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Las muestras rotativas: una visibilidad novedosa
La muestra inaugural estuvo a cargo de Alina Tortosa, luego Patricia Rizzo presentó un grupo de artistas jóvenes (y no tanto, como Jacques Bedel). En estos días, Ariadna González Naya y Lucrecia Palacios Hidalgo, teniendo en cuenta la arquitectura de la sala, la profusión ornamental, las molduras, la salamandra y el gran espejo, decidieron adaptarse al lugar y montar una exhibición de retratos que continuará el estilo. Es decir, presentan un salón de retratos a la vieja usanza, pero realizados por artistas contemporáneos.
En el texto del catálogo figuran los «apuntes sobre una muestra de retratos», donde las curadoras observan que «todo retrato da cuenta de un tiempo que se fue» y que «todo retrato es un género narrativo». Entre los artistas que mejor representan estos postulados está el rosarino Daniel García, con su pequeño retrato de Esteban Echeverría. La pintura aparece gastada por la acción del tiempo, y rostro del autor de «El matadero», con un ligero estrabismo en su mirada, rinde cuentas del horror que desfila por su mente.
Juan José Cambre aborda, con pinceladas de trazo firme, la complejidad que implica el retrato como género. Como si planteara la imposibilidad de aprehender la identidad del retratado, reitera como un eco la silueta de la cabeza. Carolina Antoniadis aborda el tema tan borgeano del doble, en dos personajes que ocupan un mismo cuadro con sus facciones borradas. Las dos figuras encarnan la metáfora narrativa de la lucha del retratado consigo mismo y su doble, que terminan anulándose.
En este sentido, Flavia Da Rin ingresa en el universo de la ficción y en «El cumpleaños del niño muerto», se autorretrata enmascarada, comparte la suerte y la identidad de un personaje con un trágico destino. Fernando Brizuela en «Fading», muestra con cierto humor en 12 pequeñas acuarelas, un proceso progresivo de disolución de la figura. Santiago Iturralde se apropia de un rostro de un sitio de Internet, y deja a la vista los rasgos psicológicos y la vulnerabilidad del retratado. Silvana Lacarra, con su clave abstracta, demuestra la imposibilidad de apresar al sujeto, su silueta es como un recuerdo inminente que no alcanza a revelarse.
El capítulo dedicado al status social adquiere una elocuencia incomparable con la bellísima imagen de Aída Schnaider, una mujer madura con pendientes de esmeraldas fotografiada por Alejandro Kuropatwa. Las curadoras se internan en la difícil relación del retratado con su retratista, y cuentan: «Cuando tomaba la foto, Aída le dijo a Kuropatwa que estaba viendo 80 kilates en cada oreja. Que por favor no se desmaye». En suma, se trata de una exposición breve, ingeniosa y seductora, que se completa con los retratos de Alberto Passolini, Mario Caporali, Paulo Fast, Federico Fernández, Daniel Juárez y Marcela Valero Narváez.
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