29 de junio 2007 - 00:00

La aventura es la aventura

La invitación era a hacer turismo aventura en el Paraguay, pero la primera fauna salvaje la encontramos en Ezeiza. Rechiflas, cantitos, gritos, quejidos, ronquidos, rugidos, conatos de pelea. La densa cortina de niebla impedía el arribo y la partida de aviones, y la gente que esperaba desde hacía «por lo menos 20 horas» se expresaba con la irrefrenable fiereza de sus rostros o el desdén de un inevitable agotamiento. Gente trepada a los sillones, gateando por pasillos, echada en la alfombra.
Los periodistas que íbamos al fam press poco a poco conformamos una tribu en torno de la sala vip, con la mirada cada vez menos ansiosamente atenta a los carteles de información de vuelos. Ocho horas después, cuando ya no nos quedaban temas ni duty sin explorar, ni perfume sin probar, la niebla se apiadó y dejó que el vuelo de TAM agitara sus alas. El confort de la nave y del viaje nos llenó de esperanza. Duro fue el desengaño. Al llegar, el crucero había partido y enviaba unos botes a buscarnos. Una combi nos llevó por caminos de tierra a un lugar ignoto en la noche, un club que pertenecía a uno de esos magnates de tiempos de Stroessner.
Lo custodiaba un hombre fusil al exterior y sobrado alcohol en su interior que nos impidió el paso. Lucía, la organizadora, se lanzó en una áspera discusión con el tipo, haciendo que el guaraní pareciera un derivado del alemán de los discursos de Hitler.
De pronto apareció un adormilado directivo del lugar, eran las 2 de la mañana, y luego de comprender la situación nos dejó ir hacia el muelle, después de agarrarse a trompadas con el celoso custodio que sólo nos dejaría pasar a cambio de unos «guaracas». En la playita los botes a motor nos esperaban. En medio de la noche, apenas aislados del frío por casacas salvavidas, surcamos las aguas en busca del crucero.
Al llegar, un marinero me saludó con un cordial: «Aquí comienza su turismo aventura». No quise decepcionarlo contándole de las selvas que ya habíamos atravesado.
M.S.

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