23 de septiembre 2005 - 00:00

Pinceladas de un pasado glorioso

Cartago, tierra de geniales mercaderes y viajeros, centro de la cultura fenicia, a la que Roma buscó arrasar cubriéndola de sal, cuenta con ruinas que son hoy Patrimonio de la Humanidad.
Cartago, tierra de geniales mercaderes y viajeros, centro de la cultura fenicia, a la que Roma buscó arrasar cubriéndola de sal, cuenta con ruinas que son hoy Patrimonio de la Humanidad.
Según Virgilio, Cartago fue fundada en el año 814 antes de Cristo por habitantes de Tiro que huían de las incursiones asirias. La nueva urbe tardó poco en extender su influencia comercial y sus territorios. En el siglo IV aC ya era rival de Roma y Atenas. Pero no todo fueron victorias: el intento de conquistar Sicilia se saldó con una derrota. La epopeya de Aníbal cuenta los heroicos viajes cruzando los Pirineos y los Alpes con 50.000 hombres, 9.000 jinetes y 37 elefantes logrando victorias hasta Capua.

La lectura previa de la historia y la imaginación ayudan a rememorar un pasado glorioso. Con el ticket comprado para conocer los yacimientos, la visita puede comenzar por los vestigios púnicos. Los monumentos se encuentran bastante lejos unos de otros y no están muy bien señalizados. Aquí se esconde uno de los capítulos más terribles de la historia de Cartago: el tophet, conocido también como santuario de Tanit y Baal-Hamomon, el espacio de culto púnico más antiguo de la ciudad. En él fueron sacrificados en piras sagradas durante siglos miles de niños, mayoritariamente de familias nobles, en honor al dios Baal-Hammon. Recogían sus cenizas en urnas y las enterraban bajo una estela. A lo largo de los siglos, éstas cambiaron de forma pero mantuvieron los dibujos, con trazos poco marcados en unos casos y significado religioso o mágico, sobre todo un disco solar coronado por una luna creciente que representa a Baal-Hammon o el signo de Tanit.


«DELENDA EST CARTAGO»

Después de las derrotas frentea Escipión -Hispania y Zama, en el año 202-, la gran Cartago perdió muchas de sus posesiones y se replegó. Por poco tiempo. La ciudad seguía despertando recelos y durante un tiempo un senador romano, Catón, acabó sus discursos con un mensaje para su enemiga: «Cartago debe ser destruida». En un período en el que la ciudad tunecina estaba en guerra con un país vecino, Roma asedió de nuevo la urbe. Tras tres años de resistencia heroica fue tomada y arrasada.

La época púnica daba paso a la romana, con César, primero, y Augusto, después, en el poder. Se convirtió en la capital de la provincia romana de Africa. Pero al caer el Imperio, Cartago fue invadida por vándalos, bizantinos y árabes.
Son precisamente las termas de Antonino las ruinas más significativas de los monumentos romanos. Aunque fueron destruidas por los vándalos y sólo queda en pie la parte inferior y los sótanos, merece la pena detenerse en ellas.

La entrada conserva un gran encanto. Todavía se mantiene el trazado de las vías que llevaban hasta las termas. En el recorrido se pueden encontrar algunas vistas panorámicas maravillosas y en el jardín se pueden contemplar estelas púnicas y romanas; la capilla bizantina del siglo VII merece la pena. Llama la atención la columna frigidarium, de 15 metros de altura. No muy lejos de las termas de Antonino está el teatro, en el que en julio y agosto se celebra un festival internacional.
Los que quieran ir un poco más allá en el conocimiento de la ciudad deben pasar por el Museo Nacional de Cartago, situado en la cima de la colina Byrsa, donde se muestran objetos cerámicos y funerarios de la época púnica y esculturas descubiertas en la colina, vasijas y lámparas de la etapa romana. Junto al museo se ve el Acropolium, catedral de estilo bizantino morisco, con forma de cruz latina. Aunque fue abandonada en los años 60, el gobierno decidió reconstruirla en 1990 a partir de las ruinas que quedaban.

El Museo Paleocristiano, oportunidad de acercarse al cambio urbanístico que sufre la ciudad, y el palacio presidencial de Cartago completan una oferta que supone una parada obligada en cualquier viaje a Túnez. Como lo es Sidi-Bou-Said, pueblo cercano a Cartago con cierto aire ibicenco, que, al menos, requiere la atención del visitante durante unas horas. Este balcón sobre el mar en el que cualquier adjetivo es merecido, es quizá el pueblo tunecino más conocido. El blanco y el azul conviven en perfecta consonancia, los elementos arquitectónicos de las Cícladas y del Al-Andalus se dan la mano.

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