Uno de los grandes temas del arte moderno americano ha sido su permanente discusión con la riquísima herencia plástica precolombina. El Río de la Plata es marginal al respecto, no hay pirámides, ni monolitos, ni aquella convivencia cotidiana que sigue impregnando el aire que se respira en México y en los ámbitos andinos. El aluvión de la memoria amerindia llega hasta aquí casi imperceptible, por la ininterrumpida coherencia de la tierra, por los enormes ríos que desembocan. Arriba por las vías del subconsciente y requiere (paradójicamente o no) de la mediatización racional reconstructora. En las telas de Alberto Delmonte están los barros que descienden cargados de signos desde las entrañas del continente, sus colores y sus texturas, pero está también el oficio casi hermético de la escuela montevideana y su desvelo (re) constructivista: una mestiza poesía semiótica que, quién sabe por qué, se entiende intuitivamente.
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