- ámbito
- Secciones Especiales
Tras la caída
WASHINGTON (TIME) -- En la residencia amurallada del caudillo afgano Gul Agha Shirzai ya han comenzado las negociaciones. Todos los días Shirzai atiende a sus visitas sentado sobre un almohadón al borde de una alfombra magnífica en su extensa sala de recepción, rodeado de ayudantes que susurran y guardaespaldas discretamente armados. Una cantidad constante de dirigentes tribales de poca monta ha cruzado la frontera de Afganistán en el último mes para golpear a sus ricamente decoradas puertas en Quetta, Pakistán, y pedir una audiencia con el hombre que esperan vuelva pronto de su exilio de cinco años. Shirzai dirige un clan antiguo y poderoso, y sus contactos e importancia hacen de él un decidido candidato para reemplazar a los líderes talibán locales si llegan a ser expulsados del poder en la región meridional de Khandahar, donde él fuera alguna vez gobernador.
¿Cómo podrá el mundo llevar luz al ensombrecido Afganistán? "No existe un plan específico", reconoce un portavoz del Departamento de Estado. No obstante, en las capitales del mundo comienza a surgir un esbozo. La ONU ayudó a persuadir al depuesto rey a convocar una gran asamblea, conocida como loya jirga. Zahir, que tiene un fuerte respaldo entre sus compatriotas pashtunes, se reunió hace unas semanas con representantes de la Alianza del Norte en Roma y firmó un pacto por el cual designarán en conjunto un consejo de 120 representantes que elegirá un máximo de 1.000 ancianos tribales y respetados afganos para una loya jirga. Ese grupo nombraría un jefe de estado temporario para formar un gobierno de transición. Luego de redactar una Constitución, del retorno de los refugiados y de la reconstrucción del país, se realizaría otra loya jirga para modificar la Constitución y permitir la formación de partidos políticos y la celebración de elecciones.
Para aplacar a los escépticos, EE.UU. y el rey han jurado que no buscan imponer la monarquía. "No es un pretendiente al trono", dice el lugarteniente del rey, el general Abdul Wali, también exiliado en Roma. Aunque la respuesta de Irán a la loya jirga ha sido fría, la mayoría de las potencias externas la respaldan. Pero ese respaldo puede ser difícil de mantener, ya que los arduos tejes y manejes comenzarán en serio recién cuando se convoque dicha asamblea tribal. "Entonces querremos que se haga efectivo el compromiso de participación de EE.UU. con su inmenso poder de negociación para presionar a los vecinos del país a tirar juntos en la misma dirección. Cualquiera de ellos podría arruinarlo todo", dice un funcionario de las Naciones Unidas.
Irán y Pakistán están especialmente interesados en el gobierno futuro de Afganistán. Pakistán desconfía de la Alianza del Norte debido a su inclinación en contra de los pashtunes y al desastroso período en el que estuvieron al frente del gobierno en Kabul de 1992 a 1996. El presidente paquistaní Pervez Musharraf es tajante: "Su retorno significaría una vuelta atrás hacia la anarquía y las matanzas indiscriminadas". Por su parte, Irán, cuyos musulmanes pertenecen principalmente a la rama shiíta del Islam, ha apoyado a integrantes de la Alianza del Norte que representan a la minoría de la misma etnia en Afganistán. En ocasión de la reunión de la Organización de la Conferencia Islámica en Qatar la semana pasada, el canciller iraní Kamal Kharrazi se reunió en privado con su colega paquistaní Abdul Sattar y le hizo saber que Teherán exige, como mínimo, un gobierno de base amplia que garantice los derechos de las minorías.
Se espera que la ONU y su recién nombrado enviado a Afganistán, Lakhdar Brahimi, carguen con la mayor parte de la responsabilidad acerca del Afganistán de posguerra. Bush, Europa, los países árabes y los vecinos de Afganistán quieren que el organismo internacional tome el mando para entonces. Nadie sabe aún qué hará la ONU, pero su objetivo será determinado por el trabajo tras las bambalinas de EE.UU. "Nada ocurre en la ONU a menos que EE.UU. le dé su apoyo", comenta un alto funcionario del organismo mundial. Seguramente habrá un brazo civil que contribuya a supervisar la distribución de la ayuda y la reconstrucción. La ONU aún permanece en Afganistán, distribuyendo miles de toneladas de alimentos y provisiones pero con una estructura ínfima. También es segura la creación de un organismo de seguridad que "brinde confianza", como señalan funcionarios de EE.UU. En los pasillos de la ONU pretenden que haya una fuerza dirigida por comandantes propios de la organización, pero EE.UU. cree que tendría mejor suerte una fuerza bajo el mandato de la ONU pero con jefes más independientes. El sentir general es que la misma debe ser mayoritariamente musulmana, si no completamente.
Fuentes del Departamento de Defensa de EE.UU. señalan que mantienen "intensas discusiones" acerca de la posibilidad de enviar soldados estadounidenses que ayuden a reconstruir Afganistán. Las fuentes aseguraron a TIME que un equipo de expertos de asuntos civiles del comando de operaciones especiales del Ejército de EE.UU. ya está en camino a la región para comenzar a investigar cómo podrían ayudar esos soldados. Pero altos funcionarios dicen que las posibilidades de que tropas estadounidenses cumplan un papel de reconstrucción a largo plazo son "nulas". Algunos incluso se burlan de la idea de una fuerza de mantenimiento de paz. "Si los afganos no pueden solucionar esto por su cuenta, una fuerza externa no va a ayudarlos", asegura un alto funcionario. Pero él admite que la corriente actual va en contra de quienes no quieren que EE.UU. se involucre. "El mantenimiento de la paz está de moda. Uno puede probar lo mundano y refinado que es si habla al respecto", destaca.
Por ahora, los reconstructores parecen llevar la ventaja con el aparente compromiso asumido por Bush en su conferencia de prensa la semana pasada. Pero el precio será alto. EE.UU. y sus adinerados aliados deberán poner sobre la mesa mucho más de los 320 millones de dólares que Bush ha prometido hasta el momento, según altos funcionarios. "La reconstrucción implica más que darle de comer a la gente", señala uno de ellos. "Hablamos de miles de millones de dólares sólo para intentar que este país comience a funcionar por sí solo, y EE.UU. tendría que aportar una buena parte de esa cifra".
Es claro que el país debe estabilizarse antes de que los donantes le inyecten dinero. Si hay algo a favor de Afganistán es la circunstancia singular de que tantas potencias regionales estén en concordancia con el resto del mundo en aras de la estabilidad del país. "Tiene que funcionar", dice el colaborador del rey, Wali. "Es la oportunidad que tiene la nación afgana de recuperar su lugar entre los países libres y democráticos". Oportunidad es quizá la palabra adecuada, especialmente si no hay nada que perder. Por otra parte, una oportunidad es algo que Afganistán no ha tenido por mucho tiempo.
-Informes de Hannah Bloch/Islamabad, Greg Burke/Roma, Andrea Dorfman/Nueva York, James Graff/Bruselas, J.F.O. McAllister/Londres, Tim McGirk/Quetta, Azadeh Moaveni/ Teherán, Paul Quinn-Judge/Jabal-Us-Seraj y Douglas Waller/Washington
Dejá tu comentario