16 de septiembre 2019 - 00:00

Un golpe de timón contra la amenaza de la recesión mundial

Trump postergó el aumento de aranceles previsto para el primero de octubre. Empresas chinas envían señales de paz hacia los "farmers".

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Foto: Pixabay

Volvió la armonía. La Casa Blanca y Beijing intercambian gentilezas. A pedido del viceprimer ministro Liu He, el presidente Trump postergó el aumento de aranceles que estaba previsto para el 1 de octubre. Así, el PC chino podrá celebrar los 70 años de la Revolución de Mao como Dios manda. Será un favor correspondido: las empresas chinas ya cursan pedidos de cotización a los EE.UU. para una gran variedad de productos agropecuarios, desde los porotos de soja hasta la carne de cerdo. Es un alivio para los “farmers”, en buena medida votantes naturales de Trump, castigados por su cruzada y las represalias del presidente Xi Jinping. Donde la armonía se resquebrajó, y surgió la evidencia de una fuerte discordia, lo que volvió es la expansión cuantitativa (QE). Hablamos del BCE. Mario Draghi todavía no se jubiló y la rescató de su situación de retiro, amén de podar en 10 puntos base las tasas de interés. Las compras mensuales de activos son modestas (20 mil millones de euros) pero el programa en sí no trae fecha de caducidad. El QE “al infinito” se aprobó por consenso amplio, dijo Draghi. Lo que no dijo, y se supo después, fue la oposición de los gobernadores de los bancos centrales de Alemania, Holanda, Francia, Estonia y Austria. No hubo una votación expresa para evitar un registro preciso de las disidencias. Pero los motivos son públicos. El holandés Klaas Knot los colgó en su página web. En una palabra, el paquete de estímulo no guarda proporción con la situación económica. Queda claro que Draghi prefiere pecar en exceso y no tener que lidiar con una recesión. ¿Y qué otra preocupación sino la misma tendrían Trump y Xi para quitarle voltaje a su confrontación? De ahí, el firme golpe de timón.

La tregua comercial ya comenzó, aunque las negociaciones formales se retomarán en octubre. Trump declaró que aceptaría un acuerdo “light”, de carácter temporario y no definitivo. Y Beijing se allana a satisfacer su pretensión original; esto es, nivelar rápido el déficit bilateral (aumentando las compras de granos, carnes y gas natural; aunque más no sea sustituyendo a otros proveedores). Sería una reivindicación personal, un trofeo atractivo en un momento difícil (vistas las críticas de la opinión pública y hasta de sus propios partidarios por el manejo del conflicto, plagado de incertidumbre). Mientras la concordia se cuela en el comercio, la pax monetaria no se da tregua. El Banco de Dinamarca bajó sus tasas (a -0,75%) tras el mitin del BCE. Esta semana será el turno de cónclaves similares en Suiza, Noruega y Japón. El plato fuerte, martes y miércoles, será la reunión de la Fed. Jay Powell telegrafió ya la idea de una rebaja de tasas de un cuarto de punto. Con entusiasmo de aficionado y olfato profesional, el presidente Trump ventiló una propuesta más afilada. Habría que reducir las tasas cortas a cero, y aprovechar para refinanciar la deuda del Tesoro. Sabe que la Fed no lo avalará. Es el propósito. Indignarse, y que haya un culpable si hay recesión. Trump, quien con la Reforma Tributaria que entró en vigencia el año pasado rompió las costuras del déficit fiscal, lo aprieta a Powell para que adopte la política monetaria extrema de la eurozona. Debe tener una foto de Draghi – en la pose enérgica de “hacer lo que haga falta” – en su mesita de luz. El presidente no tiene por qué decirlo: Draghi no sería tan expansivo si la política fiscal del Viejo Continente se hubiera relajado como en los EE.UU. Y esa es la principal novedad que viene de Europa. Allí anida el nuevo consenso del BCE. Las tasas ya son negativas, ¿cuánto servirá reducirlas más? ¿No es, peligrosamente, darle oxígeno a los zombies? ¿Qué tan efectivo puede ser el QE cuando las curvas de rendimiento soberanas se hunden bajo cero (o son bajísimas)? Draghi y sus colegas más díscolos coinciden en que el arma potente es la política fiscal, y que llegó el momento de usarla allí donde hay espacio. En Alemania, por ejemplo, donde además crece la conveniencia. ¿Imposible? No. Es materia de percepción. El ministro de finanzas teutón avisó que disparará una gran bazuka fiscal en caso de que haya una recesión. Así, de repente, todos los influyentes del mundo – autoridades políticas y banqueros centrales – empujan juntos el barco. Sin deponer sus diferencias, pero al menos en la misma dirección. Es un golpe de timón que no obedece a ningún Acuerdo Plaza o dictamen del G-20. No los une el amor sino el espanto. Por de pronto ya se consiguió que los bonos (por primera vez en año y medio) se dignen comenzar a revisar su sombría opinión.

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