1 de abril 2019 - 00:01

Siria, el dilema tras la guerra: qué hacer con los yihadistas refugiados

Hay hombres, mujeres y niños de varias nacionalidades que quedaron varados después de la caída del "califato".

La bandera del Estado Islámico ya no ondea en su antiguo califato. Pero la amenaza persiste.

La bandera del Estado Islámico ya no ondea en su antiguo "califato". Pero la amenaza persiste.

Campamento de Al Hol (Siria) - Altercados con los guardias, peleas violentas y discursos radicales. Con miles de mujeres y niños extranjeros afiliados al grupo Estado Islámico (EI), el campo de desplazados de Al Hol es un polvorín yihadista en el este de Siria.

El “califato” del EI se derrumbó, pero deja detrás miles de partidarios del grupo ultrarradical: sirios y extranjeros venidos de Francia, Túnez o Rusia. Algunos están en prisión, otros están confinados en campamentos de desplazados administrados por los kurdos de Siria.

En Al Hol, más de 9.000 mujeres y niños extranjeros se amontonan bajo estrecha vigilancia en un enclave reservado para ellos, separado del resto del campamento por un cerco.

Los extranjeros están a un lado, ya que están estrechamente asociados a EI y son considerados como responsables por la dramática situación en la que se encuentran los sirios, que no esconden su rencor hacia ellos.

Los periodistas no son siempre bienvenidos. Vestidas con niqab negros, algunas mujeres muestran su rechazo con la mirada. Una amenazó con golpear a un periodista que la filmó.

La tensión es también palpable entre ellas mismas, ya que algunas se libran a una escalada religiosa, dicen algunas desplazadas.

“No tenemos la misma mentalidad, quieren imponer su visión del islam. Dicen que somos infieles”, dice Vanessa, una francesa oriunda de Guayana. Convertida al islam, la mujer dice haber llegado a Siria en 2013 con su marido, que murió en combate, y sus hijos.

Las tunecinas en particular “están un poco al extremo del islam”, asegura esta mujer de 36 años.

Las autoridades kurdas, que se inquietan por el “peligro” que podrían representar estos miles de extranjeros, reclaman que sean repatriados a sus países.

“Las mujeres y los niños” necesitan ser “reeducados y reintegrados en sus sociedades de origen”, ya que, si no, pueden convertirse “en futuros terroristas”, dice un responsable kurdo, Abdel Karim Omar.

En lo que era el califato de EI en Siria y en Irak, las ejecuciones sumarias y el adoctrinamiento en la escuela eran la norma.

Una belga de 24 años, llegada a Siria en 2013, confirma que hay tensiones en el campamento. Explica que las rusas o tunecinas “renegaron” del EI para adoptar “creencias más extremas”.

“Me dan miedo”, dice. Esas mujeres piensan que “el hecho de hablar con los militares, preguntarles si podemos ir al mercado, hará de nosotras infieles”.

Por ello consideran “lícito” apropiarse de “nuestros bienes o quemar nuestras carpas”, añade.

También hay tensiones en el sector reservado a los sirios y a los iraquíes.

Hace varios días un altercado entre desplazados se complicó. La policía kurda, responsable de seguridad, intervino. Los desplazados se juntaron “y lanzaron piedras a nuestros camaradas”, cuenta un policía, que pide el anonimato.

Nabil al-Hassan, responsable de comunicación del campamento, asegura no obstante que “la situación de seguridad está bajo control”. La sobrepoblación del campamento, en donde hay más de 70.000 personas, crea fricciones, sobre todo cuando se distribuye ayuda o carpas, reconoce.

Lamia, una siria originaria de Manbij (norte), ciudad tomada por el EI y luego conquistada por la fuerza antiyihadista árabe-kurda, sigue apoyando al grupo yihadista.

“Nos quedamos con el Estado (islámico) hasta ahora. Amamos al Estado, adonde iba lo seguíamos”, dice esta mujer de 21 años, embarazada.

Su primer marido murió en combate, el segundo está en prisión. “Sólo pido poder regresar a mi ciudad”, dice.

En la entrada del sector reservado a los extranjeros, varias mujeres se juntan en el portón enrejado, recordando al guardia que es su turno para ir al mercado.

Hay argelinas y ucranianas. Niños que gritan en francés, otros con rasgos asiáticos, e incluso algunos de las islas caribeñas de Trinidad y Tobago.

Las extranjeras sólo pueden ir al mercado escoltadas por un guardia kurdo. Las que vuelven tiene carritos repletos de huevos, patatas, pañales.

Son registradas meticulosamente. En un bolso de mano, los guardias encuentran un celular y papel arrugado en el que hay un número escrito.

Los celulares y las joyas de gran valor son confiscados sistemáticamente y colocados en consignas.

“Procedimientos de seguridad” para evitar los contactos con el exterior, pero también el contrabando, justificó Hassan.

Agencia AFP

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