1 de octubre 2001 - 00:00

El peligro futuro

El peligro futuro
Por MICHAEL D. LEMONICK

En este juego de guerra en tiempos de paz participaron importantes y experimentados líderes -el ex senador Sam Nunn actuó como Presidente, el ex consejero presidencial David Gergen fue Asesor de Seguridad Nacional, y el gobernador de Oklahoma, Frank Keating, se interpretó a sí mismo- pero la situación quedó irremediable y rápidamente fuera de control. En dos semanas fueron infectados 16.000 estadounidenses y murieron o estaban por morir otros 6.000.

Aunque el desempeño fue lamentable, por aquel entonces todo parecía una situación teórica e inverosímil. Pero eso ha cambiado. Tras el ataque de hace dos semanas, la noción de que pudieran utilizarse armas de destrucción masiva en EE.UU. -no ya provenientes de países rebeldes como Corea del Norte o Irak sino de personajes como Osama bin Laden- de pronto dejó de ser inconcebible. De hecho ahora es difícil dejar de pensar en cómo podría ser el próximo ataque. Los estadounidenses ya sufren pesadillas con todo tipo de situaciones espeluznantes, desde fuentes de agua potable envenenadas hasta bombas atómicas portátiles preparadas para explotar en medio de algunas ciudades.

Pero las posibilidades de que ocurra un ataque de este tipo en un futuro cercano son remotas, según concluyeron casi todos los expertos en terrorismo consultados por TIME. Por empezar, construir, elaborar o robar un arma de destrucción masiva se requiere de mucho más dinero que secuestrar un avión o preparar un coche-bomba. También es necesaria mucha más materia gris. Amy Smithson, directora del Programa para la No Proliferación de Armas Químicas y Biológicas del Henry Stimson Center, con sede en Washington, señala: "Podría sentarme aquí y hablar sobre las miles de posibilidades dantescas, pero las barreras técnicas y logísticas que nos separan de esos escenarios son muchísimas".

Sin embargo, los expertos también están de acuerdo en que ahora debemos re-evaluar las antiguas creencias sobre lo que es posible e imposible. Los ataques del 11 de septiembre requirieron un planeamiento meticuloso amén de un riguroso entrenamiento. Ningún grupo terrorista había llevado a cabo una misión tan compleja. "Los antecedentes históricos hicieron que potenciales ataques de ese tipo no me alarmaran en lo más mínimo", señala Jonathan Tucker, director del Programa de No Proliferación de Armas Químicas y Biológicas de Washington, "pero dado lo ocurrido el 11 de septiembre, todo esto ha cambiado".

La mayoría de los expertos en terrorismo coinciden en que de los tres tipos de armas de destrucción masiva, los agentes biológicos representan la amenaza más grave, seguida por bombas nucleares y armas químicas. A continuación, una evaluación de los riesgos relativos realizada por nuestros expertos:
Históricamente, las armas químicas -cuya complejidad va del simple veneno para ratas hasta las toxinas nerviosas como el sarín y el VX- han sido las más populares de las tres. Las materias primas de las armas químicas son relativamente fáciles de conseguir, y el producto final no tiene que ser mantenido con vida.

Pero las armas químicas no son adecuadas para producir daños masivos. Al contrario de los gérmenes, los agentes químicos no pueden transmitirse de una persona a la otra, señala Tucker: "Se debe generar una concentración letal en el aire, por lo que se necesitan grandes cantidades". El sarín, por ejemplo, puede ser absorbido a través de la piel como un líquido o inhalado como vapor, pero para matar una cantidad considerable de personas con sarín, un avión fumigador debería rociar una y otra vez miles de kilos de esta toxina sobre una ciudad. Y eso, especialmente ahora, se ha vuelto muy difícil.

De hecho, el ataque químico no militar más exitoso fue perpetrado por el culto Aum Shinrikyo en Tokio en 1995, y mató apenas a una docena de personas. Esto se debió en parte al primitivo método que utilizaron: simplemente arrojaron bolsas plásticas con sarín en una estación de metro y las agujerearon con las puntas de unos paraguas. Además, las cantidades de veneno fueron relativamente escasas. Comenta Smithson: "Cualquiera puede elaborar agentes químicos en una cubeta; lo difícil es producir varias toneladas". No es que Aum Shinrikyo no haya intentado producir más sarín, sino que a pesar de un enorme respaldo financiero de diez millones de dólares y de la capacidad de científicos reclutados en universidades japonesas, fracasó.
Los terroristas podrían intentar proveerse de armas químicas como las que se cree existen en cantidad en Irak y en otros países rebeldes. Pero Tucker señala que los líderes de estos países probablemente se muestren reacios a dejar que otros tomen control de sus armas -prohibidas por tratados internacionales- por temor a las posibles represalias en caso de que se descubra su origen. "Sabemos que Saddam Hussein es despiadado", comenta, "pero por lo general no es temerario".

Hace más de 25 años y en lo que resultó ser una espeluznante premonición de los ataques al World Trade Center, el escritor John McPhee exploró junto al físico nuclear Ted Taylor la hipótesis de cómo se destruirían las torres gemelas a partir de una pequeña bomba atómica. McPhee concluyó que, posicionada correctamente, una bomba con una potencia de una décima parte de la que devastó Hiroshima podría hacer caer una de las torres en el río Hudson.

Pero alguien debería no sólo crear dicha bomba sino también ubicarla en esa posición clave, algo harto dificultoso. Primero, un terrorista tendría que obtener algún tipo de material fisionable -en lo posible uranio enriquecido, según comenta Frank von Hippel, experto en proliferación nuclear de la Universidad de Princeton. Se cree que Corea del Norte, Irak y Libia almacenan uranio, pero probablemente nunca quieran desprenderse de él. Una candidato más factible sería la ex Unión Soviética, donde abundan la pobreza y los materiales para fabricar bombas y cuya seguridad interior ha colapsado.

Según ciertos informes, bin Laden procuró obtener el uranio de los estados formados tras la caída de la Unión Soviética: sus proveedores lo engañaron, ofreciéndole sustitutos como combustible para reactores de bajo grado y basura radioactiva. Pero según von Hippel, de haber tenido éxito, bin Laden hubiera necesitado al menos 75 kilos de uranio más cientos de kilos de armazones y maquinarias para crear un arma. "No es que alguien vaya a andar por ahí con una bomba en la valija", señala.

En todo caso es mucho más factible atacar centrales nucleares con explosivos convencionales. Esta es una realidad reconocida a regañadientes por la Comisión Reguladora Nuclear, que ha realizado simulacros de ataques comando a las plantas de EE.UU. durante años. El dato alarmante es que casi la mitad de los ataques tuvo éxito, y en algunos casos se "liberó" más radiación que en Chernobyl, un accidente que según algunos cálculos estimativos causó 30.000 muertos.

La guerra bacteriológica se ha utilizado desde la Edad Media, al menos, cuando los ejércitos que sitiaban al enemigo catapultaban cadáveres infectados con la peste bubónica sobre las murallas de los sitiados. Hoy en día, las autoridades temen más que nada al ántrax, una bacteria, y al virus de la viruela. Ambos son muy letales: el primero mata a casi el 90% de sus víctimas, el segundo a un 30%. El ántrax no puede contagiarse; la viruela, por su parte, puede transmitirse de una persona a la otra con una facilidad pasmosa. "La sensación de incertidumbre de quien está infectado y de quien será infectado es la gran ventaja de la guerra biológica", dice el doctor Stephen Morse, director del centro para el aprestamiento de la salud pública en la Escuela de Salud Pública de la Universidad de Columbia.

Durante la guerra fría, tanto EE.UU. como la ex Unión Soviética comenzaron a desarrollar al ántrax como un arma biológica. Se cree que en la actualidad 17 naciones tienen armas biológicas entre las que se encuentra esta arma lista para el uso militar. Oficialmente, la viruela existe solamente en pequeñas cantidades en los laboratorios de los Centros para el Control de Enfermedades (CDC, por sus siglas en inglés) en Atlanta y en Vector, en la región de Koltsovo (Rusia). Pero los expertos creen que en realidad Rusia, Irak y Corea del Norte han experimentado con el virus como agente para ataques biológicos y que conservaron cantidades importantes de este virus. Unos informes aún más preocupantes indican que Rusia utilizó ingeniería genética para crear cepas de ántrax y viruela más letales y resistentes a los antibióticos y vacunas.

Más allá de la modalidad de cualquier posible ataque futuro -sea con armas no convencionales o explosivos convencionales- toda la evidencia sugiere que la nación está muy mal preparada para enfrentarlo. Aunque eso está comenzando a cambiar. La Comisión Reguladora Nuclear planea mejorar la seguridad de las plantas nucleares y los funcionarios de salud pública comienzan a tratar en serio la preparación para ataques biológicos. Por ejemplo, el año pasado el CDC autorizó a una empresa privada a preparar hasta 40 millones de dosis de vacunas contra la viruela, una tarea que puede demorar varios años. "También debemos desarrollar nuevas drogas y vacunas contra otros organismos que pudieran constituir una amenaza", dice la doctora Margaret Hamburg, vicepresidenta de programas biológicos de la Iniciativa contra la Amenaza Nuclear, con sede en Washington. "Y debemos hacer una investigación científica fundamental para comprender mejor cómo algunos de estos organismos causan enfermedades".

¿Y por qué no vacunar a todos los estadounidenses contra todos los posibles agentes biológicos que se pudieran utilizar? Los expertos concuerdan en que tal empresa sería poco práctica -e incluso imposible- y que los efectos secundarios de las inoculaciones podrían en sí mismos poner en serio peligro la salud pública. Según nos dice Michael Osterholm, director del Centro de Investigación y Política sobre Enfermedades Infecciosas en la Universidad de Minnesota, sería mucho más efectivo hacer mejoras en el sistema de salud pública para que cualquier ataque químico o biológico pueda ser detectado rápidamente y contenido.

En eso los expertos en antiterrorismo están de acuerdo. Hacia fines del siglo pasado, dice Brian Jenkins de la Rand Corporation, epidemias como la fiebre amarilla y el cólera mantuvieron a los funcionarios de salud pública en estado de alerta permanente. Ahora, tras una década de recortes presupuestarios, "nuestra capacidad para tratar a grandes cantidades de afectados se ha visto reducida", comenta. "La idea de reinvertir para crear un sistema de salud pública robusto no es para nada mala, incluso si no existiera el fantasma del terrorismo". -Con informes de David Bjerklie, Andrea Dorfman, Christine Gorman y Alice Park/Nueva York y Dan Cray/Los Angeles, y otras corresponsalías.

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