Corren tiempos complejos en las relaciones entre los países, si es que alguna vez no lo fueron. Para nuestra región, más todavía. La tendencia a la apertura comercial y la globalización ya quedó en el pasado. Hoy el mundo se debate entre intereses geopolíticos y luchas ideológicas, y los países -en especial los democráticos- sufren el bamboleo. Para Uruguay, país relativamente pequeño, aumentar el intercambio comercial es clave para que su economía crezca y con ella la calidad de vida de la gente; pero la cancha está complicada.
Mercosur: últimos intentos
Uruguay toma la presidencia pro témpore del Mercosur con las relaciones bilaterales con los vecinos en buen momento, pero con pocas expectativas de apertura al exterior del bloque.
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Las dificultades que enfrenta Europa en su conflicto con Rusia, los problemas de la economía china y la incertidumbre que plantea EEUU, en plena definición electoral, hacen que el escenario global tenga pocos puntos de apoyo sólidos. Y en ese escenario, además, América del Sur no está en el centro; su relevancia geopolítica es relativamente baja (aunque desde aquí quisiéramos pensar otra cosa).
Con este panorama mundial que estimula poco o nada a negociar acuerdos comerciales, Uruguay sigue intentando abrir espacios, con suerte acotada. En el barrio, las relaciones con Brasil están en buen momento, con avances concretos en infraestructura y en otros planos (en las últimas horas se conoció la decisión de comprar aeronaves brasileñas para la FAU); con Argentina sucede algo similar, a partir del cambio de gobierno y la asunción de Javier Milei: más profundidad en el puerto, acuerdos en ciernes para la aeronavegación, etc..
En la relación con Brasil, las diferencias ideológicas quedaron sabiamente de lado, por la estatura de Lula Da Silva y Luis Lacalle Pou; ayudó Pepe Mujica, que actuó rápido para acercar a los presidentes, pocos meses después de las elecciones brasileñas. Con Argentina puede decirse que hay más afinidad ideológica, aunque Lacalle Pou le marcó a Milei el faltazo a la cumbre de Asunción: así no. Lejos de ser una bravuconada de país pequeño y retobado (como alguna vez se deslizó también del lado brasileño) hay en Uruguay una genuina convicción integracionista. En esto coinciden el gobierno actual y los anteriores. La diferencia es que el gobierno actual -que está en sus últimos meses- quiere comerciar más con el resto del mundo y por eso insiste en que el Mercosur se abra. Y si no, que deje avanzar a Uruguay; cada uno a su velocidad.
Pero, se sabe, esto choca con los intereses de los vecinos, en particular de Brasil, que está lejos de ver al Mercosur como una herramienta comercial y lo usa como plataforma de influencia política. Bien por ellos, pero a Uruguay eso le juega en contra. Nuestro país ya inició su proceso de apertura y transformación industrial con el propio ingreso al Mercosur, en los 90. Hoy necesita ir más allá, porque ha tenido todos los costos de la apertura industrial a la región, pero pocos beneficios de una apertura más amplia.
Para muestra, basta ver el balance comercial de bienes con nuestros vecinos, negativo en ambos casos (gráficas). Con Brasil el intercambio ha sido históricamente más equilibrado, pero eso no justifica impedir a Uruguay una mayor flexibilidad. Es difícil de aceptar que Uruguay no pueda avanzar por esa supuesta “amenaza” subyacente de que Brasil (tal vez Argentina) se vea malherido en su influencia regional. Debería ser al revés; y los socios grandes del Mercosur explicitar a los países con los que podría haber acuerdo (en especial China) que no hay objeciones a que Uruguay avance; pero todo indica que, en realidad, sucede lo opuesto.
En Argentina la situación económica es tan crítica que hay que valorar especialmente la apertura del nuevo gobierno a los reclamos que ha planteado Uruguay. Si a los puertos siguen los aeropuertos y luego los gasoductos, habremos ganado años de avance en integración y, además, aportando competitividad a la economía uruguaya. No es tan claro, sin embargo, que Argentina esté afín a liberarnos del corsé del Mercosur. Aquello que quedó tan flagrante en tiempos de Alberto Fernández (que llamó a los chinos para trancar nuestros avances), debería quedar enterrado con un gobierno libertario; la canciller Mondino se ha expresado en el sentido de flexibilizar el Mercosur, pero habrá que ver hasta dónde van las concreciones.
Así las cosas, Uruguay tiene tarea para esta presidencia pro témpore, pero las expectativas son moderadas. Porque, además, Uruguay no tiene un consenso interno pleno. Nuestro país carece de la vocación libre-comercial unánime de países como Chile, Nueva Zelanda u otros del estilo (no son tantos); la izquierda uruguaya tiene una visión distinta a la del gobierno actual.
Aún así, en el arranque de la presidencia pro témpore Uruguay ya propuso retomar el mecanismo de diálogo del Mercosur con China, algo que ningún socio del bloque puede rechazar, por más distancia y enfrentamiento que haya entre los gobiernos de Argentina y Brasil. Y si no hay consenso, que haya flexibilidad de acción. Para Uruguay sería trascendente.
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