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Los adoradores de Hubbert y las nuevas energías
El boom inaugurado por Drake estaba en su apogeo. Estados Unidos tenía nuevos millonarios, las compañías brotaban como hongos después de la lluvia y se expandían por el mundo, sus acciones eran más deseadas que el oro y casi todas las semanas se encontraba más petróleo. Se fabricaban automóviles cada vez más grandes y se los convertía en el sello nacional. Ese era el humor en 1956 cuando Hubbert dijo, en una reunión del American Petroleum Institute, que en menos de 20 años se llegaría al pico de producción y que a partir de allí los yacimientos norteamericanos comenzarían a secarse.
Así nació la llamada "curva de Hubbert", que se hizo famosa junto con su creador en 1971, cuando los pozos petroleros, efectivamente, entraron en declinación irreversible. Hubbert había sido bastante preciso en su pronóstico: "a finales de la década del ´60 y principios de la del '70"1 . Cuatro años después, la National Academy of Sciences reconoció que los cálculos de Hubbert habían sido correctos y que sus propias estimaciones, bastante más optimistas, estaban erradas.
Pero el geólogo, geofísico2 , matemático e investigador de la Shell no había hecho futurología. Había aplicado un modelo de cálculo y probabilidades (que se conoce como "campana de Gauss") para proyectar el comportamiento de los yacimientos en base a su producción y la acumulada. Esto es porque los yacimientos tienen un ciclo de vida, como los organismos vivos, determinado por su propia energía o "halo vital". La producción se inicia, crece, alcanza un punto máximo de desarrollo, le sigue cierto período de amesetamiento, luego comienza la declinación y, finalmente, sobreviene la muerte.
Y advirtió que la disponibilidad de las reservas no dependía de los costos económicos de extracción, sino de los costos en energía, concepto que se conoce también como "retorno de la energía invertida". A medida que un yacimiento pierde su energía natural, se necesita más energía del otro lado para compensarla, con lo cual la relación se empareja. Cuando esa relación es 1:1, el petróleo deja de ser una fuente primaria y se va por los caños su eficiencia energética. Por ejemplo, en la época de mayor producción de los campos petroleros en Estados Unidos, por cada barril de petróleo invertido se recuperaban 50 barriles, mientras que ahora se recuperan apenas menos de cinco.
CUESTA ABAJO
Dado el carácter no renovable de los hidrocarburos fósiles, nunca estuvo en discusión que éstos se acabarán alguna vez. La cuestión es saber cuándo se empieza a bajar la cuesta. Un dato crucial, puesto que la campana de Gauss muestra que la caída es casi tan rápida como el ascenso.
En 1971, Hubbert tomó los datos disponibles de las reservas mundiales, la intensidad de la extracción y la evolución estimada de la demanda, entre otras variables, y aplicó su ya probado modelo. El resultado fue que se alcanzaría el pico de producción ("peak oil") entre 1995 y 2000. Pero sucedió que la producción siguió aumentando en ese lapso, con lo cual Hubbert obtendría su primer aparente fracaso. De cualquier manera, no pudo verlo, ya que murió en 1989.
Aun así, no sólo dejó su teoría intacta como herencia, sino muchos seguidores. La Association for the Study of Peak Oil (ASPO) es una organización internacional integrada por especialistas en estos temas, casi todos con larga experiencia en la industria petrolera. La ASPO dice que Hubbert sólo erró por 10 años, o un poco menos, en su pronóstico. Explica que hubo variables que aquél no pudo prever, relacionadas principalmente con la gran crisis energética de 1973 que sacudió a Estados Unidos (principal consumidor mundial) y a toda Europa, otras de menor intensidad que sucedieron en los '80 y los períodos de desaceleración económica en el mundo desarrollado, todo lo cual contrajo la demanda. Introducidas estas correcciones, la declinación comenzaría en 2007, según ASPO.
Aunque le hubiera errado un poco, durante e inmediatamente después del período en que Hubbert ubicó el inicio de la caída pasaron cosas: la demanda volvió a retomar un ritmo casi furioso, con China a la cabeza; los descubrimientos empezaron a espaciarse y de hecho no ha habido ninguno significativo; las reservas mundiales se redujeron; y la guerra en Irak y luego el huracán Katrina, que sacó de escena temporariamente al Golfo de México, desnudaron la impotencia de los "manantiales" de Medio Oriente para aumentar su producción.
Sin embargo, la Agencia Internacional de la Energía y la Administración de Información de la Energía de Estados Unidos dicen que el "peak oil" recién se producirá en 2025, aproximadamente. Estas agencias aplican la misma curva de Hubbert, sólo que le introducen datos más optimistas: por ejemplo, los crudos extrapesados y otros hidrocarburos ahora no explotados; parten de una mayor existencia de reservas3 y confían en que el mundo se volverá ahorrativo.
Obviamente, cuando antes comience la declinación, antes se acabará el petróleo (el gas durará un poco más), por lo que una diferencia de un cuarto de siglo entre una previsión y otra no es poca cosa. En la dinámica vertiginosa de la globalización, 25 años es, por lo menos, un período económico completo. De modo que ahora la discusión es sobre el tiempo de que dispone la estructura socioeconómica mundial para buscar alternativas energéticas sin que el sistema se desmorone caóticamente.
Si la AIE y la administración norteamericana parecen enviar, otra vez, un mensaje demasiado optimista (que produce un peligroso relajamiento), tal vez ASPO y otros sectores afines estén demasiado adheridos a la idea de la catástrofe.
Los organismos oficiales, imbuidos necesariamente de un matiz político y conservador en sus posturas y pronósticos, se atrincheran detrás de estas ideas-fuerza: a) aún hay bastante petróleo y gas; b) se ahorrará y/o consumirá energía más eficientemente; y c) las energías alternativas son una realidad y se desarrollan rápidamente. Por lo tanto, la transición será natural e indolora.
Del otro lado, se replica: a) no hay tanto petróleo y gas como se dice y es cada vez más difícil extraerlo; b) el consumo de hidrocarburos va en aumento; y c) no hay energía alternativa conocida capaz de liberar a la economía mundial de su drástica dependencia del petróleo. En otras palabras, se viene el apocalipsis energético. La única solución es desindustrializar la economía y reinventar las propias bases de la producción y el comportamiento social puesto que, así como vamos, estamos agotando los recursos del planeta con la eficiencia de una expedición militar de termitas hambrientas.
Si resultara que Hubbert tuviera razón otra vez, la destrucción de las economías no reconvertidas a tiempo (del que no se dispondría ya), comenzará de abajo hacia arriba; es decir, por los países pobres primero.
A principios de este mes, la Comisión Europea presentó el "Libro Verde de la Energía", que contiene una veintena de medidas necesarias para asegurar el abastecimiento energético en la región a mediano y largo plazo. Una de las premisas principales es que en el año 2020 la UE deberá consumir 20% menos energía, lo que implica un esfuerzo mayúsculo en ahorro y eficiencia. Ahora cada país miembro debe aprobar los postulados, que pasarán a ser obligatorios antes de fin de año, cuando se publique el "Libro Blanco". El ahorro y otras medidas contenidas en ese trabajo son objetivos, lo que no garantiza que sean alcanzados. (Por ejemplo, la región va en mora con los objetivos de reducción de emisiones asumidos en el Protocolo de Kyoto). Pero lo que interesa aquí es que el Libro Verde ya es bastante criticado, porque parece que no es tan "verde". Eufores (European Forum for Renewable Energy Sources), integrado por parlamentarios, dijo que no existe en ese plan estratégico una contundente acción a favor de las nuevas energías, sin las cuales no podrán alcanzarse los objetivos de sostenibilidad energética, autoabastecimiento, creación de nuevos empleos, ni será posible la lucha contra el cambio climático.
Cosas como éstas son las que renuevan las convicciones de ASPO, que no cree que, al menos antes de 100 años, las energías alternativas puedan ser, precisamente, una alternativa. Los adoradores de Hubbert en su versión más catastrófica cuestionan particularmente con rudeza a las dos tecnologías que ven con más potencial: los combustibles vegetales y el hidrógeno.
Pero el problema de esta visión tan pesimista es que sus cálculos apuntan a que las fuentes alternativas, una o dos de ellas, deberían reemplazar todo el petróleo que hoy se usa. Poner las cosas así es como patear un penal sin arquero. El sector del transporte (ferrocarril, barcos, aviones, camiones, automóviles, etc.) es el que consume la mayor parte del petróleo. Si se quisiera reemplazar, por ejemplo, con combustibles de origen vegetal a los combustibles fósiles, haría falta tres veces la actual superficie cultivada del planeta. Es una cuestión de volumen y densidad energética. Las naftas o el gas oil siguen siendo el mejor medio de acopio y transporte de energía a temperatura y presión ambientales.
Pero el tema puede pasar por otro lado. Rochester es un pintoresco pueblo del medio oeste norteamericano, donde se dice que el combustible crece. Región de producción maicera por excelencia, en algún momento le encontraron la vuelta a los bajos precios y se pusieron a producir etanol con parte de su maíz. Actualmente 85% de cada galón de gasolina que se consume en la zona es maíz transformado y el resto es gasolina tradicional. En Minnesota hay 17 refinerías de este tipo. Los farmers no dicen que pueden abastecer a Estados Unidos. Les basta con su comarca.
Otro enfoque de la misma cuestión. Suecia está empeñada en llegar, en 15 años, a consumir solamente energía de fuentes renovables o no petroleras. No construirá ninguna planta nuclear más y ha pedido a empresarios, científicos, agricultores, etc. que presenten ideas para llegar a esta meta. En 1970, 77% de la energía provenía del petróleo y el gas y actualmente esa dependencia bajó a 32%. El petróleo (unos 320.000 barriles por día) prácticamente sólo se usa en el transporte, pero el gobierno está en tratativas con Saab y Volvo para cambiar hacia motores capaces de utilizar biocombustibles. País maderero, usan la corteza, el aserrín y hasta la última ramita del árbol para producir electricidad y calor. También usan sus fuentes geotermales. El ingreso anual per cápita es de 38.000 dólares y aún así, no quieren usar más petróleo porque consideran que será cada vez más caro.
A fines del año pasado, Ambito Financiero organizó un seminario en Neuquén para hablar de estos temas. Un septuagenario productor de Santiago del Estero (de la Asociación de Productores Forestales de aquella provincia) cruzó medio país en ómnibus para mostrar unos planos que permitirían hacer mucho más eficientes los hornos en los cuales se quema leña para obtener carbón. Su sabia intención era lograr la mayor eficiencia energética de la biomasa (que no agrega CO2 a la atmósfera), porque la leña es la principal y a menudo única fuente de energía para miles de familias de aquella región.
Ni los granjeros de Minnesota, ni los suecos, ni el productor santiagueño, se sentaron a esperar a que el cambio se derramara desde la cúspide tecnológica de la globalización. Han pretendido hacerlo ellos en su propio espacio y con lo que tenían a mano. A veces, la mejor forma de salir del laberinto es por arriba.
Y es probable que tampoco hayan leído a Hubbert. Sin caer en el fatalismo de ASPO ni en la laxa visión de la AIE o de Exxon (ver recuadro) la lección es que la migración hacia nuevas fuentes de energía podría ser más factible a partir de la reconversión gradual de pequeñas regiones y en base a los recursos que éstas tengan disponibles, lo que quitaría presión sobre las fuentes tradicionales.
Si la clave es la diversificación, hay países con inmejorables condiciones, aún mejores que la de los suecos. No son muchos; y Argentina es uno de ellos.
2 Aunque fue más conocido por su famoso "peak oil", Hubbert también hizo valiosas contribuciones estudiando la elasticidad de las rocas subterráneas, que se comportan en forma similar a la arcilla sometidas a las grandes presiones; y el movimiento de los fluidos en las profundidades.
3 La real disponibilidad de los crudos extrapesados y otros hidrocarburos ahora no explotados, como las arenas bituminosas, es fuertemente cuestionada, en base al criterio de eficiencia energética y al impacto ambiental que supondría, en el segundo caso, remover millones de toneladas de material impregnado para rescatar el hidrocarburo. En cuanto a las reservas, últimamente éstas han sido "retocadas" a la baja por algunas empresas, sin que esas correcciones (que en el caso de Shell fueron de 1.000 millones de barriles en el 2004) estén reflejadas aún en las proyecciones de las agencias oficiales. Expertos han señalado, también, que las reservas del mayor campo petrolero del mundo, el Gehwar, en Arabia Saudita, serían menores a las publicadas oficialmente. El supercampo petrolero Cantarell, de México (que aporta 60% de la producción total de ese país), ya entró en declinación.
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