12 de octubre 2007 - 00:00

Magia y misterio de una ruta de pioneros

Magia y misterio de una ruta de pioneros
Era un viaje idiota. Eso hubieran pensado algunos. Era poco comprensible ir de Ezeiza al aeropuerto Merino Benítez para regresar de inmediato a Ezeiza, sin siquiera ir a comprar una botella de pisco a Santiago de Chile. Eso podía perdonarse en un vuelo de bautismo, no en un incorregible viajero. Pero para un periodista se podía considerar una de las gratificaciones de su labor: la posibilidad de experimentar en carne propia el confort del que habitualmente gozan unos pocos privilegiados. Insospechadamente el periplo aéreo se transformó, gracias al comandante Gaël Seguin, en la experiencia de sentir que se está conduciendo un Boeing 777 sobre los Andes, que se pueden mover las alas en homenaje a un lugar mágico y trágico, que se está recorriendo la ruta que diseñaron unos locos pilotos franceses pioneros de las líneas comerciales que impulsaron la aviación argentina y, para colmo, uno de ellos fue un extraordinario poeta, narrador y ensayista.

COMPROBACION
Es fácil, apenas se lo prueba, hacerse adicto a lo mejor. La comodidad de l'Espace Premiere (First Class) y de l'Espace Affaires (Business)
de Air France
indudablemente envicia. La carta propone «souper á la carte», un plato de «noix de Saint- Jacques poelées» preparado por el chef Guy Martin, del Grand Véfour de París, bebiendo una copa de Meursault «Les Clous» 2003 Bouchard Pére & Fils elegido por Olivier Poussier, «World's best sommelier 2000». Es fácil entrar en la soberbia ensoñación entre tales deleites, y no sentir envidia de los 4 magnates que pueden acceder a un espacio superexclusivo de aún mayor refinamiento e intimidad.

ADRENALINA
Hay un momento en que el bienestar sobra y algo al periodista le reclama adrenalina. El Officier Pilote de Ligne Gaël Seguin se dio cuenta de
eso: «Venga a compartir el despegue de Santiago, de paso le muestro un aparte de nuestra historia, recordamos juntos al autor de 'El Principito' y discutimos si es verdad que la Argentina tiene su Triángulo de las Bermudas». La cabina es amplia. Piloto y copiloto ya están en sus asientos. Nos preparamos para despegar. Carreteo y arriba. Se debe estar curtido para esa reiterada zambullida hacia las nubes. Ellos no sólo están atentos al volante sino al tablero y al techo sembrado de perillas, botones, pantallitas, computadoras, manijas, artilugios, artefactos, que no dejan de mover. Gaël sonríe. «¿Se imagina lo que era volar con aquellos avioncitos de papel y sólo con una brújula? Una mujer, una francesa, Adrienne Bolland, fue la primera persona en cruzar los Andes, en 1920. Tras ella vendrían hazañas de chilenos y de porteños como Vicente Almandos Almonacid y Carlos Martín Noel. Pero si hubo alguien que convirtió en permanente el cruce de los Andes por el sur fue Jean Mermoz, el más grande piloto de la Sociedad Aeropostal creada por Pierre-Georges Latécoére, raíces de lo que hoy es Air France. Pero, espere, ya entramos en territorio argentino, en Mendoza. Ahí está el volcán Maipú, vamos a pasar por un lugar trágico y mágico. Cerca de la ruta, junto a la laguna del Diamante hay una cruz que marca algo de eso».
El Boeing se inclina levemente. Abajo todo es blanco sobre blanco. «Ahí capotó el 13 de junio de 1930 el Potez 25 de Henri Guillemet. Se envolvió con el paracaídas, dejó que pasaran dos días de tormenta y comenzó a caminar. Fueron 4 días de dura travesía. Todos lo daban por muerto. Cuando lo vieron venir una puestera y su hijo pensaron que era un extraterrestre. Al día siguiente volaba a buscarlo Antoine de Saint-Exupéry. Guillemet al verlo le dijo: 'Logré hacer lo que no haría un animal, es que pensaba: todos tienen confianza en mí y soy un canalla si no camino'. Eran corajudos esos tipos». «Esa historia la contó en detalle Saint-Exupéry en esa lección de humanismo que es 'Tierra de hombres',
obra de la que Joseph Kessel dice que es 'el canto más bello sobre los pilotos de línea'. ¿Estás de acuerdo? » El copiloto sonríe: «Siempre
que no sea la película que hizo Jean Jacques Annaud». «A Saint-Exu, que fue un incontenible aviador, Jean Mermoz lo designó en 1929 director de la Compañía Aeropostal Argentina. Vivió en los altos de la galería Güemes, y después de separarse de la escritora Louise de Vilmorin se dice que tuvo amores con una correntina, para terminar casándose con una riquísima viuda salvadoreña. Antoine no había nacido para burócrata. Se dedicó a inventar en el cielo caminos a la Patagonia. De allí se trajo una foca que era como su perro, vivía en la bañera de su casa y le aplaudía cada vez que llegaba. A partir de eso, Saint- Exu escribió sus libros 'Correo del Sur' y 'Vuelo nocturno'.»

MAGIA Y AMOR
¿Por qué eso del lugar trágico y mágico? El copiloto sonríe. «Hay quienes sostienen que entre la laguna del Diamante, el casco de la estancia El Sosneado y el chileno Portezuelo de las Lágrimas han ocurrido y ocurren cosas raras, que es una especie de Triángulo de las Bermudas. Ahí, por donde pasamos, cayó Guillemet. Ahí hallaron congelados como si fueran un monumento a 5 contrabandistas y 14 caballos.
Por allí cayó el avión de los deportistas uruguayos de 'Viven'. Hay cuevas que no han podido ser recorridas y que tuvieron antiguos habitantes,
y no hay que pensar que aquí tienen un abominable hombre de las nieves. Y hay más. Bueno, por eso ahí Perón hizo construir en los años '50 un Observatorio de Rayos Cósmicos ». El copiloto sabe las leyendas del lugar y se burlade ellas. «Estamos llegando a Ezeiza, ajústese los cinturones», ordenó Gaël, y agregó: «Nuestros predecesores en Air France hicieron el primer enlace aéreo entre Europa y la Argentina. Vinieron trayendo correspondencia y terminaron enamorándose de Buenos Aires». Desde Ezeiza avisaron que había que esperar para aterrizar. «Demasiado tráfico. El turismo descubrió lo que hace cincuenta años conversaron Mermoz y Kessel: Buenos Aires ha tomado prestados los rasgos de todas las capitales, y en esta ciudad, ubicada a 12 mil kilómetros de París y de Nueva York, el parisino y el norteamericano sólo experimentan una sorpresa: la de no sorprenderse.»

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