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Llegó la hora

Tropas de choque: Los voluntarios árabes entre los talibán, como éste, son los soldados más devotos del régimen
El Pentágono niega la versión talibán, pero a las tropas les esperaba aún más peligro. Al regresar de la misión un helicóptero Black Hawk se estrelló contra una duna de arena cerca de la pista de Dabaldin, perdiendo la vida dos miembros de la tripulación y resultando heridos otros tres. En otras zonas de Afganistán, tropas de EE.UU. continuaron sus misiones de "buscar y destruir". Así terminó el primer día de la guerra terrestre.
El objetivo de esta campaña ha estado claro desde el comienzo. Las fuerzas especiales elegirán blancos individuales uno por uno, comenzando con el mulá Omar y siguiendo con la cadena de mando de líderes talibán que protegen a Bin Laden. Tras dos semanas de ataques aéreos abrumadores, precisos y cada vez más irrelevantes, el ritmo y la brutalidad de la guerra aumentarán de forma exponencial. Y se producirán muchas bajas.
La inteligencia estadounidense asegura que la persecución de los miembros de Al-Qaeda va a llevar a las fuerzas especiales a combatir en túneles e instalaciones subterráneas en toda Afganistán, desde las fortalezas de los talibán en Kandahar y Kabul en el este hasta Herat, cerca de la frontera occidental con Irán. Durante la guerra entre Afganistán y la Unión Soviética se construyeron muchos túneles y refugios que incluso han sido mejorados tras los ataques estadounidenses con misiles crucero en 1998. Los soldados de EE.UU. tienen tecnología militar -como gafas para visión nocturna y equipos de asistencia respiratoria- para operar en este laberinto subterráneo. Además los refugios han recibido bombardeos continuos durante dos semanas.
Pero los soldados que se aventuren en las cuevas podrían enfrentar una resistencia temible. Un ex comandante mujaidín de Kandahar le dijo a TIME que las fuerzas especiales pueden intentar atacar un complejo en las montañas del sudoeste afgano que Bin Laden construyó allí como base para Al-Qaeda por su proximidad con la frontera con Pakistán. Pero el complejo está rodeado por un despeñadero patrullado por artilleros sudaneses que son absolutamente fieles a Bin Laden. Si entran allí soldados de las fuerzas especiales, algunos no van a salir. "Los estadounidenses están locos si van ahí", dice el afgano. "Los árabes están en todas partes. Es como un nido de escorpiones".
A los funcionarios estadounidenses también les preocupa el fuego antiaéreo. Los aviones C-130 pueden llevar comandos, los AC-230 pulverizar a cualquier cosa que se les interponga en el camino. Pero ambos podrían enfrentar unos 200 misiles tierra-aire que quedaron remanentes en Afganistán tras la lucha contra los soviéticos. La semana pasada no hubo informes de disparos de Stingers a aviones estadounidenses, pero eso no es necesariamente una buena noticia. "Nos preocupa", dice un funcionario del Ejército, "que las estén guardando para atacar helicópteros". A pesar de su capacidad de fuego, las tropas de operaciones especiales también son vulnerables a peligros inesperados, como la tormenta de arena que que obligó a abortar un ataque a Kabul la semana pasada.
Durante días las autoridades civiles y del Ejército han dado señales de que las tropas terrestres se estarían movilizando. La semana pasada la cantidad de aviones de combate de EE.UU. en cielo afgano se duplicó, llegando a unos 100 por día, pero era fácil prever que los ataque aéreos no iban a amedrentar a los talibán ni permitir que Washington atrapara a Bin Laden. Con cada vez menos objetivos militares fijos y más civiles muertos, los líderes estadounidenses y británicos comenzaron a ser duramente criticados, tanto en el mundo árabe como por sus propios gobiernos, por no establecer otra estrategia que no fuera convertir a Afganistán en un paisaje lunar a fuerza de bombardeos. Los envíos aéreos de comida, panfletos y radios a transistores para ayudar a la Alianza del Norte y volver a los afganos en contra de los talibán no tuvieron el efecto esperado. Luego estaba el temor suscitado por el ántrax en EE.UU., que forzaron al Gobierno ha tener que hacer una demostración de fuerza.
"Simbólicamente, es hora de hacer más"dijo un funcionario del Departamento de Estado a principios de semana.
Cualquiera que se preguntara si "hacer más" significaba enviar tropas sólo debía mirar a los bombarderos AC-130 que comenzaron a volar en círculos sobre Afganistán, destruyendo blancos a voluntad. Si los cielos eran seguros para los AC-130, era lógico que los helicópteros de vuelo rasante podrían llevar comandos a territorio enemigo y de manera aún más fácil. En el Pentágono los estrategas militares admitieron que la campaña aérea estaba produciendo resultados cada vez menos satisfactorios. Entonces Rumsfeld cambió la retórica.
"Ustedes enfrentan una difícil misión", le dijo Rumsfeld a 2.000 pilotos y tropas aerotransportadas en Missouri. "Nuestro enemigo vive en cuevas y se oculta entre las sombras". Las fuerzas de operaciones especiales británicas y estadounidenses no sólo enfrentan un terreno traicionero y plagado de minas. Tendrán que vérselas con adversarios experimentados que no tienen nada que perder, en un lugar donde a menudo es imposible determinar si alguien pertenece a un bando u otro. "Se trata de profesionales. Son inteligentes. Vienen luchando desde hace mucho tiempo", dice Rumsfeld. Los talibán también se han mostrado capaces de soportar ataques a sus fortalezas y reabastecerse de personal.
Hasta ahora EE.UU. ha arruinado muchas de las pistas de aterrizaje en Afganistán, destruido más de una docena de aviones y helicópteros talibán y aniquilado las defensas aéreas del régimen. Pero desde Afganistán hay fuentes que señalan que los mandos del Ejército talibán no ha sido gravemente afectados. Y aunque Rumsfeld dijo haber recibido "información de inteligencia que sugiere que sectores de los talibán están decidiendo que no quieren continuar con el régimen", también hay indicaciones de que algunos están dispuestos a luchar hasta la muerte. "La moral entre los talibán es alta", dijo a TIME un trabajador de ayuda humanitaria afgano desde Kabul. "Ante los cohetes y las bombas se sienten humildes. Pero están convencidos de que pueden enfrentar cualquier ataque terrestre estadounidense".
Desde el comienzo de la campaña aérea, el Gobierno norteamericano ha intentado coordinar su estrategia militar con iniciativas diplomáticas para formar un gobierno que suceda al régimen talibán. Pero eso requiere una alquimia política difícil de conseguir. En primer lugar, Occidente debe mediar para crear consenso entre la multitud de grupos opositores afganos. En su visita a Pakistán la semana pasada, Colin Powell pareció apoyar la propuesta del presidente Musharraf para que la coalición gobernante incluya a talibán "moderados", miembros de la tribu mayoritaria pastún, del sur del país, que podrían ser convencidos, o sobornados, para abandonar el régimen actual. Pero con la llegada del invierno y sin ninguno de los acuerdos necesarios a la vista, los estrategas norteamericanos y británicos han reorganizado sus prioridades: perseguirán a Bin Laden y sus dirigentes de al-Qaeda ahora y dejarán para más tarde los intentos de erosionar la habilidad de los talibán para luchar y las preocupaciones sobre el futuro de Afganistán.
Esta estrategia se complica porque las fuerzas terrestres norteamericanas y británicas han ingresado en medio de una guerra civil. A pesar de tanto hablar de una causa común entre el Ejército norteamericano y la Alianza del Norte, los dos supuestos camaradas han marchado a distinto paso. Tras dos semanas de ataques aéreos, esta mezcolanza de soldados que buscan derrocar el régimen talibán ha comprendido que sus esperanzas no siempre encajarán con los objetivos más amplios del Gobierno norteamericano: encontrar a los terroristas y mantener al mismo tiempo la frágil coalición internacional.
Pero EE.UU. también busca formas de desactivar las sinergias explosivas que existen entre la organización de Bin Laden y los talibán. Uno de los principales objetivos del Pentágono durante la campaña de bombardeos han sido los barracones de la Brigada 55 de los talibán en Mazar-i Sharif. Los comandantes de la brigada proceden en su mayoría de Egipto y Arabia Saudita y sus miembros son árabes que fueron atraídos a Afganistán por Bin Laden para entrenarse en campamentos terroristas. Mientras que la lealtad de muchos militantes de nacionalidad afgana cambia con facilidad, los "árabes afganos" son los militantes de élite y las tropas de asalto ideológicas, que a veces son enviadas a "convencer" a los elementos reacios del Ejército talibán, que cuenta con 45.000 solados. Después de servir un tiempo en Afganistán, muchos miembros de la 55 continúan su carrera en el terrorismo internacional, a las órdenes del imperio de Al-Qaeda. "La 55 es el punto donde Bin Laden y los talibán se superponen", dice un oficial de inteligencia de EE.UU.
El puesto fronterizo norte de Mazar-i-Sharif, que la 55 ayudó a conquistar para el régimen talibán hace cuatro años, y donde permanecen 10.000 soldados talibán atrincherados, se ha convertido en el ojo del huracán de la guerra. Si la ciudad cayera ante la Alianza del Norte, la oposición conseguiría controlar un aeropuerto vital que podría ser utilizado como punto de entrada por los soldados de la Alianza y posiblemente por las tropas especiales norteamericanas. Los comandantes de la Alianza creen que una vez conquistada Mazar la resistencia talibán en el norte se derrumbará. A principios de la semana pasada los ánimos en el territorio de la Alianza cerca de Mazar eran muy optimistas. Ustud Mohammed Atta, de 37 años y comandante en jefe de la Alianza en esa zona, predijo que la ciudad sería capturada a mediados de la semana. Pero los talibán contraatacaron con dureza y hacia el viernes las fuerzas de la Alianza andaban escasas de municiones. El ministro de Interior de la Alianza comentó a TIME que sus fuerzas habían cometido un "error militar" avanzando demasiado sin proteger sus líneas. La batalla ha alcanzado un punto muerto y la mayor esperanza de la Alianza es convencer a los soldados talibán de que deserten.
Pero la Alianza del Norte no está muy contenta con el desarrollo de la guerra. La semana pasada muchos comandantes se quejaron amargamente de que EE.UU. no haya atacado el frente talibán que defiende Kabul para permitir que los rebeldes avancen sobre la capital. Horan Amin, el representante de la Alianza del Norte en Washington, dice que "desde ciertas instancias del Departamento de Estado se nos ha dicho que no les gustaría que avanzásemos sobre Kabul". Los oficiales de la Alianza dicen que podrían tomar Kabul incluso sin la ayuda norteamericana, pero los políticos les han ordenado esperar. Las pocas bombas que los aviones norteamericanos han lanzado tras las líneas talibán en Kabul -a fines de la semana pasada sólo sumaban media docena- tienen a los soldados de la alianza indignados. "Es un chiste", dice el general de la Alianza del Norte Said Khel, uno de los hombres que marcharía en primera línea hacia Kabul si el ataque llegara a celebrarse.
El peligro impredecible para las fuerzas norteamericanas que entren en Afganistán será mayor si este resentimiento, fruto de la percibida indiferencia norteamericana hacia la situación de la Alianza, desemboca en una oposición frontal contra cualquier norteamericano que se entrometa en los asuntos afganos. "Ya no necesitamos que los norteamericanos nos ayuden", dice Mohammed Farazi, comandante de operaciones de las fuerzas de la Alianza del Norte en la región de Dast-e-Qale. "Deberían dejarnos que arreglemos nuestro país nosotros solos". Trabajadores en misiones de ayuda humanitaria en Kabul han declarado a TIME que hay una creciente desilusión ante la forma en que EE.UU. está llevando la guerra. "La gente está atónita de que no esté pasando nada políticamente", dice uno, "mientras el impacto sobre la gente es cada vez peor". Incluso en el norte de Afganistán, territorio anti-talibán, los habitantes están indignados ante las noticias de las muertes de civiles en Kabul y Jalalabad durante los ataques. "Si los norteamericanos se preocupan por nosotros", preguntó Faisal Benawar, un vendedor de almendras en el pueblo de Yang e-Qale, "¿por qué matan a afganos inocentes?".
Aunque los representantes de los talibán han declarado que los líderes del régimen están vivos y se encuentran bien, la evidencia indica que el poder militar norteamericano ha provocado la huida de los líderes. Incluso antes del ataque del sábado contra Omar, el líder supremo del régimen talibán, funcionarios norteamericanos confirmaron los informes de que una nave no tripulada Hellfire había fallado en el ataque contra el convoy de Omar por escasos minutos. En kandahar, los habitantes dijeron que los misiles norteamericanos habían destrozado parte de la casa de Omar. Desde entonces, Omar va saltando de un escondrijo de montaña al otro.
Escondido entre las cuevas y barrancos de alguna cordillera afgana, Osama Bin Laden espera. Si se ha enterado que las fuerzas especiales han iniciado la caza, habrá sido por un correo llegado a pie; los oficiales del Pentágono dicen que han eliminado todas la posibilidades de Al-Qaeda de comunicarse por teléfono. Hasta que los comandos norteamericanos capturen o maten a su preciada presa, es una tontería ponerse a aventurar dónde ha establecido su escondrijo Bin Laden o cuándo lo encontrará EE.UU. Pero la llegada de las fuerzas terrestres al menos ha devuelto cierta claridad a los objetivos de una campaña que estaba empezando a perderse en la niebla. Por ahora, las discusiones sobre temas menos inmediatos, como el diseño de un gobierno post-talibán o si estados como Irak y Siria deberían ser atacados por su pasada complicidad con el terrorismo internacional, deberán celebrarse a puertas cerradas.
La paciencia sigue siendo el arma más potente de EE.UU. en su lucha contra enemigos despiadados que no le tienen miedo a su propia aniquilación. Ahora que la guerra terrestre ha comenzado de verdad, es difícil saber cómo van a escapar. En Kandahar el jueves pasado, la víspera de los ataques terrestres, algunos afganos mostraban su desprecio por los talibán y sus huéspedes terroristas. "Los talibán y los árabes [afganos] son tontos", dijo Abdul Ghafoor, un residente de Kandahar de 45 años. "Los tontos no piensan cuando se queman a sí mismos". Si es así, será mejor que tengan cuidado, porque el incendio ha comenzado.
-Informes de Hannah Beech/Dast-i-Qala, Massimo Calabresi, Mark Thompson y Douglas Waller/Washington, Michael Fathers/Tashkent, Helen Gibson/Londres, Ghulam Hasnain/Kandahar, Terry McCarthy/Islamabad, Tim McGirk/Quetta, Paul Quinn-Judge/Frente de Kabul y Rahimullah Yusufzai/Peshawar
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