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"El concreto y real peligro"

El hombre fuerte: El Fiscal General Ashcroft deberá vérselas con el “peligro real y concreto” de un ataque terrorista en EE.UU.
En este sitio se eliminan desechos nucleares y se cargan con tritio las armas atómicas nuevas. Las autoridades cerraron una carretera que pasa por la base, hasta que el FBI afirmó que la situación era normal. Pero Bryant y sus asustados vecinos todavía no saben qué ocurrió aquella noche. Ciertos analistas de la industria de la energía afirman que la central de Catawba fue sujeta a un ensayo de seguridad, pero los agentes federales no han confirmado esta versión. "Es como si nunca hubiera pasado", dice John Paolucci, de la división para emergencias de Carolina del Sur. "Pero sí que ocurrió".
En cierto sentido, este afán resulta sorprendente. Muy recientemente, en 1999, un año después de que dos embajadas de EE.UU. en Africa sufrieran sendos atentados terroristas, las fuerzas del orden público recibieron encantados una ampliación de sus poderes de investigación concedida por el presidente Clinton. "Cualquiera de estas inestimables herramientas", declaró entonces un funcionario del FBI, "podría llegar a ser la pieza fundamental" de una operación exitosa contra los terroristas. Para el FBI, parece que la caja de herramientas nunca está completa. Poco más de dos años después volvió a por más. Con la Ley Antiterrorismo de 2001, Ashcroft pretende otorgar a la policía y al FBI poderes adicionales para interceptar comunicaciones e investigar las finanzas de los terroristas, además de una provisión que permitiría al Departamento de Justicia detener a inmigrantes sospechosos de terrorismo durante un año, comparado con el límite actual de 48 horas.
Una coalición formada por liberales en pro de los derechos civiles y conservadores que desconfían de los poderes de gobierno han aminorado el avance del proyecto de ley en el Congreso. El presidente de la comisión Judicial del Senado, Patrick Leahy, declaró a TIME que "el mayor peligro es que [los terroristas] desmonten las protecciones constitucionales que nos hemos pasado construyendo durante estos 200 años de democracia". Durante el jueves último, sin embargo, Leahy le decía a Ashcroft por teléfono que el personal podría trabajar durante el fin de semana para enmendar los puntos restantes en los que no había acuerdo hasta ese momento. Todavía hay posibilidades de que el proyecto de ley sea aprobado.
El miedo, por un lado, puede erosionar las protecciones constitucionales, pero por el otro puede también destruir el alma. Pocos objetos resultan tan representativos del terror más desconcertante y sin nombre como la máscara antigás, que hasta no hace tanto tiempo parecía un artefacto feo e inútil. Hoy día se han vuelto muy solicitadas. Una tienda de excedentes del Ejército, en Idaho Falls, vendió más de 180 máscaras en dos horas en su sitio Web. Un neoyorquino encargó 500 máscaras para sus empleados; trabajan en un edificio de oficinas cerca de la zona del desastre. Un libro sobre la guerra biológica se convirtió en un inesperado éxito de ventas.
Por todo el país, la gente alteró su comportamiento y redefinió su vida. La columnista del New York Times Maureen Dowd informó que sus amigas llevaban linternas y antibióticos en sus bolsos de diseño. Asimismo, la vida ya no es la misma para Bryan McGraw, jefe de policía de la pequeña localidad de Guin (Alabama). McGraw le confeccionó una multa a un conductor saudita por cruzar un semáforo en rojo el 3 de septiembre, el Día del Trabajo en Estados Unidos, pero no registró el auto. El 11 de septiembre, la policía detuvo al mismo vehículo por exceso de velocidad cerca del aeropuerto Dulles, en Washington, y encontró manuales de vuelo en el vehículo. "Yo voy en busca de drogas, no de manuales de vuelo", dijo McGraw. "Alguien va a tener que entrenarnos sobre qué debemos hacer".
Sería preferible que alguien nos entrenara a todos. Mientras el gobernador de Pensilvania, Tom Ridge, se prepara para asumir su cargo como director de Seguridad Interior, los norteamericanos quieren saber si las amenazas son reales. Uno no compra máscaras antigás a menos que espere un horror indescriptible. Así que la gente se pregunta, ¿cuáles son las probabilidades de que ese peligro concreto y real se manifieste en forma de ataques con agentes biológicos como la bacteria del ántrax, el virus de la viruela, o compuestos químicos como el gas sarín? ¿Serán esparcidos por avioneta fumigadoras o disueltos en las reservas de agua? ¿Cuáles son las probabilidades de que el siguiente ataque no quede enmarcado por el humo sobre Manhattan sino por un hongo atómico?
Los funcionarios no pueden permitirse ser optimistas; cuando se trata de armas biológicas, químicas o nucleares intentan ser realistas. Se ha recibido información de que la red Al Qaeda de Osama bin Laden ha intentado comprar material nuclear y ha experimentado con agentes químicos y biológicos. Pero "es muy difícil para los terroristas fabricar, transportar y usar ese tipo de armas", dice un funcionario del servicio contra el terrorismo. Los orificios de las fumigadoras habituales, por ejemplo, no son ideales para la dispersión de gérmenes mortales. En el Pentágono adoptan la misma perspectiva: las armas de destrucción masiva, piensan los funcionarios, están fuera del alcance de organizaciones paraestatales. Hasta ahora, los terroristas no han podido adquirir un arma nuclear lista para ser usada. Y tampoco tienen los conocimientos necesarios para construir y arrojar una ellos mismos.
Pero eso no significa que no haya que ponerles tantas trabas como sea posible. En 1991 el Congreso aprobó una ley de largo alcance para reducir la amenaza de proliferación nuclear, que recibió el nombre de sus principales impulsores, los senadores Sam Nunn Richard Lugar. El Nunn-Lugar era un plan de 3.000 millones de dólares para salvaguardar los resultados del programa nuclear de Moscú tras la desaparición de la Unión Soviética. Washington ha obtenido resultados espectaculares en este campo; en 1994, en una operación llamada Proyecto Zafiro, 700 kilos de material nuclear fueron transportados por vía aérea desde Kazajstán a Estados Unidos. Pero los críticos afirman que el plan no cuenta con los fondos necesarios; su presupuesto fue recortado en 100 millones de dólares, una suma que restó 20 millones de dólares de un programa destinado a encontrarles empleo a los científicos nucleares rusos. Ahora sólo cabe esperar que no se encuentren trabajando para bin Laden.
Pero incluso si el programa Nunn-Lugar contara con fondos generosos, no cambiaría la gran lección del 11 de septiembre: para devastar una sociedad no hacen falta las llamadas armas de destrucción masiva. Con unos cuantos aviones basta. "Por eso fue un golpe maestro", dice un funcionario del Pentágono. "Hay cientos de objetivos como esos", asegura otro funcionario del Pentágono, "y atacarlos con medios convencionales, como un camión lleno de explosivos, es muchísimo más fácil que construir una bomba atómica o armas químicas".
Por eso, la expresión de moda entre los encargados de imaginar el horror máximo no es "armas de destrucción masiva", sino "armas de efecto masivo". Los aviones que se estrellaron contra el World Trade Center son precisamente ese tipo de arma. Eran "convencionales" en un sentido, pero estaban diseñadas para causar la pérdida de muchas vidas y la desestabilización social. Los secuestradores no necesitaron tecnología sofisticada. Y puede que tampoco la requieran sus sucesores. La red eléctrica de la costa este, por ejemplo, sólo tiene una media docena de puntos clave de transferencia. Seis camiones bomba, cargados con nada más sofisticado que el fertilizante que hizo volar el edificio federal Alfred P. Murrah en la ciudad de Oklahoma hace seis años, podría desestabilizar la economía de la mitad de la nación.
Todo ello ayuda a comprender la atención que están recibiendo las licencias para materiales peligrosos. Según las autoridades, entre julio de 1999 y enero de 2000, un agente del Departamento de Transporte de Pensilvania vendió licencias falsas por 50 a 100 dólares a un intermediario llamado Abdul Mohamman, que las pasó a otras personas. A finales de la semana pasada, había 20 personas detenidas por comprar estas licencias; otras dos seguían en libertad. El FBI dijo que los involucrados podrían no tener ninguna relación con los ataques del 11 de septiembre. Pero eso no sirve de mucho consuelo; algunos podrían haber estado preparando sus propios planes siniestros. La trama ha puesto al descubierto los enormes agujeros que tiene el proceso de concesión de licencias para materiales peligrosos; existen unas 2,5 millones de licencias en todo el país, y en algunos estados son muy fáciles de conseguir. Fue otro recordatorio que al protegerse contra las armas de destrucción masiva uno podría pasar por alto la verdadera amenaza.
Tom Ridge tiene el perfil decidido y el currículum de hombre con capacidad de tomar decisiones. Su familia es de origen trabajador, pasó por Harvard, y fue sargento en Vietnam, lo que puede tranquilizar incluso a los más nerviosos. Ridge necesitará mucho más. Todavía no ha tomado posesión de su cargo, pero su expediente de seguridad ha recibido prioridad y esperan que pueda conseguirse en dos semanas, no los ocho meses que han tenido que esperar algunos funcionarios del gobierno. En una serie de reuniones en la Casa Blanca la semana pasada, Ridge comenzó a dividir sus responsabilidades en tres secciones. La primera se concentrará en la respuesta en caso de emergencia y se basará en la Agencia Federal de Gestión de Emergencias, que ya se encuentra en funciones. Una segunda tratará de conseguir que los objetivos más vulnerables y accesibles a los terroristas sean más seguros. En el tercer apartado, la nueva cartera se propone coordinar las actividades de inteligencia y policía contra el terrorismo, trabajando conjuntamente con el Consejo Nacional de Seguridad (del cual Ridge será miembro).
Probablemente Ridge recibirá autoridad retroactiva en el presupuesto, lo que significa que será capaz de reorganizar las prioridades económicas de las agencias bajo su supervisión. Tendrá a su cargo a unas 100 personas, y muchas de ellas vendrán "prestadas" de otras agencias. Uno de los primeros nombramientos será probablemente el Almirante Steve Abbot, que ha sido la voz militar de la pequeña junta de seguridad interior que actualmente se reúne en la oficina del vicepresidente. Los funcionarios de la Casa Blanca aseguran que Ridge tendrá tanto acceso al presidente como Condoleezza Rice, la consejera de Seguridad Nacional. En en el lenguaje de Washington eso es decir mucho, porque no hay nadie más cercano al presidente. Según algunos funcionarios de la Casa Blanca, probablemente Ridge tenga un despacho en el ala oeste de la residencia presidencial.
Y más vale que sea bien grande, con muchas estanterías y paredes libres. Los estantes serán para los informes sobre la falta de preparación en el apartado de seguridad interior de Estados Unidos, de los que ha habido un número deprimentemente alto. En efecto, los tres más recientes, todos publicados en los últimos diez meses, suman más de 500 páginas. El espacio libre en la pared será necesario para el organigrama de Rigde, porque tendrá que coordinar las actividades de más de 40 agencias federales y un número desconocido pero mucho mayor de organismos estatales y locales. En en Capitolio, donde Ridge sirvió durante 12 años como miembro del Congreso, hay 26 comités y 17 subcomités que tratan asuntos de seguridad nacional.
La tarea de coordinación más urgente es resolver la madre de todas las rivalidades burocráticas: la de la CIA y el FBI. Un consejero de alto rango del presidente George W. Bush destacó que en algunos momentos las tensiones históricas entre ambos organismos parecieran insuperables. "Una de las cosas que necesitamos", dice el senador Harry Reid, "es alguien con la autoridad para obligar a cooperar al FBI y a la CIA".
Las incompatibilidades son profundas. La tarea del FBI es encontrar evidencia capaz de sostenerse ante un tribunal de justicia, mientras que la CIA sólo busca información. Pero algunos observadores piensan que la vieja enemistad se ha suavizado. Los vicedirectores de la división contra el terrorismo de cada una de las agencias procede de la otra, y operaciones conjuntas han logrado desmantelar células de Hizbolá en Charlotte (Carolina del Norte) y Richardson, (Texas). El auténtico problema, según el diputado republicano Saxby Chambliss, presidente del subcomité para el Terrorismo Internacional y Seguridad Interior del Senado, es que los héroes del FBI y la CIA no comparten información con organismo como la Patrulla Fronteriza o la Agencia Federal de Aviación, ambas vitales para la misión de Ridge. "El diálogo entre las agencias federales", dice Chambliss, "no está al nivel que debería".
¿Y el diálogo entre los funcionarios estatales y federales? Si se le hace esta pregunta a los gobernadores, más vale que que prepare para una respuesta explosiva. El gobernador Dirk Kempthorne, del estado de Idaho, confió a TIME que el general adjunto de la Guardia Nacional en su estado no está autorizado a compartir información con él. El gobernador Frank Keating, de Oklahoma, un ex agente del FBI que este verano tomó parte en un desastroso ejercicio simulando un ataque con el virus de la viruela, dice que se quedó "pasmado" de la ignorancia de los agentes federales sobre lo que ocurre a nivel local y estatal. Y el jefe de policía de Filadelfia, John Timoney, dice que "los federales creen que no se puede confiar en los agentes locales, que están corruptos y que venderán la información".
Y no son quejas infundadas. Si la seguridad interior tiene tropas de asalto, éstas pertenecen a las administraciones locales y estatales. "La mejor respuesta es local" dice Keating. "Tienes que tener a los médicos, enfermeras, servicios de emergencia y a la policía y la Guardia Nacional entrenados para responder". En la actualidad, ese entrenamiento deja mucho que desear; Keating admite que "los doctores y enfermeras de nuestro estado no saben nada sobre el ántrax y la viruela".
¿Será capaz Ridge poner orden en este caos y convencer a una nación angustiada de que el gobierno puede detener, o al menos aminorar, otro horror? Los augurios no son buenos. Sin autoridad operativa, los sucesivos zares anti-drogas han encontrado extraordinariamente difícil que las agencias relevantes del sector trabajen juntas. Asimismo, Ridge tiene un problema adicional. Si el contra-terrorismo se vuelve una de sus misiones principales, tendrá que trabajar en estrecha colaboración con las fuerzas armadas. Sin embargo, el ejército no sólo tiene restringida por ley su intervención en tareas policiales, sino que ha dedicado poco tiempo a pensar en cómo cumplir con esas nuevas funciones. "Nunca pensé que veríamos aviones de combate volando sobre nuestras ciudades para defendernos de una amenaza que viene desde dentro", dijo la semana pasada el general de las Fuerzas Aéreas Richard Myers, nuevo jefe de la Junta de Jefes de Estado Mayor. "Hay que pensar mucho mejor todo este asunto de la defensa interior".
Probablemente todos tenemos que pensar mucho, especialmente aquellos ciudadanos que, como reacción comprensible a lo sucedido el 11 de septiembre, llevan en el bolso antibióticos y bálsamos. Puede que este estado de ánimo no dure mucho. A principios de la década de 1960, la Administración Federal de Defensa Civil distribuyó 400 millones de folletos con indicaciones sobre cómo construir refugios contra ataques nucleares. Pero la Defensa Civil no llegó a cuajar.
La gran diferencia, por supuesto, puede verse en la parte baja de Manhattan; Rusia nunca lanzó la Bomba. Pero un día, tras haber buscado una máscara antigás en Internet, y aceptado que los aeropuertos se parezcan a campamentos armados, los norteamericanos bien podrían escuchar las sabias palabras de Daniel Seidemann. Seidemann es un abogado israelí, y por lo tanto un hombre para el cual la seguridad interior es una cuestión existencial. "La sociedad necesita un equilibrio entre Atenas y Esparta", comenta. "Si eres Atenas, no hay seguridad; si eres Esparta, tienes seguridad pero nadie quiere vivir allá. Estamos hablando de un equilibrio entre dos cosas defectuosas por naturaleza". Ojalá que EE.UU., en su defensa contra el terror, encuentre un equilibrio con el que pueda vivir.
-Con informes de Mathew Cooper, John F. Dickerson, Viveca Novak, Mark Thompson, Karen Tumulty y Douglas Waller/Washington, Alison Jones/Durham y Timothy Roche/Atlanta
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