26 de junio 2019 - 00:01

Transformar la escuela para el siglo XXI

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Transformar la escuela es una tarea que no sólo implica pensar la escuela para el desarrollo de las habilidades del siglo XXI, sino, y fundamentalmente, crearla con las habilidades del siglo XXI. Pero para eso hay que problematizar nuestras propias culturas escolares. Hay que trabajar desde el principio de la coherencia, es decir, desde la capacidad de construir una escuela en la que el aprendizaje sea el motor de toda la organización, para niños, jóvenes y adultos, superando la brecha entre lo que se dice en un plano y lo que se hace en el otro. En otras palabras, es muy difícil que logremos diseñar una escuela para el despliegue de las habilidades del siglo XXI si el trabajo que realizamos en ella los adultos no pone en juego las mismas habilidades que deseamos promover.

Si nos proponemos transformar la experiencia escolar para hacerla emocionalmente significativa e intelectualmente desafiante para las nuevas generaciones, es necesario revisar el diseño de la escuela, reconfigurando las cinco dimensiones del núcleo duro de la gramática escolar: TIEMPO, ESPACIOS, EVALUACIÓN, VÍNCULOS, CURRICULO. Se trata así, de pensar otras maneras de organizar y de tomar nuevas decisiones sobre estas dimensiones para que podamos dar lugar a nuevas y transformadas experiencias escolares.

Una forma de “hackear” la lógica con la que operan estas dimensiones es “transgredir”, provocar un desorden creativo que habilite nuevas formas. No hay cambio sin cierto caos, cierto desorden, cierta confusión. Los nuevos formatos pedagógicos son construcciones emergentes del proceso de cambio profundo que transita la escuela. Comienzan como prototipos de diseño y derivan en nuevas formas de configurar la experiencia escolar.

¿Cómo reconocemos a estos nuevos formatos pedagógicos?

  • “Hackean” al menos tres de las cinco dimensiones de la configuración escolar simultáneamente.
  • Contienen dentro de su estrategia una propuesta de construcción o producción por parte de los alumnos.
  • Constituyen en una plataforma sustentable para revisar la práctica docente.
  • Transitan al menos tres ciclos de implementación iterativa.
  • Desarrollan una identidad propia como configuración didáctica que le da identidad y continuidad a la misma.

Estoy convencida de que el rediseño de la escuela será posible si operamos desde la capacidad de cuestionar la cultura de trabajo pedagógico de nuestras instituciones, pensando con y desde las derivaciones de las habilidades del siglo XXI y sus implicancias en nuestros modos de significar lo escolar y de construir el encuentro educativo.

Los directores, y todos aquellos que formamos parte de equipos de gestión escolar, estamos colocados en una situación paradojal. Se nos presenta, por un lado, la necesidad de sostener nuestros proyectos e instituciones educativas y al mismo tiempo que imaginamos y construimos condiciones que promuevan el cambio y la transformación que reconocemos como necesarias.

La semana próxima en el XIV Foro Latinoamericano de Educación organizado por Fundación Santillana conoceremos experiencias de transformación existentes que ilustrarán modos distintos de gestionar un proyecto educativo en el plano de lo que es y en el de lo que quisiéramos que fuera. Este ejercicio demanda no sólo complejas habilidades de escucha e intervención, sino, y fundamentalmente, la capacidad de estar en el aquí y ahora, mirando desde el pasado e imaginando y construyendo el futuro.

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