1 de octubre 2001 - 00:00

"Venceremos"

Discutiendo la situación: Bush con sus más altos consejeros (de izquierda a derecha) Tenet, Aschroft, ONeil, Cheney, Powell, Rumsfeld y Shelton
Discutiendo la situación: Bush con sus más altos consejeros (de izquierda a derecha) Tenet, Aschroft, O'Neil, Cheney, Powell, Rumsfeld y Shelton
Por MICHAEL ELLIOT

Los estadounidenses deben prepararse para "una larga campaña nunca vista", dijo Bush. Quedó claro que esta será una guerra de verdad. "He pedido a las Fuerzas Armadas que estén en estado de alerta, y ello por un claro motivo. La hora se acerca para que Estados Unidos actúe, y ustedes nos enorgullecerán", declaró Bush.

En su discurso el presidente se dirigió directamente a los talibanes, el régimen fundamentalista islámico que gobierna Afganistán y da refugio a Osama bin Laden, líder de la red Al Qaeda y principal sospechoso de las atrocidades del 11 de septiembre. Bush exigió a los talibanes que entreguen todos los dirigentes terroristas a las autoridades estadounidenses. No lo han hecho, y a cambio exigieron pruebas de la culpabilidad de Bin Laden. La guerra parece inevitable si el régimen Talibán no cambia de parecer. Funcionarios del Pentágono trabajaron casi toda la semana pasada dándole los últimos retoques a un plan bélico en el que habrá bombardeos junto con incursiones de escuadrones especiales contra campamentos de entrenamiento terrorista en Afganistán. El plan también contempla el envío de tropas, cuando sea necesario, para inclinar la balanza a favor de los opositores al Talibán, aunque va a ser difícil formar un gobierno estable en Kabul.

Pero no sólo habrá armas y bombas. El conflicto no se librará solamente en el escarpado territorio afgano. Conllevará medidas económicas, financieras, políticas e incluso religiosas. El grupo responsable de los atentados no puede consistir únicamente en "un tipo que habla por teléfono celular desde una cueva", como dijo un antiguo diplomático. Seguramente forma parte de él una "red infiltrada en la sociedad estadounidense, Alemania y otros países". Por ende, los campos de batalla de la guerra nueva incluirán a bancos suizos, ciudades de Africa del Norte y el Medio Oriente, y suburbios de Nueva Jersey, Michigan, París y Hamburgo.

Si hay algo que nos demuestra la historia es que cuando los países asumen la responsabilidad de librar al mundo de una práctica oprobiosa, más vale que se preparen para un largo esfuerzo. A la Armada británica le llevó, a principios del siglo XIX, casi 50 años acabar con el tráfico de esclavos en el océano Atlántico. Si las intenciones de Bush son serias, habrá descargado sobre sus sucesores una tarea de un peso similar al que aceptó para sí mismo.

No se trata de desvirtuar a Bush ni la imagen de aplomo y decisión que exhibió en su discurso ante el Congreso, pero hace tan sólo dos semanas pocos lo hubieran creído capaz para la labor que ahora le espera. En apariencia, no hay mucho en su historial que lo haya preparado para esta nueva misión. A sus 55 años parece haber aprendido algunas lecciones de la madurez. Pero el lenguaje llano de Bush, puede ser una ventaja en una época de temor, dolor y deseo de venganza. Sus allegados reconocen las consecuencias derivadas de esa virtud. Fue un error calificar de "cruzada" la labor que le aguarda a EE.UU., cuando la nación debe actuar con cuidado ante sus ciudadanos musulmanes y amigos en países islámicos. Fue una grosería que Bush se comportara como un sheriff del lejano oeste y anunciara que quería capturar a Bin Laden "vivo o muerto". "A veces puede ser demasiado sincero. Pero a la gente le gusta cuando alguien dice las cosas como son", afirma un consejero.

Los círculos más cercanos no estaban muy preocupados por su discurso ante el Congreso. Su equipo sabe que habla mejor ante un público en vivo que frente a una cámara, sentado detrás de su escritorio. Por eso la Casa Blanca propuso que su mensaje a la nación se realizara ante la Cámara de Representantes en pleno. Bush sabía que iba a ser obligatoriamente el discurso de su vida. El discurso de Bush estaba destinado a amplias capas de la población, ansiosa de venganza, que debía tener paciencia.
Bush tiene la suerte de contar con un equipo de extraordinaria experiencia en conflictos armados. Además del vicepresidente Dick Cheney (secretario de Defensa durante la guerra del Golfo Pérsico hace 10 años) y del secretario de Estado Colin Powell (entonces jefe del Estado Mayor Conjunto), Bush puede recurrir a Condoleezza Rice, miembro del Consejo de Seguridad Nacional durante el Gobierno de Bush padre, y a Paul Wolfowitz, actual subsecretario de Defensa y entonces colaborador de Cheney.

Powell está en su salsa, aseguran fuentes del gobierno. Sus colaboradores del Departamento de Estado lo describen como un hombre que tiende a lo esencial.

Eso no significa que Powell se salga siempre con la suya sin necesidad de discutir. Entre mapas y gráficos desperdigados sobre mesas y atriles, y en un ambiente "propio de un consejo de guerra", según Card, el equipo de seguridad nacional se reunió durante siete horas con Bush el fin de semana siguiente a los atentados en la residencia presidencial de Camp David.
Dos interrogantes yuxtapuestas fueron la clave de las deliberaciones que luego continuaron en Washington. ¿Quiénes fueron los responsables de las masacres del 11 de septiembre? ¿Y qué acciones inmediatas pueden y deben tomarse contra ellos? El Gobierno insiste en que los atentados fueron obra de la red de Bin Laden. "Las pruebas que hemos reunido apuntan todas a una serie de organizaciones terroristas conectadas unas a otras conocidas como Al Qaeda", dijo Bush en el Congreso.
Pero Bin Laden negó estar involucrado y el régimen Talibán sostiene que la limitación de movimientos que impuso a esta organización hace imposible que él sea el cabecilla de los atentados. Hamid Mir, un periodista paquistaní que asegura ser el biógrafo de Bin Laden, dice que el 11 de septiembre le llevaron un mensaje escrito, presuntamente de Bin Laden, en el que celebra los secuestros aéreos pero niega ser el responsable de los mismos.

Washington descarta otras teorías y sigue apuntando con el dedo a Bin Laden. Se basa en conversaciones de conocidos asociados de Bin Laden interceptadas por los servicios de inteligencia cuando discutían los secuestros, y en los vínculos existentes entre algunos de los escuadrones suicidas y elementos de Al Qaeda. Los servicios de inteligencia británicos también están convencidos de la responsabilidad de Al Qaeda. "La evidencia es más que suficiente, algo más que circunstancial", señala una fuente británica. Para Powell esto significa que la respuesta debe ser gradual, y que primero deberá concentrarse en Bin Laden y los talibanes.

Sin embargo, sectores del Gobierno abogaron desde el principio por una respuesta más amplia. Y la retórica cautelosa pero ambiciosa de Bush sobre el terrorismo sugiere que esa respuesta finalmente llegará. Informes de inteligencia indican que Irak ayudó a entrenar a los secuestradores y que uno de ellos habló con un agente iraquí en Europa. La posibilidad de que Saddam esté involucrado desató la furia de Wolfowitz, el principal impulsor en el Gobierno de un cambio de régimen en Bagdad.
Wolfowitz está convencido de que Irak supone una amenaza desde mucho antes de la Guerra del Golfo. Cuando era analista del Pentágono escribió en 1979 un informe secreto advirtiendo sobre las peligrosas ambiciones de Saddam. Ahora, y con el apoyo de su jefe, el secretario de Defensa Donald Rumsfeld, Wolfowitz apoya una respuesta militar de alcance muy superior al planeado por Powell. Entre sus objetivos estarían el régimen de Saddam, pero también otros Estados que apoyaron al terrorismo en el pasado, como Siria e Irán.

Esa posibilidad alarmó al departamento de Estado, que prefiere el diálogo a las bombas, y horroriza a algunos de los aliados de Washington. A Francia le preocupa desde el principio cómo utiliza el Gobierno estadounidense la palabra guerra, y todo lo que pueda convertir esa guerra en un conflicto entre "Occidente" y la mitad del mundo islámico hace palidecer a los franceses. Un alto cargo de la diplomacia británica indicó que Londres había escuchado los argumentos a favor de una guerra más amplia. Pero "lo que nosotros vemos en términos de política es muy medido. No hemos visto indicios de decisiones tomadas a la ligera ni demostraciones de fuerza", declaró. No obstante, el tema de si se debe derrocar a Saddam o no ha estado en cinco agendas presidenciales en Washington. No harían falta muchas pruebas de la complicidad iraquí en la devastación del 11 de septiembre para resucitarlo.

Sin embargo, Washington por ahora está dedicado al plan Powell, denominado "prioridad implacable" por un alto cargo de la diplomacia europea. La prioridad a corto plazo es el régimen Talibán y su respuesta al ultimátum de Bush.

El objetivo a largo plazo es estudiar una estrategia contra el terrorismo en general. "Hay que seguir una secuencia y atraparlos a todos a la vez", precisa esta fuente. Es por eso que las etapas iniciales del plan militar se concentrarán en Afganistán.
EE.UU. tiene la capacidad de librar una guerra demoledora contra Afganistán. En la región ya se encuentran varios cientos de aviones militares estadounidenses, con base en Turquía y Arabia Saudita, y los portaaviones U.S.S. Carl Vinson y U.S.S. Enterprise. U.S.S. Kitty Hawk y U.S.S. Theodore Roosevelt estarán listos para el ataque dentro de una semana. El Pentágono y el Departamento de Estado lograron que aviones bombarderos y para repostar combustible tengan su base en Bahrein y Omán.
El combustible de los bombarderos B-52 y B-2, que volarán desde EE.UU. y la diminuta isla de Diego García en el océano Indico, también será repostado por aviones que despegarán de Tailandia. Helicópteros MH-53J Pave Low de Operaciones Especiales de la Fuerza Aérea tendrán su base en Uzbekistán y Pakistán, próximos a la frontera con Afganistán. La 26 Unidad Expedicionaria de la Marina también se encuentra en camino con 2.000 marines y helicópteros de apoyo, para sumarse a otra unidad similar ya instalada en la región. También se han movilizado tres destructores con misiles dirigidos, y el Pentágono preparó fuerzas terrestres para su posible despliegue.

¿Y qué harán todos estos soldados tanto hombres como mujeres, con sus armas y cohetes, sus bayonetas y sus bombas? Para empezar, andarán con mucho cuidado. EE.UU. y sus aliados no pudieron erradicar a un grupo terrorista similar al de Al Qaeda en un simulacro de guerra realizado hace cuatro años en la Escuela de Guerra del Ejército. "Estos nuevos grupos terroristas funcionan como la Internet", dijo un oficial que participó en el ejercicio. "Cada vez que se desarticulaba una célula, el resto ocupaba su lugar". En principio se considera probable la ofensiva aérea contra objetivos afganos, pero fuentes del Pentágono subrayan que no está previsto un bombardeo devastador. "No hay mucho que atacar en Afganistán", explicó un estratega de la Fuerza Aérea. En cambio, los estrategas esperan que una campaña sostenida inhabilite los campamentos de Al Qaeda y, con suerte, provoque la fuga de Bin Laden para que alguien lo pueda capturar.

Por eso la mañana del lunes, Bush se encerró en un cuarto seguro del Pentágono para ser informado de la situación por el general de división Del Dailey, comandante de la Comandancia de Operaciones Especiales Conjuntas, a cargo de las unidades más secretas de las Fuerzas Armadas. Las fuerzas especiales, que incluyen a más de 800 efectivos de la Fuerza Delta, los Marines y comandos del Ejército y la Fuerza Aérea, serán fundamentales en la primera etapa de la guerra.

Las unidades especiales siempre tuvieron dificultades para ser tenidas en cuenta por los altos mandos de las fuerzas convencionales -como en la Guerra del Golfo, cuando debieron actuar bajo órdenes muy restrictivas- y han tenido sus contratiempos. Un batallón de la Fuerza Delta fue aniquilado en las calles de Mogadiscio en 1993, cuando intentó capturar al jefe de la guerra somalí Mohamed Aidid. Y el territorio y la población de Afganistán, de los más indómitos del planeta, no les permitirán asentarse por mucho tiempo.

No obstante, algunas operaciones relámpago permitirán ocupar un aeropuerto, allanar un campamento terrorista o capturar un objetivo importante. Pero los analistas militares saben los obstáculos que les esperan. En cierto sentido, los militares estadounidenses son víctimas de su propio éxito. La Guerra del Golfo, dice el general de la Fuerza Aérea Charles Dunlap Jr., "le enseñó a fuerzas armadas de todo el mundo la inutilidad de enfrentarse a EE.UU. simétricamente con fuerzas similares y tácticas ortodoxas". Los atentados contra las Torres Gemelas de Nueva York fueron ejemplos clásicos de guerra "asimétrica", mediante pequeños escuadrones de fanáticos para infligir el máximo daño psicológico a un Gulliver encadenado. Y no existe un ejército en el mundo rico que sepa con seguridad cómo se derrota a un rival así. "Cuando se lucha contra alguien que quiere morir, esas reglas anticuadas de guerra parecen un tanto obsoletas", dice un coronel de la Marina.

EE.UU. necesita todos los amigos que pueda conseguir para la nueva guerra de Bush. Además de sus instintos, sus asesores más cercanos, sus oficiales y sus magníficas fuerzas armadas, Bush tuvo que recurrir a otros que puedan ayudarlo en la batalla financiera y económica contra el terrorismo.

Ese es un motivo más por el cual Bush visitó el lunes pasado el Centro Islámico de Washington y se refirió al Islam como una "fe que brinda consuelo a mil millones de personas en todo el mundo". Los terroristas islámicos "son traidores a su propia fe", dijo ante el Congreso. EE.UU. no ganará la guerra de Bush sin información sobre los nombres, lugares de refugio y apoyo financiero de los terroristas. En muchos casos, esa ayuda sólo se obtendrá en el mundo islámico. La cooperación de Pakistán, defensor y víctima de los talibanes al mismo tiempo, es esencial para la victoria de la misión.
A la vez que busca aliados, EE.UU. no puede presionar demasiado. Ahora no se trata de formar una coalición de guerra similar a la utilizada contra Saddam. La Intifada sigue candente y es un momento sumamente difícil como para que los regímenes árabes presten su ayuda a Washington.

La cooperación de Arabia Saudita es vital. Fuentes de Washington dicen que el tono general de las discusiones con los sauditas ha sido buena. Irán, país que no tiene relaciones diplomáticas con EE.UU. desde hace 21 años, resultó útil. Teherán tiene más razones para detestar al régimen Talibán que la mayoría. Como informara TIME la semana pasada, Washington empleó a los británicos como medio de comunicación con sectores iraníes moderados. Blair le escribió al presidente Mohamed Jatami (han hablado desde entonces) para agradecerle por su pésame por los atentados, y para pedirle ayuda con objeto de impedir un posible enfrentamiento entre religiones y culturas. Los servicios de inteligencia iraníes serían útiles en Afganistán. Si se permite a los aviones estadounidenses sobrevolar el territorio iraní, lo que parece bastante remoto, se iniciaría un nuevo orden en la región. ¿Funcionará? Al pésame de Jatami le siguieron palabras más frías del conservador líder religioso iraní Ayatola Ali Khamenei.
También existen problemas geopolíticos. El apoyo de Moscú ha sido notable. El ministro de Relaciones Exteriores Igor Ivanov, tras reunirse con Powell la semana pasada, dijo que "Rusia y EE.UU. acordaron coordinar estrechamente sus acciones". China también envió a su ministro de Relaciones Exteriores a Washington, aunque siempre le preocupa el poder potencial de EE.UU. cerca de su frontera. Pero Beijing no tiene razones para impedir la lucha contra el terrorismo, ya que tiene una potencial insurrección islámica propia en la región de Xinjiang. En una muestra de respaldo asombrosa por lo inusitada, el primer ministro japonés Junichiro Koizumi, que firmó un cheque en blanco en favor de la coalición durante la Guerra del Golfo, envió un destructor al océano Indico y prometió un plan de ayuda de siete puntos a Washington.

Esas manifestaciones de apoyo y las que vendrán tienen su precio. EE.UU. ya no protestará tanto sobre la conducta de Rusia en Chechenia. Pakistán recibirá ayuda para su débil economía. Los aliados de la guerra de George W. Bush tendrán poco en común. Pero eso pasa en muchas guerras. Roosevelt y Winston Churchill se aliaron a Stalin en la lucha contra el fascismo durante un breve lapso de la Segunda Guerra Mundial. Incluso los héroes transigen, y Churchill es uno de los héroes de Bush. A primera vista, es difícil imaginarse dos hombres más dispares. Bush renunció al vicio del alcohol. Cuando Churchill se quedó con Roosevelt en la Casa Blanca durante la Navidad de 1941, indicó al mayordomo de Roosevelt que debía tener un vaso de jerez en su habitación antes del desayuno, un par de vasos de whisky escocés y soda antes del almuerzo, champán francés y coñac añejo de 90 años antes de dormir.

Pero hay algo que Bush y Churchill tienen en común. Para bien o para mal, Churchill jamás dudó de sí mismo. Bush tampoco lo hace. Y ese es un buen atributo para un hombre que conduce a sus tropas y al ancho mundo a un tipo de guerra que nunca antes habían visto.

-Informes de Massimo Calabresi, James Carney, Matthew Cooper, John F. Dickerson, Christopher Ogden, Mark Thompson y Douglas Waller/Washington, Scott MacLeod/Cairo y J.F.O. McAllister/Londres

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