23 de marzo 2006 - 00:00

LA RIOJA: AMENAS ANDANZAS POR LA CUNA DE LOS CONDORES

LA RIOJA: AMENAS ANDANZAS POR LA CUNA DE LOS CONDORES
Escribe Sebastián Barrera Enviado especial

Los relojes de Buenos Aires parecieran funcionar más rápido: el porteño vive enojado y siempre apurado. No hay yoga que ayude a quitar tanta energía negativa. Es por eso que, cuando un fin de semana se acerca, las ganas de escapar y desaparecer por unos días desesperan. La rutina constante atormenta tanto que hasta se podría vivir con los ojos cerrados: cada rincón, cada momento, ya es conocido. Vacaciones, ya.

Sin darnos cuenta, los ojos se abren y de fondo se escucha una dulce voz que dice: «Aerolíneas Argentinas anuncia su vuelo a la provincia de La Rioja...». Sí, chau Buenos Aires.

La llegada

El viaje se torna agotador, pero los ojos, todavía vírgenes de imágenes espectaculares, no paran de sorprenderse ante el paisaje riojano.

Luego de subir por la Sierra de los Quinteros se llega a la Quebrada de los Cóndores para hospedarse en la hostería de los hermanos De la Vega, donde muestran, por medio de una extensa travesía, la cuna de los cóndores.

La aventura comienza temprano. Después de unos mates y un buen pan casero con mermelada, se parte hacia el punto de encuentro con los guías del trayecto. El recorrido se hace a caballo, y por más de dos horas se pueden ver los paisajes más asombrosos de la zona. El camino es rocoso y angosto. No hacen falta brújulas, el caballo lo conoce y sabe que hasta la cima no debe parar.

El sol del mediodía empieza a sentirse en la piel. El agua corre respetando una ronda de turistas sedientos que esperan a los cóndores para poder estudiarlos a pocos metros de altura. El silencio es largo y la paz se encuentra ahí, debajo del cielo y arriba del mundo, de los autos y semáforos del tan lejano Buenos Aires.

La vuelta es extenuante y el hambre empieza a doler, pero la simple idea del cabrito que espera en el horno de barro hace el aguardar un poco más agradable.
La noche trae un fresco necesario para poder cenar con un buen vino tinto y disfrutar de las historias de los hermanos De la Vega, cuentistas locales. Horas después, empachados, la cama es el premio perfecto.

La fiesta

El folclore siempre suena en las radios riojanas, y mucho más si se acerca la fiesta popular de la Chaya: el festival folclórico quizá más popular y grande de la Argentina.
A diferencia de las demás celebraciones realizadas en el país, la Chaya tiene la característica de que el espectáculo lo marca más la gente, el pueblo.

La alegría contagia e invita a saltar y a cantar el folclore riojano. Sólo unos pocos se animan a escuchar a los artistas en sus asientos, todos juegan con harina y bailan al ritmo de chayas, chacareras, zambas y todo tipo de elementos folclóricos.
El festival de la Chaya se realiza todos los años durante el fin de semana cercano al 15 de febrero y expresa la manera que encontraron los riojanos para dejar salir las emociones contenidas.

Tan así es que más de 22 mil personas se reunieron en el Estadio Central de La Rioja para bailar, tomar vino y desparramar harina a todo aquel que todavía no esté pintado de blanco.
Se dice que la harina crea una máscara que deja caer la otra, la verdadera, dejando de lado los problemas y las diferencias del pueblo.

En la Chaya no hay ricos ni pobres, como en aquella canción de Serrat: todos se juntan para festejar bailando y cantando hasta altas horas de la madrugada.

Chilecito

El nombre de Chilecito se debe a los mineros chilenos que fueron llegando a fines del siglo XIX para extraer el oro que se encontraba en la región.

En el siglo XIX, la ciudad adquirió relevancia a nivel nacional debido a la explotación minera más importante y grande del país.

En 1903 se concluyó el cablecarril, que se convirtió en la mayor obra de ingeniería del mundo en vías aéreas, con 34 kilómetros de distancia y a 4.500 metros de altura.

En Santa Florentina se encuentra la subestación, donde se trituraba y fundía el material; allí se siguen conservando las máquinas, las chimeneas y las vagonetas de hierro. En la plaza del pueblo hay un Museo de la Mina, donde se encuentra toda la información necesaria.

El tour cuenta con un paseo por las distintas estaciones del cablecarril donde se podrá apreciar, como en todo rincón riojano, sus delicados paisajes, que parecieran ser pintados a mano.

En Chilecito todos tienen un nombre: en la plaza principal todos se conocen y los jóvenes se juntan para tomar algo y hacer tiempo antes de salir a bailar. El sentimiento de pueblo se siente en el aire y la humildad de sus habitantes hace la estadía mucho más placentera.

El patio de los cactus

En cualquiera de los paisajes de La Rioja se puede apreciar una gran variedad de cactus, pero nada se compara con el jardín botánico Chirau Mita: un museo que en sus dos hectáreas de terreno concentra más de 1.500 géneros de cactus autóctonos y de todo el mundo, que lo convierten en el museo más importante de Latinoamérica en su tipo.

Desde que abrió sus puertas en diciembre de 2003, Chirau Mita fue visitado por más de seis mil turistas provenientes de diversas partes del país y del mundo. Según Patricia Granillo, creadora del museo, el objetivo principal es «educar y difundir la idea de la conservación de las plantas, que ya sean gigantes o diminutas, todas por igual purifican cada milímetro cúbico del aire que se respira».

Los cactus de este museo no sólo llaman la atención por su belleza, sino por la originalidad de sus formas, colores y tamaños. Se pueden encontrar desde muy pequeños, con sólo dos centímetros de diámetro, hasta gigantes cardones que, por lo general, habitan sobre las montañas.

Todas las plantas del museo germinaron de semillas plantadas por Patricia y crecieron gracias a su minuciosa dedicación, ya que cada una de ellas requiere una determinada cantidad de luz y humedad, según la especie. Además de cactus y cardones, este singular jardín botánico está conformado por otros géneros de árboles y plantas de ambientes secos como el aloe vera.

Paredes infinitas
Camino a Talampaya, el trayecto es soñado. En la Cuesta de Miranda, el paisaje de montañas, nogales y grandes álamos decora el trayecto hasta ver el río Miranda.

La parada es obligada y la camioneta se detiene: los ojos se llenan del paisaje tan mágico, tan cerca y tan perfecto. Tan nuestro y tan argentino como el Obelisco.

En el Parque Nacional de Talampaya los guías esperan la llegada del turista para poder comenzar su repertorio de historias y curiosidades. Los circuitos programados pueden ser a pie, en bicicleta o en camioneta, donde se explica el significado de los petroglifos y sus formaciones mientras se recorre el largo circuito. El Cañón de Talampaya guarda distintos tesoros que adornan su mágica presencia: sus paredes (de más de 225 millones de años) mantienen los secretos del inicio de los tiempos, ya que es el único lugar del mundo con una secuencia completa de sedimentos continentales del período Triásico.

Los restos de fósiles milenarios permiten conocer de cerca el origen de los dinosaurios argentinos. Las formaciones naturales creadas por el agua, el viento y el tiempo poseen curiosas formas talladas que despiertan la admiración. Los grabados en las rocas crearon petroglifos que permiten mostrar los rastros de las culturas diaguita y aguada, que en sus dibujos representaron a los cóndores, el fuego y a su forma de vida hace 1.400 años.

Cerca del cañón hay una pared rojiza y ondulada de más de 150 metros tallada en piedra por la erosión del agua y el viento. Según consejos del guía, se puede jugar con el eco, ya que la voz se repite más de tres veces.

Talampaya es seco. El calor molesta, y mucho, pero esto no prohíbe seguir en busca de más imágenes visuales; con un poco de ayuda de la imaginación se pueden apreciar figuras en las paredes como «la catedral», que semeja a una gótica; un cóndor, y los tres reyes magos acompañados de un camello.

El parque pareciera tallado a mano, pero no, todo es obra de la naturaleza. El silencio es infinito y los cóndores vuelan recreando una vida pasada. El recorrido termina con la vuelta en busca de la gaseosa más fría de la heladera para juntar fuerzas y subir a la camioneta que nos llevará al aeropuerto.

La Rioja humaniza, nos hace más simples, más adictos a la naturaleza. Los relojes se detienen y las ganas de vivir se sienten en cada paisaje y en cada conversación.

La rutina es obligada, las responsabilidades atormentan, pero las minivacaciones terminaron.
Las excusas para volver se encuentran en cada rincón y en cada momento. Volvemos a cerrar los ojos, y esta vez escuchamos a una señora con una triste voz, pero irónica, que nos dice:
«Aerolíneas Argentinas anuncia su vuelo a Buenos Aires. Tendrá que volver a la ciudad, al ruido, al mal humor de su jefe, a las preocupaciones y a la vida cotidiana. Por favor, que le sea leve...».

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