14 de mayo 2025 - 09:26

Adiós a José Mujica: el lindo privilegio del abrazo que no fue

El expresidente atendía con la misma dedicación a grandes líderes mundiales y a personajes menos conocidos.

José Mujica habla por teléfono en su chacra.

José Mujica habla por teléfono en su chacra.

Foto: Ámbito Uruguay / Fabián Cardozo

Primero en el Parlamento como diputado y senador, luego en el ministerio en el tema que más lo apasionaba como el campo, pero sobre todo como presidente lo seguí de cerca.

Más de una vez me subí a un avión, alguna vez en las condiciones más insólitas que se puedan imaginar, pasando mucho calor o demasiado frío, en delegaciones siempre pequeñas, pero que nunca pasaron desapercibidas.

La mayoría de las veces aterrizar con el presidente Mujica en un aeropuerto era literalmente llegar con una estrella de rock. Pisabas suelo del país que elijas y una avalancha de colegas periodistas se abalanzaba sobre ese viejo desganado y cansado, pero que nunca dejó de responderle las preguntas más inverosímiles, siempre respetando al que estaba trabajando, sin importar qué hora fuera.

Las agendas eran anárquicas y desordenadas, pero también apasionantes. Los días a nivel “energético” podían terminar antes incluso que los de él, que parecían interminables.

Mujica me abrió decenas de veces las puertas de su casa, la mayoría solo, alguna vez con algún invitado que rogaba por conocer al personaje. Como aquellos colegas del norte de América, a quienes hubo que avisarles que llevaban hora y media de charla en off y el mandatario tenía asuntos que atender.

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La última etapa fue de encuentro semanal. Cada mañana de jueves me dediqué a resolver la salida técnica y de contenido de la columna que Mujica había aceptado tener en la mañana de Radio 10 de Buenos Aires.

Entonces los jueves se volvieron de levantarse muy temprano para ir hasta Rincón del Cerro, pasar por el clásico Quincho de Varela y seguir hacia abajo por el camino más famoso del Uruguay, del que pocos saben el nombre.

Nunca se sabía cuánto iba a durar el encuentro con Mujica. Al aire sí, 7 u 8 minutos. Pero fuera del aire era otra cosa. A veces, el intercambio del después -siempre más interesante- podía ser hasta de una hora dependiendo el estado del tiempo y la necesidad de realizar tareas de campo del expresidente.

Los temas variados: la continuación de la columna, entonces se hablaba de libertad, liberalismo o liberales a secas; y otras veces la coyuntura dura local. Solo una vez hablamos de las letras de las murgas.

La última vez que entré a la chacra, o capaz fue la penúltima, “Pepe” me cuestionó duramente porque estaba muy gordo y no me cuidaba, que si seguía mal no iba a llegar a viejo como él que, aunque ya estaba “desganyado”, las había vivido todas. O casi.

Ahí enseguidita vino Lucía, siempre de oído atento, desde la cocina con una bolsa de tomates naturales “sin agrotóxicos, recién arrancados” para que “los comiera toditos en una ensalada y me dejara de joder”.

Esa última vez, al despedirme después de una ironía política que todavía me reservaré, se me escapó decirle: “hasta la semana que viene Pepe, espero verte”. Él levantó apenas la mirada y de ojos entrecerrados me dijo “yo qué sé hermano si nos vemos… si yo me despierto de regalo todo lo días”.

La frase me hizo caminar unos pasos atrás, tres o cuatro, y alzar mis brazos en señal de apertura para un abrazo que no llegó a tal, pero que de cualquier manera se sintió en calidez cuando me dio un par de toquecitos en las manos junto a un “chau vó, andá”.

La larga, larguísima caminata desde la chacra hasta la parada del bus, sirvió para darme cuenta que casi que sí, que casi que seguro, era la última vez que iba a verlo.

Y para quedarme con aquella despedida, fría pero cercana, a “lo Pepe", con aquel abrazo que no fue, pero sintiéndome un privilegiado.

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