2 de mayo 2008 - 00:00

Otro modo de ver Perú: con la mirada de sus artistas

Otro modo de ver Perú: con la mirada de sus artistas
El 24 de abril se inauguró en Li- ma la megamuestra Grandes Maestros del Arte Peruano. Quienes la visiten tendrán un modo de apropiarse de aquello que parece siempre escurrirse entre los dedos cuando se conoce Perú: el alma de un pueblo que, cuando más evidente nos parece, más difícil y enigmático se vuelve.
Dentro de todos los destinos turísticos que se nos proponen, algunos son imponentes como el Machu Picchu, otros abrumadores y silenciosos como Chan Chan, la ciudadela de barro más grande del mundo. Pero a medida que se recorre Perú, la pregunta crece: ¿qué quedó de ese imperio deslumbrante, qué memoria, orgullo u olvido, guardan esos ojos oscuros? ¿Por dónde pasa el fino trazo que hilvana el ayer y el hoy?
La respuesta una vez más la tienen los artistas, aquellos que tomaron las antorchas prohibidas por el conquistador y las conservaron casi en silencio durante siglos. El colla sojuzgado por el blanco y obligado a tallar altares para dioses que no le pertenecían, se las ingenió para mezclar entre los ángeles pequeñas víboras casi imperceptibles que fueron el símbolo del Imperio inca. Será tarea de antropólogos seguir estos rastros, pero es un rotundo y magnífico dato de la realidad actual de Perú que por primera vez los cuatro maestros más importantes se reúnan en una sola gran muestra en Lima: Urbano, Rojas, Mérida y Sánchez. Todos surgidos de la entraña misma de ese pueblo que se deja ver, se de-vela en sus trabajos.
Si uno buscara un común denominador entre sus obras, sus vidas podrían señalar que todos son del interior. Dos de ellos son del Cusco, la capital del imperio, y los otros de Ayacucho, cercano al Cusco; tres son hijos y nietos de artesanos y ebanistas. Sus obras, de fuerte impacto local, tan inspiradas y sostenidas por la imaginería popular, terminan insertándose en los grandes movimientos artísticos del mundo. Como si la imposible respiración de Jerónimo Bosch o del expresionismo alemán hubiese tocado sus trabajos.

SANTIAGO ROJAS
El siglo XX era todavía muy joven cuando nacía Santiago Rojas (1917), aunque, justo es decirlo, no hay forma de saber cuán joven o cuán milenario era el siglo en Cusco, ex capital del Imperio incaico, donde el tiempo, como puede dar fe cualquier viajero, se distorsiona, se alarga y se diluye con el color de los adobes. La biografía de Santiago Rojas destaca en el acto que fue danzante de las fiestas de la Virgen del Carmen de Paucartambo.
Ese dato, para un occidental y cristiano, se asocia con las procesiones solemnes que acompañan a las vírgenes de estas latitudes. Grave error. Una vez más, el Perú profundo emerge en su obra con un paganismo luminoso, con máscaras de colores restallantes, con plumas, con disfraces que convierten el sobrio hecho religioso en una fiesta de viva entraña popular. ¿Cómo ser un artista y danzarín de la Virgen sin que la imaginería se filtre por las venas y termine estallando en una obra tan singular como la de Rojas? Recuerdos, sueños, visiones de su mundo interior, todo crea el universo del artista que no sólo evoca, sino que incorpora la vida cotidiana, juega con los tamaños y los movimientos para contar la historia.
Al igual que Sánchez y Mérida, Rojas aprende ebanistería y talla junto a su padre y su hermano. Sus primeros trabajos fueron la restauración de imágenes religiosas de las iglesias. Pese a estos comienzos, en su obra se inclina por las máscaras desafiantes, que tributan más a su dioses olvidados que a los dioses aprendidos.
Rojas obtuvo el primer premio en el Concurso de Arte Popular organizado por el Instituto Americano de Arte del Cusco, el premio Gran Maestro Nacional otorgado por la Asociación Nacional de Desarrollo y el Ministerio de Industria y Turismo de Perú, y algunas de sus obras forman parte de la colección del Smithsonian Institute de Washington, Estados Unidos.

EDILBERTO MERIDA
También de la capital imperial, también hijo de artesanos, nacido en 1927, Mérida aprende de su padre el arte de la talla en madera y de la ebanistería. Edilberto se aleja de la policromía de Rojas, de las formas de Sánchez, de los inefables retablos de Urbano y se introduce en la poética del desgarro.
Frente a sus esculturas es imposible no pensar en el expresionismo y evocar el famosísimo cuadro (entre otras cosas por los robos que ha sufrido) «El grito», del noruego Edvard Munch. Sus figuras son patéticas, agotadas, empobrecidas, deformadas por un cansancio infinito.
A medida que su mirada se profundiza, los personajes se irritan y se alzan en protesta, con puños en alto y gritos silenciosos. Sus estómagos se convierten en un hueco, donde pareciera caber todo el hambre de los hambrientos de Perú. Se lo podría calificar como arte de denuncia o arte de militancia, como fue el de los muralistas mexicanos, pero cuando se habla de arte ya no se nombra sólo al Perú sojuzgado, sino a todos los sojuzgados del mundo.
Durante su larga trayectoria, Mérida fue profesor en la Universidad de España (Tenerife, España), Doctor Honoris Causa en la Universidad DePauw (EE.UU.) y es reconocido como Patrimonio Cultural Vivo de la Nación por el Instituto Nacional de Cultura.
Un paseo por el Cusco debería incluir la visita a su galería en el barrio de San Blas, donde expone sus obras de manera permanente.

JESUS URBANO
Nacido en 1925 en Ayacucho, a Urbano se lo define como «retablista». El arte del retablo en Occidente nace y continúa con las imágenes sagradas. No es ése el caso del Perú, donde el retablo, aunque a veces conserve sus orígenes, se transforma en ventanas que terminan por alejarse de toda referencia a lo religioso. Es un lugar para mirar la vida que pasa, o lo que pasa en la vida, y una vez más ese Perú esquivo se hace presente. Urbano glorifica esta tradición y la lleva a sus límites más altos.
En su juventud, Jesús Urbano trabajó como arriero; esto podría ser un detalle menor en una trayectoria tan larga, pero una mirada atenta sobre su obra permite ver huellas de esta experiencia en sus esculturas y en algunos de sus retablos, donde los animales se deforman o se vuelven míticos, pero básicamente se apiñan en un conglomerado onírico y barroco.
Hay perfección e ingenuidad en las formas, que cuentan historias distintas: Adán y Eva sorprendidos en el Paraíso, con la manzana transformada en rojo fruto del trópico, o un «relato» de una fiesta tradicional tan llena de gente y de detalles que se transforma en un mundo en sí mismo.
Obtuvo el Primer Premio Latinoamericano de Arte en Santiago de Chile, el Primer Premio en el Festival Mundial realizado en Tokio, y el Primer Premio también en el Festival Mundial realizado en Los Angeles, Estados Unidos. Es reconocido con el grado de Gran Maestro por el Estado peruano.

MAMERTO SANCHEZ
Es ceramista y con sus 66 años es el más joven de los cuatro; nació en 1942, en Ayacucho, y pasó su infancia en el taller de sus mayores. Su padre Santos y su abuelo Francisco, quienes también trabajaban en cerámica, son, quizá sin énfasis, sus primeros maestros en el trabajo de la cerámica, con esa eficacia y naturalidad que una generación pasa sus conocimientos a las que le siguen.
Sin embargo, Sánchez, que aprende todo de sus mayores, se rebela. Con todo el saber y la técnica de la cerámica de Quinua, sus obras plantean un cambio, otra concepción del mundo, aun desde los formatos tradicionales. Hay en él una suave ironía, un cierto sentido lúdico que escapa a la tradición e impone su impronta a la cerámica. Quizá su quiebre definitivo, la trasgresión que lo consagra como artista sea el tamaño a veces sorprendente de la obra, alternado con formatos tradicionales, íntimos, dejando claro que es su voz la que marca la dimensión de su obra y no el objeto el que pone límites a su voz.
Y en 1967 recibió una mención de honor en la Primera Bienal Nacional organizada por el Museo de Arte de Lima. De allí en más, su reconocimiento asciende año tras año hasta que en 2000 alcanza su consagración con el Gran Premio Nacional.
Ese viaje que comenzó en Ayacucho hace más de 50 años, continúa a través de sus piezas, que se encuentran en museos y en colecciones privadas del Perú y del extranjero.

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