3 de julio 2008 - 00:00

Un concierto debe ser un momento glorioso para el espectador

Un concierto debe ser un momento glorioso para el espectador
Al ritmo de su batuta, la obertura de «Rienzi», de Wagner; el intermezzo de «Manon Lescaut», de Puccini; o la Sinfonía Nº 5, de Tchaikovsky transmiten una magia especial. Reconocido por algunos críticos como el maestro más talentoso de la nueva generación de directores nacionales, Carlos Vieu es, desde hace más de seis meses, el director musical de la Orquesta Estable del Teatro Colón.
Desde la platea cualquier espectador puede captar su felicidad al hacer música, su carisma y talento privilegiado. Sabe cómo hacer que violines, violas, violonchelos, contrabajos, flautas, oboes o clarinetes deslumbren. Su secreto es saber sacar las mejores interpretaciones de cada uno de los integrantes del cuerpo artístico. Viajó por la Argentina, Latinoamérica y Europa dirigiendo las más destacadas orquestas. Dice: «Trabajando recorrí especialmente el centro de Europa, Alemania, Austria, Suiza. Mi contacto con los distintos países siempre ha sido regido por dos necesidades. Por un lado, desde que egresé de la universidad, visité lugares buscando realizar cursos de perfeccionamiento, talleres, clases y tener la oportunidad de interactuar con otros maestros y ver la mecánica de funcionamiento de las distintas orquestas. Por otro lado, la inquietud turística mezclada con mi amor por la música me han llevado a ver óperas y conciertos en las diversas ciudades». Vieu comenzó hablándonos de sus viajes, sus estudios, su forma de dirigir las orquestas, para no dejar de darnos su visión del futuro del Teatro Colón.

Periodista: ¿Qué países tiene pendiente conocer?
Carlos Vieu: Hay cuatro lugares que me gustaría visitar. En primer lugar, Japón. Debe ser abrumador estar en una gran ciudad japonesa, con esa cultura tan disciplinada y su especial mentalidad de trabajo. Ellos viven a la vanguardia tecnológica, pero no pierden su vida interior. En sus ámbitos de trabajo tienen un tiempo para el ejercicio físico y la meditación. Me genera mucha curiosidad y una sana envidia este estilo de vida. También me gustaría conocer China. Recientemente el tenor chino Warren Mok, que además es un megaempresario del espectáculo, me comentaba que en este momento hay un gran nivel de inversión y que, al abrir la puerta al mundo, están tomando todo lo que los enriquece para aumentar su poderío cultural. Cuando estuve dirigiendo en Chile, que está conectado al resto del mundo desde el Pacífico, comprobé que en algunas escuelas ya es obligatorio estudiar chino. Están preparando a los jóvenes para el intercambio político cultural entre los dos países. Esa proyección chilena me voló la cabeza porque nosotros adolecemos de una visión hacia el mediano y largo plazo. La verdad es que no sé si conocer Japón o China me va a producir felicidad o, en realidad, me va a provocar amargura porque aquí estamos lejos de vivir realidades parecidas.

P.: Además de China y Japón, ¿qué otros países tiene en la agenda?
C.V.: También me gustaría mucho conocer Egipto. Desde chico tengo pasión por la egiptología, las pirámides, las tumbas, los ritos. Siempre me pregunté qué pasó con esa cultura, qué hubiera sucedido si hubiese seguido vigente. Por último me encantaría visitar Estado Unidos, país al que nunca fui, y especialmente Nueva York. Mi abuela nació en esta ciudad, era hija de un jefe de máquina de una compañía naval italiana. Eso hace que ese viaje sea una deuda pendiente. Ojalá pueda hacerlo. Creo que es difícil por el tema económico y por una cuestión de tiempo, ambos son condicionantes muy fuertes. También me gustaría tener una casa rodante, tomarme un año sabático y poner proa para adelante.

P.: ¿Recuerda algo que lo sorprendió en una sociedad más avanzada que la nuestra que haya visitado?
C.V.: Sí, en Alemania o en Austria, en cada parada de colectivo, hay una computadora que dice cuándo va a llegar el próximo. Un minuto antes de esa hora uno ve al colectivo doblar en la esquina. Increíble.

AFECTOS Y ENTUSIASMOS

P.: Usted se diferencia de otros directores por la demostración de afecto que brinda a los sopranos, tenores, músicos. ¿Siempre se expresó así en escena?
C.V.: Trato de forjar una relación estrecha y afectiva con cada una de las personas con que trabajo. Suelo dirigir bastante de memoria, aunque tenga la partitura delante, y eso me permite establecer un contacto visual muy importante. Para mí es valioso generar determinados climas o ámbitos energéticos que hacen a los colores con que la obra debe sonar. No soy de los directores que meten la cabeza en la partitura y dirigen con las manos.

P.: ¿Ese entusiasmo lo mantiene en la situación actual del Colón?
C.V.: A pesar de que actualmente no estamos trabajando en las mejores condiciones -el Teatro Colón está atravesando una etapa de reestructuración-, trato de conservar una gran pasión porque uno ha estudiado mucho y ha hecho muchos sacrificios para poder estar en este lugar. El espectáculo debe ser un momento glorioso en nuestra vida. Esta concepción casi filosófica de entrega al trabajo es la que hace que tenga una gran valoración y respeto por el pellejo que se juega cada artista en el escenario. Además conozco a muchos de los músicos de la orquesta desde cuando todos éramos estudiantes. Poder encontrarlos en escena, me provoca un gran respeto. Si quiero abrazar a una persona que entregó todo, lo hago. Trabajé mucho como maestro de coros y canté en coros. En esos ámbitos el director establece otro contacto. Existe una relación más estrecha con su director. No hay instrumento musical de por medio. La voz es un elemento muy sensible y cuando uno sabe estimular correctamente a la persona que tiene esa voz dentro de su cuerpo, esa voz reacciona de otra forma.

P.: ¿Cuáles son sus expectativas respecto del Teatro Colón, que actualmente está en crisis debido a que se están retrasando las obras para recuperar ese monumento histórico patrimonio de la ciudad? Además, ¿cree que es posible privatizarlo a partir de la ley de autarquía que se está impulsando?
C.V.: Mis expectativas son que el Colón abra sus puertas lo antes posible. Hace seis meses que soy director de la Orquesta Estable y en ningún momento me hablaron de privatización. Si lo hubiesen hecho, no hubiera aceptado el cargo directivo. Creo y sostengo que no hay ningún intento de privatizarlo. Esa sospecha surgió por la ley de autarquía, que no tiene que ver con la privatización sino con el hecho de que el teatro se ha deteriorado justamente por no tener una ley que lo proteja. No hay reglamentación adecuada. Actualmente lo está a partir de la Ley 471 del Gobierno de la Ciudad, que es aplicable tanto al personal del teatro como al señor que cava tumbas en el cementerio o al oficinista de una repartición municipal. Aquí no hay una ley artística como tiene, por caso, la provincia de Buenos Aires. Un músico que ingresa a la orquesta debe hacerlo por la menor categoría, a partir de ahí se deben implementar irregularidades para cubrir la diferencia del cargo. Necesitamos tener una reglamentación que ordene lo interno del teatro, que nos permita contratar a la persona más capacitada, y pagarle lo que se merece. No es lo mismo tocar en el Teatro Colón que en otra sala. No puedo tener la mejor orquesta, con el mayor nivel de exigencia, si no puedo ofrecer condiciones. Para tentar a los mejores tengo que pagar mejor que en otras orquestas. Si el teatro tuviera una reglamentación propia, se manejaría mejor el presupuesto, la toma de decisiones, y no estaríamos en la misma bolsa con otras reparticiones de Cultura de la Ciudad, como museos, bandas municipales, orquestas filarmónicas, el teatro 25 de Mayo, o el San Martín. Es una locura pensar que el teatro moderno depende de una cuenta común para poder manejar sus fondos. Me pregunto si que el teatro no tenga recursos para manejar sus temporadas, y requiera del aporte de cuentas privadas o de la Fundación del Teatro Colón, no es un modo de privatizarlo.

P.: ¿Cree que molesta que la ópera «Aída», por ejemplo, esté auspiciada por un banco?
C.V.: No, en el mundo funciona así. Los mejores teatros tienen auspicios privados. Pero acá un funcionario le cortó el chorro a lo que era el aporte a la cultura, a través del cual las grandes empresas que destinaban recursos podían deducir impuestos. Reconozco que esto sucedió porque algunas de ellas se portaron mal, no se manejaron con honestidad. Sin embargo, al no haber una ley que las exima de pagar impuestos, las empresas eligen invertir en un partido de fútbol o en un recital de rock porque tiene merchandising y más difusión.

P.: El Colón es reconocido por tener una de las salas con mejor acústica del mundo. ¿Cree que después de terminadas las obras se conservará esa preciada cualidad?
C.V.: Eso espero. No lo sabremos hasta que no suene una orquesta en la sala. No queda más que confiar en que se ha trabajado responsablemente. Si no fue así, espero que se rectifique inmediatamente y que los culpables paguen.

P.: En este tiempo de espera, si pudiera elevar un mensaje a las autoridades, ¿qué le pediría?
C.V.: Es difícil porque formo parte de una gestión, pero saben lo que pienso. Les pido que den elementos, presupuesto y un mensaje concreto de decisión política para que se abra la sala lo antes posible. Respecto de las autoridades del Teatro Colón, les solicito que se pongan en el lugar de los músicos. Veo que hay muy buena voluntad y preocupación por querer hacer las cosas bien, pero a veces los plazos se dilatan, tal vez por motivos ajenos a nosotros. Creo que es necesario modernizar la estructura, lo que no significa que desaparezcan los cuerpos estables; soy su primer defensor. Los músicos individualmente estudian durante muchos años y una orquesta tarda mucho en formarse. Hay que buscar un equilibrio. Necesitamos a los mejores intérpretes, debemos instalar mecanismos para que sigan estudiando, porque no están atornillados a un puesto, pero esto sin dejar de defender la estabilidad de los cuerpos estables. Si se los ataca, se acabó el Teatro Colón. Debemos trabajar en equipo, escuchando, solucionando los problemas con eficacia. En estos momentos de crisis la gente necesita que se la trate bien, que se la mime, que se le dé elementos de trabajo, que la sala esté en condiciones. Quisiera ver el teatro abierto y organizado, a la orquesta contenta, completa, bien paga, concursada, sin irregularidades burocráticas. Ojalá se den las condiciones artísticas, estructurales, presupuestarias y de difusión de los espectáculos para que, más allá de no tener el edificio, podamos trabajar concentrándonos en lo que nos compete, que es la música. Si cargamos cuestiones extramusicales, desperdiciamos nuestra energía y después lo pagamos en el escenario.

P.: Y eso el espectador lo percibe.
C.V.: Es un momento del país en que la gente necesita pararrayos, ámbitos de calidad y elevación espiritual. Es bueno que por el lapso en el que disfruta de un concierto o de una ópera, la gente se sienta feliz y se olvide del paro del campo o de otros problemas. Nosotros nos debemos al público y, en un momento de crisis, más aún. A la gente no le importa si hubo deficiencia de ensayos, partituras mal fotocopiadas, jornadas perdidas por problemas de temperatura en la sala. En plena guerra, Europa no paró su producción artística. Los teatros estaban bombardeados, la muerte estaba presente, pero el músico seguía tocando. Ese es el espíritu que necesitamos ahora. Más allá de los problemas laborales, nosotros arriba del escenario somos los señores de la cultura argentina y eso lo tenemos que defender a ultranza.

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