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Entendimiento y paz
A mediados de este año, Kofi Annan fumaba un grueso cigarro mientras contemplaba el ocaso sobre el delta en donde desemboca un río en el norte de su Ghana natal. Reflexionaba entonces acerca de los hombres que había conocido en los palacios, fortalezas y casas que cobijan a los líderes del mundo. Observó que, en general, no eran personas particularmente agradables. Por supuesto que podía nombrar ciertas excepciones e incluso mencionó a algunos de sus favoritos. Pero afirmó que esto confirmaba la regla de que para llegar a un puesto de gran poder político es necesario anteponer la ambición por sobre el costado humano. Annan se detuvo por un momento y miró hacia el cielo del ocaso. "Tal vez", dijo al fin, "esto explica un montón de cosas del mundo en que vivimos".
Pero la ONU se las ha ingeniado para continuar salvaguardándolo. Que la organización y Annan hayan ganado el Premio Nobel de la Paz es un reconocimiento de lo que ambos han hecho para reparar los errores de la última década, pero también de lo mucho que intentaron (sin éxito) para impedir que los errores se acrecentaran. En Kosovo y Timor oriental, la ONU ha elevado el arte de reconstruir países a la categoría de ciencia exacta, buscando maneras de emplazar gobiernos y sociedades que funcionen en tierras devastadas por el odio. Se trata de una habilidad que tal vez tendrá que aplicar próximamente en Afganistán. Además, la ONU sigue concientizando y recabando fondos para causas como los derechos de los niños y la lucha contra el SIDA.
Literatura
V.S. Naipaul, Trinidad y Tobago
Los jueces del Nobel destacaron su "examen incorruptible" del mundo poscolonial, la "implacable imagen" de su pérdida de valores europeos. De hecho, en parte lo recompensaron por lo que sus detractores más odian de su obra, que abarca 12 novelas y 14 libros de viajes y de otros reportajes. Sus escritos sobre el fundamentalismo islámico, Among the Believers (Entre los creyentes, 1981) y Beyond Belief (Hasta el fondo de la fe, 1998); sobre la incompetencia política y la decadencia social en Africa, A Bend in the River (En la curva del río, 1979) y otros temas poscoloniales convirtieron a Naipaul en "un hombre marcado", según Edward Said, profesor de Literatura Inglesa y Comparada en la Universidad de Columbia. El Tercer Mundo, asegura Said, ve al autor como un "proveedor de estereotipos y repugnancia por el mundo que lo llevó a ser quien es, aunque eso no excluye que la gente lo considere un escritor dotado". El gran poeta de St. Lucia Derek Walcott (autor de Omeros), ganador del Nobel en 1992, ha elogiado sin reservas la elegancia estilística de Naipaul, a la vez que denunció su "repulsión hacia los negros" y la "burla de la autodesfiguración que es elogiada por su probidad".
Naipaul es un cáustico sin piedad, formalmente exacto, observador, pesimista, un incrédulo del "progreso", y en ocasiones también llega a poseer una perversidad intolerable. ¿Quién sino Naipaul al preguntársele el significado del punto rojo en la frente de las mujeres hindúes habría respondido "quiere decir 'Mi cabeza está vacía'"? Naipaul no tolera a los tontos y en su opinión el mundo está repleto de tontos. Más repleto, quizá, de lo que está en la realidad. Pero es sabido que ha acertado en blancos a los que pocos se hubieran atrevido a apuntar en su momento. Un ejemplo es el tratamiento desgarrador que dio a las malignas pretensiones del "poder negro" inglés en los años 60, en The Return of Eva Peron, with the Killings in Trinidad (El retorno de Eva Peron, con las masacres en Trinidad, 1980), una obra periodística que verbaliza lo que la correcta opinión progresista consideraba indecible sobre el petulante y criminal Michael X.
Es una de las ironías más increíbles de la literatura inglesa poscolonial que el heredero más evidente de esa grandiosa y truculenta archiconservadora que era Evelyn Waugh, notoria por el famoso desprecio que sentía por toda civilización que no hubiera sido sometida por Roma, haya nacido en el Caribe. Naipaul también es uno de los escasísimos escritores en haber sido el objetivo de un misil en forma de libro de memorias lanzado por un colega. En un arranque asombroso de malhumor edípico Paul Theroux publicó en 1998 Sir Vidia's Shadow (La sombra de Sir Vidia), que pinta a su antiguo amigo y mentor como un salvaje obsesionado con sí mismo, avaro y patológicamente superficial. Quizá lo sea. Si así fuera, no se trataría del primer escritor con esas características. Por lo general, los tipos buenos no han aportado mucho a la literatura mundial.
La segunda mitad del siglo XX trajo un desplazamiento notable en el centro de la gravedad de la literatura inglesa. Muchas de las mejores obras nuevas surgían de lo que otrora había sido la periferia del Imperio, o sea Africa, India, el Caribe, Nueva Zelanda, Australia. Las creaciones de Naipaul fueron una parte fundamental de este proceso, como lo fueron las del australiano Patrick White, ganador del Nobel en 1973.
Naipaul escribió con una perspicacia penetrante, e incluso con ternura sobre áreas ignoradas de la experiencia. Por ejemplo la vida de la clase media baja en Trinidad, en A House for Mr. Biswas (Una casa para el Sr. Biswas, 1961). Cuando decidió abandonar su país natal la separación le proporcionó un gran tema: la condición de expatriado, un perenne extraño en ciertos lugares, un excluido y un errante que siempre todo lo mira desde afuera, sin dejarse engañar por lealtades locales.
Y sin embargo nada le disgusta más que lo califiquen de escritor caribeño. "Nada ha sido creado en Trinidad", ha dicho. Pero, en un sentido más profundo, sí lo fueron varios de sus libros. Los concibió el deseo insaciable de ver el mundo como una liberación de lo que él creía eran sus orígenes atrofiados y provincianos. En retrospectiva, despreciaba tanto a Trinidad que no tuvo la fuerza para mencionar al país en sus agradecimientos al enterarse de que había ganado el Nobel. "Es un gran homenaje", anunció en declaraciones mesuradas a través de su editor, "a Inglaterra, mi hogar, y a India, la tierra de mis antepasados". Bueno, entre otros lugares cabría agregar. -Robert Hughes
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