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Como era de esperar, el día siguiente a las elecciones nos desayunamos con los comentarios de los políticos involucrados (o atado su futuro) a los resultados electorales de un distrito importante, pero distrito al fin.
Esta vez, ya no era el escenario en el cual la anoche anterior festejaban, con las manos arriba (¿será una premonición?), la terrible derrota que le propinó ya no solamente el ingeniero Macri, sino también el pueblo de la Ciudad de Buenos Aires.
Los programas radiales matinales eran una seguidilla de entrevistas, pero no eran entrevistas en las cuales los periodistas entrevistaran a los políticos, sino que eran los políticos los que entrevistaban a los periodistas. Todo muy gracioso.
Lo que no es gracioso es escuchar al ministro de Educación (que se come las eses y no conoce los puntos ni las comas) que declaraba que la ciudadanía había sido muy torpe al no votarlo a él y que, por lo tanto, los ciudadanos debían recapacitar en su nuevo voto en el ballottage. Todo esto, adornado por los impresentables de siempre que nunca vamos a saber cuáles son sus funciones en el gabinete de ministros y para qué se les paga el sueldo.
En lo personal, no estoy dispuesto a que ningún títere de turno me reproche cómo debo utilizar mi voto.
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