23 de octubre 2001 - 00:00

Tras la caída

Haciéndose cargo: La Alianza del Norte no puede tomar las riendas del país por sí sola para evitar roces con Pakistán
Haciéndose cargo: La Alianza del Norte no puede tomar las riendas del país por sí sola para evitar roces con Pakistán
Por MASSIMO CALABRESI

WASHINGTON (TIME) -- En la residencia amurallada del caudillo afgano Gul Agha Shirzai ya han comenzado las negociaciones. Todos los días Shirzai atiende a sus visitas sentado sobre un almohadón al borde de una alfombra magnífica en su extensa sala de recepción, rodeado de ayudantes que susurran y guardaespaldas discretamente armados. Una cantidad constante de dirigentes tribales de poca monta ha cruzado la frontera de Afganistán en el último mes para golpear a sus ricamente decoradas puertas en Quetta, Pakistán, y pedir una audiencia con el hombre que esperan vuelva pronto de su exilio de cinco años. Shirzai dirige un clan antiguo y poderoso, y sus contactos e importancia hacen de él un decidido candidato para reemplazar a los líderes talibán locales si llegan a ser expulsados del poder en la región meridional de Khandahar, donde él fuera alguna vez gobernador.

Shirzai también ha estado buscando favores, estableciendo contactos al febril estilo afgano. El 15 de septiembre envió un representante a la nueva embajadora de EE.UU. en Pakistán, Wendy Chamberlin, con la esperanza de obtener el respaldo estadounidense. Otro enviado fue a Roma a saludar al depuesto y anciano rey afgano Mohammed Zahir Shah, a quien EE.UU. eligió como una figura simbólica y aglutinante para cuando Afganistán se vea librado del régimen Talibán. Shirzai está cumpliendo con la antiquísima costumbre afgana de tender puentes, pero también ha seguido la tradición igualmente venerable de guardar rencores. Su clan pertenece al grupo étnico pashtun, el mayor de Afganistán con 40% de la población. Shirzai desconfía de las fuerzas de la Alianza del Norte, integradas en su mayoría por miembros de la etnia tayik (que representan al 25% de todos los afganos) y uzbekos (6%), listas para expandir el poco territorio bajo su control si llega a caer el régimen talibán. "Será un error terrible si Occidente permite que la Alianza del Norte alcance la hegemonía", advierte Shirzai.

El líder procura formar alianzas a diestra y siniestra para perjudicar a sus rivales, una estrategia que se repite en todos los niveles de la sociedad afgana mientras los dirigentes de los centenares de tribus del país intentan atisbar a través de los humos de la guerra un futuro sin talibán. No son los únicos. Cada uno de los países limítrofes -Irán, Pakistán, China, Uzbekistán, Turkmenistán y Tayikistán- tiene su versión preferida del futuro, y pretende convertirla en realidad. Más lejos, EE.UU. y sus aliados se percatan de la necesidad de que Afganistán sea un país estable después de la guerra. De lo contrario no hay manera de impedir que siga siendo un refugio para los terroristas, afirman funcionarios de EE.UU. "Deberíamos aprender la lección de las guerras anteriores en la zona afgana y no limitarnos a abandonar el lugar luego de conseguir un objetivo militar", dijo el presidente Bush el jueves, en conferencia de prensa desde Washington. Pero la complejidad de la estructura tribal afgana, la abyecta pobreza del país y las ambiciones encontradas de sus vecinos quizá le hagan ver a Bush que permanecer en Afganistán resulta tan poco apetecible como dejar al país abandonado. La situación encierra una moraleja histórica. Si uno piensa que la guerra en Afganistán es difícil, mejor es esperar y ver lo que es la paz.

El porvenir de Afganistán es desolador. Aunque rico en gas natural, minerales y piedras preciosas, el país no posee más que una economía de subsistencia ya que no ha podido capitalizar esos recursos debido a las décadas de guerra. El analfabetismo asciende al 64% entre la población adulta. El 25% de los niños mueren antes de cumplir los cinco años. Los afganos tienen uno de los consumos calóricos por persona más bajos del mundo (un promedio de 1.500 calorías diarias) y una de las tasas de amputados a causa de minas terrestres más altas (1 de cada 273 personas). Tres años de sequía y 22 años de guerra han provocado una hambruna generalizada. Una enorme cantidad de civiles huyeron del hambre y los combates. Más de tres millones de afganos se amontonan en los estados fronterizos y la ONU teme que el conflicto actual expulse a 1,5 millones más. El país y su economía deberán empezar de cero cuando cese la guerra.

¿Cómo podrá el mundo llevar luz al ensombrecido Afganistán? "No existe un plan específico", reconoce un portavoz del Departamento de Estado. No obstante, en las capitales del mundo comienza a surgir un esbozo. La ONU ayudó a persuadir al depuesto rey a convocar una gran asamblea, conocida como loya jirga. Zahir, que tiene un fuerte respaldo entre sus compatriotas pashtunes, se reunió hace unas semanas con representantes de la Alianza del Norte en Roma y firmó un pacto por el cual designarán en conjunto un consejo de 120 representantes que elegirá un máximo de 1.000 ancianos tribales y respetados afganos para una loya jirga. Ese grupo nombraría un jefe de estado temporario para formar un gobierno de transición. Luego de redactar una Constitución, del retorno de los refugiados y de la reconstrucción del país, se realizaría otra loya jirga para modificar la Constitución y permitir la formación de partidos políticos y la celebración de elecciones.

Los escépticos argumentan que esto equivale a que árabes e israelíes se sienten a charlar. La primera loya jirga se celebró en 1709 y la última en 1964, siempre con buenos resultados. Pero la propuesta para convocar a otra ya muestra sus fisuras. Los dirigentes de la Alianza del Norte la apoyan, aunque no todas las diversas facciones del grupo piensan igual. La alianza "es una mezcolanza de distintas fuerzas", según un funcionario de los servicios de inteligencia británicos. Dicha fuente asegura que la facción uzbeka rechaza al nuevo comandante militar del grupo, el general Mohammed Fahim, sucesor del carismático Ahmed Shah Massoud, asesinado el 9 de septiembre. Los uzbekos respaldan la loya jirga, al igual que otros comandantes, como Yousnou Kanuni, del bando Jamiat. Pero no así otros, como Abdul Rasul Sayyaf, del grupo Ittehad-i-Islami. El ministro de relaciones exteriores de la Alianza, Abdullah Abdullah, se queja de que EE.UU. intenta aplicar con la loya jirga un instrumento del siglo XIX en el Afganistán del siglo XXI.

Para aplacar a los escépticos, EE.UU. y el rey han jurado que no buscan imponer la monarquía. "No es un pretendiente al trono", dice el lugarteniente del rey, el general Abdul Wali, también exiliado en Roma. Aunque la respuesta de Irán a la loya jirga ha sido fría, la mayoría de las potencias externas la respaldan. Pero ese respaldo puede ser difícil de mantener, ya que los arduos tejes y manejes comenzarán en serio recién cuando se convoque dicha asamblea tribal. "Entonces querremos que se haga efectivo el compromiso de participación de EE.UU. con su inmenso poder de negociación para presionar a los vecinos del país a tirar juntos en la misma dirección. Cualquiera de ellos podría arruinarlo todo", dice un funcionario de las Naciones Unidas.
Irán y Pakistán están especialmente interesados en el gobierno futuro de Afganistán. Pakistán desconfía de la Alianza del Norte debido a su inclinación en contra de los pashtunes y al desastroso período en el que estuvieron al frente del gobierno en Kabul de 1992 a 1996. El presidente paquistaní Pervez Musharraf es tajante: "Su retorno significaría una vuelta atrás hacia la anarquía y las matanzas indiscriminadas". Por su parte, Irán, cuyos musulmanes pertenecen principalmente a la rama shiíta del Islam, ha apoyado a integrantes de la Alianza del Norte que representan a la minoría de la misma etnia en Afganistán. En ocasión de la reunión de la Organización de la Conferencia Islámica en Qatar la semana pasada, el canciller iraní Kamal Kharrazi se reunió en privado con su colega paquistaní Abdul Sattar y le hizo saber que Teherán exige, como mínimo, un gobierno de base amplia que garantice los derechos de las minorías.

Se espera que la ONU y su recién nombrado enviado a Afganistán, Lakhdar Brahimi, carguen con la mayor parte de la responsabilidad acerca del Afganistán de posguerra. Bush, Europa, los países árabes y los vecinos de Afganistán quieren que el organismo internacional tome el mando para entonces. Nadie sabe aún qué hará la ONU, pero su objetivo será determinado por el trabajo tras las bambalinas de EE.UU. "Nada ocurre en la ONU a menos que EE.UU. le dé su apoyo", comenta un alto funcionario del organismo mundial. Seguramente habrá un brazo civil que contribuya a supervisar la distribución de la ayuda y la reconstrucción. La ONU aún permanece en Afganistán, distribuyendo miles de toneladas de alimentos y provisiones pero con una estructura ínfima. También es segura la creación de un organismo de seguridad que "brinde confianza", como señalan funcionarios de EE.UU. En los pasillos de la ONU pretenden que haya una fuerza dirigida por comandantes propios de la organización, pero EE.UU. cree que tendría mejor suerte una fuerza bajo el mandato de la ONU pero con jefes más independientes. El sentir general es que la misma debe ser mayoritariamente musulmana, si no completamente.

Fuentes del Departamento de Defensa de EE.UU. señalan que mantienen "intensas discusiones" acerca de la posibilidad de enviar soldados estadounidenses que ayuden a reconstruir Afganistán. Las fuentes aseguraron a TIME que un equipo de expertos de asuntos civiles del comando de operaciones especiales del Ejército de EE.UU. ya está en camino a la región para comenzar a investigar cómo podrían ayudar esos soldados. Pero altos funcionarios dicen que las posibilidades de que tropas estadounidenses cumplan un papel de reconstrucción a largo plazo son "nulas". Algunos incluso se burlan de la idea de una fuerza de mantenimiento de paz. "Si los afganos no pueden solucionar esto por su cuenta, una fuerza externa no va a ayudarlos", asegura un alto funcionario. Pero él admite que la corriente actual va en contra de quienes no quieren que EE.UU. se involucre. "El mantenimiento de la paz está de moda. Uno puede probar lo mundano y refinado que es si habla al respecto", destaca.
Por ahora, los reconstructores parecen llevar la ventaja con el aparente compromiso asumido por Bush en su conferencia de prensa la semana pasada. Pero el precio será alto. EE.UU. y sus adinerados aliados deberán poner sobre la mesa mucho más de los 320 millones de dólares que Bush ha prometido hasta el momento, según altos funcionarios. "La reconstrucción implica más que darle de comer a la gente", señala uno de ellos. "Hablamos de miles de millones de dólares sólo para intentar que este país comience a funcionar por sí solo, y EE.UU. tendría que aportar una buena parte de esa cifra".

Es claro que el país debe estabilizarse antes de que los donantes le inyecten dinero. Si hay algo a favor de Afganistán es la circunstancia singular de que tantas potencias regionales estén en concordancia con el resto del mundo en aras de la estabilidad del país. "Tiene que funcionar", dice el colaborador del rey, Wali. "Es la oportunidad que tiene la nación afgana de recuperar su lugar entre los países libres y democráticos". Oportunidad es quizá la palabra adecuada, especialmente si no hay nada que perder. Por otra parte, una oportunidad es algo que Afganistán no ha tenido por mucho tiempo.

-Informes de Hannah Bloch/Islamabad, Greg Burke/Roma, Andrea Dorfman/Nueva York, James Graff/Bruselas, J.F.O. McAllister/Londres, Tim McGirk/Quetta, Azadeh Moaveni/ Teherán, Paul Quinn-Judge/Jabal-Us-Seraj y Douglas Waller/Washington

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