habló), a Pepe Eliaschev, Dudu Von Thielmann, Juan Aguirre Lanari, Aníbal Jozami, Beatriz Haedo y la pintora de cabello rojizo que, desde que ennovia con Roberto Pettinato, ha perdido su identidad. También muchos británicos, siempre agradecidos con los uruguayos por su colaboración durante la guerra de las Malvinas. Con la colaboración a los británicos, claro. Agradable reunión donde se habló de papeleras, siempre mal para las dos partes, de los cortes, y de los escasos boliches para los jóvenes (sólo dos, a menos que pretendan ir al «Democrático», en Maldonado, con Mogambo como elenco musical) que los obliga a instalarse, en rutas o atajos de la Barra, con sus autos, para allí mirarse mansamente hasta las 9 de la mañana. Dulce juventud. El libro no se regalaba, pero sí se vendía con descuento; sólo faltaba que se obsequiaran folletos del emprendimiento inmobiliario del padre, el arquitecto Carlos Libedinsky. Gente demasiado ahorrativa, al menos para la promoción del texto o, tal vez, gente prevenida que piensa que los visitantes a esas reuniones nunca leen ni la primera página de un libro.
Interesó, eso sí, la presentación de un auto, más apropiado con el verano del balneario, un Corvette como el de Ruta 66 pero sin George Maharis y notables cambios. Afirman que es más liviano y veloz que una Ferrari, lo mostraron en el ex aeropuerto de El Jagüel, lo manejó con destrezas varias un campeón de Turismo Carretera con su multitud de caballos de fuerza y, en la noche, tuvo su gracia que dos helicópteros iluminaron el vehículo que, al menos, vuelve a la memoria de los más viejos. Más interesante, claro, fue asistir a otra fiesta, la de la modelo Eva Herzigova, dama discreta y exitosa en una actividad -la internacional,de eso se habla- tan competitiva que produce, en el ocaso de sus carreras, mayoría de complicaciones en esas diosas de las pasarelas. Ella festejó cerca de la casa de Susana Giménez, en lo de Rusconi, más exactamente en el ex solar de Luis Rusconi (le quedó, como resarcimiento a su esposa Ana), hombre que exhibe tantos divorcios como Elizabeth Taylor o Joan Collins, aunque él contabiliza su récord no tanto por el pago sufragado sino por la cantidad de televisores entregados a sus ex: 65. Allí brillaron el salmón, las quiches, también pizzas, lomo braseado y una estupenda mesa de dulces, sobre la que se abalanzaron Martha Marzotto (una elegante condesa), Alejandro Gravier, también su mujer Valeria Mazza, Marcelo Open, el conde Marco Rivedin y el ya no tan solo Pacha Cantón. Casi todos observaban a Hugo Braghetti, otro entusiasmado con Punta del Este, empresario petrolero con más de 600 estaciones de servicio en Italia, dueño de esa noche de la modelo. Bromas sobre las distintas piruetas para no invitar a Pancho Dotto y de las distintas piruetas de Pancho Dotto para ser invitado. No estuvo, por supuesto, quizás por problemas de comunicación. Aunque se cerró a las cuatro de la mañana, muchos igual siguieron rumbo cierto: se estacionaron en un reducto de moda, en la Barra, regenteado por el hijo de la poco olvidable Beba Brucco, a quien mitad en broma, mitad en serio, la conocen como la Sally Conforte de la Argentina (la dueña del resort donde fue ultimado Osvaldo «Ringo» Bonavena). Nadie estaba para ir a escuchar a Mariano Grondona sobre la realidad nacional en el Club de Laguna Blanca. Muchas, demasiadas fiestas, incluidas las de él mismo, han aturdido la comprensión. De ahí debe ser el valor de veranear en Punta del Este.
Vamos a terminar con un chiste de la línea fuerte. Dos amigos quieren salir de copas, pero no tienen efectivo. Uno de ellos tiene una idea: va a la carnicería, compra un chorizo con las pocas monedas que le quedaban y le dice a su amigo: - El plan es simple: vamos a un bar, pedimos un trago y cuando terminamos me pongo el chorizo en la bragueta, vos te arrodillás, te lo ponés en la boca y nos echan. ¡No falla nunca! Así lo hacen, y el dueño del bar los expulsa violentamente: - Pero ¿qué están haciendo? ¡Salgan de aquí ahora mismo! Como el truco funciona, entran a otro bar, beben más whisky, y repiten la rutina del chorizo y la arrodillada, con igual resultado: expulsión violenta pero sin reclamo de pago. Así van de bar en bar, pero cuando llegan al 15º con 30 whiskies encima, el segundo le dice al primero: - Ché, vamos a parar porque no puedo más del dolor de rodillas. Y el primero responde: - Está bien; yo tampoco puedo más: perdí el chorizo en el tercer o cuarto bar...
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