20 de julio 2007 - 00:00

En bicicleta y por el Sur

En bicicleta y por el Sur
Aburridos ya de las tradicionales vacaciones, decidimos con mis amigos cambiar las costas argentinas (o eventualmente uruguayas) por un programa diferente: recorrer parte del sur argentino en mountain bike. El objetivo era realizar, entre otros, el Camino de los Siete Lagos, recorrido casi obligado para todos aquellos amantes del mountain bike.
Antes de la partida estábamos todos muy ansiosos, no sabíamos bien si era por la travesía, que requería un gran esfuerzo físico, o si por el contrario era propio de las expectativas que toda vacación genera.
Los preparativos no fueron fáciles, dado que el equipaje que podíamos llevar se reducía sólo a lo que en nuestras bicicletas podríamos cargar, o mejor dicho a lo que nuestras piernas podrían soportar.
En colectivo y después de un largo viaje cargado de nervios y ansiedad, llegamos a Junín de los Andes, punto de partida de nuestra travesía. Fueron 21 días de gran esfuerzo físico, donde las grandes e interminables subidas en el ripio se hicieron sentir.
Por momentos nos hicieron dudar de nuestra capacidad física y del previo entrenamiento realizado para afrontar ese desafío.
Pero como ya todos sabíamos «después de cada subida viene indefectiblemente una bajada». El paisaje realmente es indescriptible, cuando creíamos que nada superaría lo ya visto, la naturaleza y los recónditos caminos nos sorprendían con otra maravilla natural, quizás, aun mejor que la anterior.
Ya en San Martín de los Andes y con cientos de kilómetros encima, nos recomendaron ir a Quila Quina, isla rodeada casi en su totalidad por el majestuoso lago Lácar. Sin dudarlo cargamos nuestras bicicletas en un pequeño catamarán que nos llevó a la isla.
En la cima de Quila Quina, habita una pequeña comunidad india llamada Churruinca. Al llegar nos recibió la Sra. Dorila, mujer líder de la comunidad, con unos ricos mates de hierbas naturales y frutos rojos que ellos mismos producen.
Luego aceptamos la invitación de quedarnos a almorzar un chivito a la cruz. Ya nada más se le podía pedir a la vida en ese momento.
Después de larga sobremesa en compañía de mis amigos y disfrutando de una vista privilegiada, nos despedimos y emprendimos el regreso al campamento.
La experiencia vivida no fue sólo maravillosa e inexplicable, sino altamente enriquecedora en lo personal. Salir un poco de la rutina y disfrutar de vacaciones como éstas es altamente recomendable. Si es en compañía de amigos, aún mejor.

Juan Andrés Trebino,
26 años, abogado

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