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Se acerca la hora
Al parecer llegó la hora clave. La guerra silenciosa contra el terrorismo -la que tiene como escenarios a estaciones de policía, cortes judiciales y bancos- no ha terminado y continuará durante años. Pero la semana pasada comenzó la guerra ruidosa, la protagonizada por estallidos que sacuden montañas, ráfagas de ametralladoras y estruendosas explosiones de bombas de aire-combustible. Como todas las batallas, ésta tenía características surrealistas. Las noticias de misiles crucero y bombas guiadas de alta precisión que impactaban en Afganistán, y de bombarderos B-2 Stealth llegados a Asia Central desde la base Whiteman de la Fuerza Aérea en Missouri, casi en las antípodas, hacían que los noticieros de las ocho parecieran mucho más fantasiosos que cualquier novela de ciencia-ficción.
Soldados de operaciones especiales estarían actuando como guías para los posteriores ataques aéreos. Para el presidente George W. Bush y el primer ministro británico Tony Blair y sus soldados, ha llegado el momento de la verdad. Sabían que tarde o temprano la guerra bajaría de los aires y pasaría a ser terrestre; que habría luchas feroces en cuevas y cañones, gargantas abiertas a cuchillo y cuerpos mutilados. "A nuestros soldados les tocará matar", dijo un veterano de las fuerzas especiales del Ejército la semana pasada. No era necesario que terminara la frase con un corolario obvio: para que Osama Bin Laden y sus seguidores sean extirpados y destruidos, a nuestros soldados también les tocará morir.
Así como la guerra es ahora una realidad para los estadounidenses, también lo es para los habitantes de Afganistán, un país del tamaño de Texas que lleva luchando 20 años contra los soviéticos y en conflictos civiles. Los bombardeos "fueron para nosotros algo normal", dijo Mohammed Kashim, un joven de 23 años que estaba en el ministerio del Interior en la atormentada Kabul cuando llegaron los primeros ataques. Sin embargo, "las mujeres y los niños salieron a las calles. Daba Igual, ya que en Kabul no hay ningún lugar seguro para protegerse de las bombas". Muchos abandonaron la ciudad. Octubre, el mes de la cosecha de uvas y melones en Afganistán, encontró a camiones cargados con fruta demorándose hasta 24 horas en su camino desde Kabul hacia los mercados de Peshawar, un pueblo en la frontera con Pakistán. Se calcula que el 60% de la población de Jalalabad, al norte del pasaje Khyber hacia Peshawar, se ha escondido en los pueblos de montaña, relativamente seguros, o en Pakistán, al otro lado de la frontera.
Así como las víctimas civiles son una constante de la guerra, también lo son las consideraciones políticas. En ese sentido Afganistán no es diferente de otros lugares y la campaña aérea es una prueba fehaciente de ello. Los bombardeos de la semana pasada fueron efectuados por aviones B-2 salidos de la base Whiteman, por B-1 y B-52 venidos de la base de Diego García, una pequeña isla en el océano Indico, y por cazas F-18 de la marina, provenientes de los portaaviones Carl Vinson y Enterprise. Los misiles crucero partieron de submarinos y barcos. Más de 60 blancos fueron alcanzados, incluyendo sistemas de defensa aérea, depósitos de armas, y campos de entrenamiento dirigidos por los talibán y por Al-Qaeda.
Los ataques disminuyeron el sexto día, en parte para respetar las oraciones de los viernes en las mezquitas. Los bombardeos se reanudaron en la mañana del sábado, pero para entonces había quedado bastante claro que Afganistán no es "un ambiente rico en blancos",como se dice en la jerga del Pentágono. Rumsfeld lo dijo con su estilo inimitable: "No es que nosotros nos estemos quedando sin blancos. Afganistán se está quedando sin ellos".
¿Qué nos espera ahora? EE.UU. tiene tres opciones para llevar sus grupos comando a Afganistán. Puede utilizar las bases en Pakistán y Uzbekistán, puede instalar un campamento transitorio en la propia Afganistán o puede utilizar el portaaviones Kitty Hawk -que ahora está aprovisionándose en Omán- como base para el Regimiento Aéreo 160 de Operaciones Especiales, la unidad de helicópteros del Ejército. La primera opción puede producir tensiones políticas, y nadie está demasiado convencido de hacer lo segundo. Entonces, aunque las fuerzas especiales utilicen ocasionalmente las bases paquistaníes para emergencias o para cargar combustible, el Kitty Hawk probablemente sea el candidato número uno como base primaria de operaciones especiales continuas desde el mar Arábigo.
Una vez en el teatro de operaciones, casi toda la tarea de rastrear a Bin Laden y a sus seguidores recaerá sobre la supersecreta Fuerza Delta. Esta unidad está formada por tropas de 15 a 21 hombres o equipos de cuatro a seis hombres que llegarán por helicóptero hacia su destino, ocultándose entre cañones bajo la protección de la noche Algunos comandos contarán con francotiradores; otros patrullarán el desierto en sus buggies diseñados especialmente para andar sobre dunas; otros incluso practicarán sus conocimientos de montañismo, trepando por las escarpadas montañas de Afganistán. Durante muchas misiones relámpago de "encontrar y destruir", el objetivo será que las tropas hagan su labor con una rapidez tal que les permita abandonar el suelo afgano en menos de una hora.
¿Funcionará todo esto? Los helicópteros serán vulnerables a los alrededor de 100 misiles Stinger lanzados por bazookas que la CIA dejó en manos de los talibán durante la guerra contra los soviéticos. Los Stinger tienen uno de los mejores récords de cualquier máquina de matar que se haya inventado: según un estudio del Ejército de EE.UU. elaborado en 1989 los afganos abatieron 269 aviones soviéticos en 340 intentos utilizando estos misiles.
Y además está la contribución más tenebrosa de Afganistán a esta guerra moderna: la cueva. Los precipicios de piedra caliza de Afganistán están atiborrados de cuevas naturales, muchas de ellas con entradas múltiples y todas aptas para convertirse en trampas explosivas. El Pentágono está convencido de que Bin Laden y su grupo más cercano se encuentran escondidos en cuevas y que podrían irse de una a otra cada día. Algunas son tan grandes que pueden verse en imágenes satelitales, y la Fuerza Aérea ya las ha tomado en cuenta como blancos. Las bombas para destrucción de refugios EGBU-28 pueden atravesar paredes de piedra de 6 metros de espesor antes de detonar. Los B-2s ya dejaron caer estos monstruos la semana pasada y funcionarios del Pentágono se alegraron al comprobar que las explosiones en algunas cuevas impactadas continuaron durante horas tras la caída de las bombas. Los explosivos de aire-combustible también pueden ser útiles; un aerosol explosivo puede inyectarse en la entrada a una cueva y luego encenderse; cualquiera en su interior quedaría incinerado.
Pero para que todo esto funcione también hará falta que Estados Unidos tenga suerte. "Vamos a descifrar la cuestión de las cuevas sobre la marcha", dice un ex miembro de las fuerzas especiales. De la misma manera, tratarán de decidir qué hacer si se topan con Bin Laden u otro líder de Al-Qaeda. En ese caso, las fuerzas especiales deberían elegir entre una misión de captura o una de aniquilación.
Todos estos planes suponen que los líderes de Al-Qaeda permanecen en Afganistán. La inteligencia de EE.UU. está convencida de que bin Laden aún se encuentra allí. Pero algunas fuentes informaron a TIME que les preocupa la posibilidad de que otros líderes, tanto de Al-Qaeda como de los talibán se hayan escapado del país o intenten hacerlo. Sus destinos preferidos serían Indonesia, Filipinas y Malasia. En estos tres posibles refugios, la CIA trabaja con funcionarios locales para atrapar a los miembros de las células de Al-Qaeda.
Sin embargo, por ahora la atención está centrada en Afganistán. En sus montañas y desiertos pronto comenzará el invierno y con él, dice el almirante Sir Michael Boyce, jefe de la cartera de defensa británica, "las cosas van a ser más lentas". Pero sólo un poco. Aunque esta guerra la ganen pequeños equipos de guerreros dedicados, no cabe duda de que va a ser continua y masiva.
El coraje y conocimiento de los soldados poco puede hacer ante el desastre humanitario que se avecina. Afganistán es uno de los lugares más pobres sobre la faz de la tierra, y tradicionalmente ha estado plagado por guerras y sequías. Hasta ahora, la comida que dejan caer los aviones estadounidenses ha tenido un impacto insignificante ante la escasez de comida. Un hombre de la provincia de Nagahar que llegó a Peshawar la semana pasada le dijo a los doctores que algunas personas en su pueblo tenían miedo de abrir las cajas de comida; durante la guerra con los soviéticos, muchos afganos fueron mutilados por juguetes arrojados desde aviones con cargas explosivas disimuladas. Pero incluso si todos estuvieran dispuestos a comer, las remesas llegadas de EE.UU. la semana pasada no podrían ni comenzar a resolver la hambruna del país. Aunque las fronteras del país se encuentran oficialmente cerradas, los refugiados están atravesando las montañas hacia Quetta y Peshawar; Amnistía Internacional informa que el Alto Comisionado de las Naciones Unidas sobre Refugiados espera que otro millón de refugiados ingresen a Pakistán.
Pero en estos caminos hay quien va en el otro sentido. En una carretera hacia Kandahar, jóvenes adolescentes de lugares tan remotos como Karachi llegan para unirse al bando talibán. "¿Por qué quieren venir a este infierno?", les preguntó un soldado talibán en un puesto de control. Quién sabe. ¿Convicción religiosa? ¿Porque es su hogar? O quizás, como muchos otros jóvenes antes que ellos y desde hace miles de años, lo hagan porque el espíritu guerrero hierve en su sangre. Antes de que todo termine, muchos otros se unirán a la lucha.
-Informes de Hannah Bloch/Islamabad, Paul Quinn-Judge/frente de Kabul, Hannah Beech/frente de Taloqan/Helen Gibson/Londres, Terry McCarthy/Peshawar. Tim McGirk/Quetta, Ghulam Hasnain/Spin Boldak, Michael Fathers/Tashkent, Mark Thompson y Douglas Waller/Washington
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