27 de septiembre 2007 - 00:00

"En Hollywood ya ni dejan que los personajes respiren"

El asiático-estadounidense Wayne Wang: «En chino, Waynesuena como ‘brote de árbol’, pero mi padre me lo pusopor John Wayne»
El asiático-estadounidense Wayne Wang: «En chino, Wayne suena como ‘brote de árbol’, pero mi padre me lo puso por John Wayne»
San Sebastián (Enviado especial) -- Afable, delgado, Wayne Wang, director de la recordada «Cigarros» en conjunto con Paul Auster, trajo dos films a Donostia: «A 1.000 Years of Good Prayers», que va en competencia, y «Princess of Nebraska», que la complementa y va en paralelo. Y está esperando que termine el festival, a ver si se encuentra con Auster, ahora presidente del jurado. «No nos hablamos desde hace siete años, cuando discutimos durante el rodaje de 'The Center of the World'. Creo que ya pasó suficiente tiempo y podríamos hacer las paces. Pero no toquemos ese tema».

Periodista: Empecemos entonces por el más lejano comienzo. ¿Es cierto que usted se llama Wayne en homenaje a John Wayne?

Wayne Wang: Totalmente cierto. La historia es algo complicada. Se la contaré. Cuando mi padre nació, era costumbre llevar al bebé a un filósofo, para que le pusiera un nombre. El filósofo del pueblo lo miró, dijo «esta criatura no tiene madera suficiente», y, como invocando a los dioses, lo llamó Rey del Bosque. Cuando nació mi hermano mayor, papá lo hizo llamar Príncipe del Bosque, nombre que encuentro muy poético, y muy chino. Pero cuando yo nací, la familia ya había escapado de China, vivía en Hong-Kong, y estaba recibiendo muchas influencias occidentales. Mi padre admiraba a John Wayne. Pero John era un nombre demasiado común, y rompía mucho con la tradición familiar. Así que se decidió por Wayne, que además suena, en chino, como «brote de árbol». Nunca se lo dije, pero «brote de árbol» siempre me pareció un nombre medio femenino, contrapuesto a la imagen de hombría que él estaba invocando.

P.: No se aflija, en realidad Wayne no se llamaba John, sino Marion, un nombre entonces bastante femenino.

W.W.: Una vez un ejecutivo de Hollywood me dijo «¿Wain Wan? Ese nombre no existe. Debe ser un seudónimo». Está bien, si sabe más que yo. Creo que me ven como algo raro. En EE.UU., me consideran chino. Los chinos dicen que no lo soy. Me crié en la entonces colonia británica de Hong Kong, fui a un colegio jesui-Cont. en pág. 2 ta, hablo varios idiomas, he viajado mucho. Creo que soy un hombre global.

P.: Antes se decía «un hombre de mundo».

W.W.: Los jóvenes de ahora, que incorporan distintas culturas, son globales. Pueden tomar lo más conveniente de cada cultura. Yo me expreso mejor en cantonés que en mandarín, que es muy formal, y me expreso todavía mejor, con más soltura, en inglés. ¡En inglés puedo maldecir, decir palabrotas! Es gracioso, el protagonista de «1000 años de buenas plegarias» se termina comunicando, en mandarín, con una vieja iraní exiliada que solo habla farsi. Pero no puede entenderse con su hija.

P.: Ella vive en EEUU desde hace años, se ha divorciado, anda con un hombre casado, y el padre viaja desde China a visitarla.

W.W.: Como ve, hay varias razones para que no puedan entenderse. Yo bromeaba con mi asistente. «Este viejo es como Mr. Bean en América». Se topa con una joven que, para él, está desnuda. Ella le cuenta que es médica forense (una profesión de moda en EE.UU.) y lamenta que en ese pueblo haya pocos cadáveres. Luego, en la cocina de la hija no hay un solo wok, el viejo se siente como en otro planeta.

P.: Y aunque hablen la misma lengua, ya no se entienden.

W.W.: Hay otra cosa. Ustedes son latinos, son expresivos. Nosotros a menudo somos muy indirectos. Y, hasta hace poco, una hija no podía levantarle la voz al padre, ni discutirle, mucho menos desafiarle o reprocharle algo. Ella ha cambiado mucho, pero sigue pensando de acuerdo a su formación. Sólo cuando el padre la sigue y la sigue presionando logra replicarle, también de modo indirecto, «Bueno, sabemos lo que te pasó a ti también».

P.: ¿Cuántas generaciones pasaron entre esa mujer más o menos reprimida y la chica de «La princesa de Nebraska», desfachatada, autosuficiente, embarazada de un bisexual, que tiene otros amores y quiere abortar?

W.W.: Pasó una sola generación. Pero la mujer sufrió hasta la Revolución Cultural, y la chica no sabe ni lo que pasó en la plaza de Tien-An Men. Lo único que conoce son marcas comerciales.

P.: También los dos films son muy diferentes.

W.W.: Suelo hacer eso. Después de «Cigarros», que estaba muy bien escrita, muy ensayada, hice «Humos del vecino», más suelta. Después de «1000 años.», que es calma, de drama contenido, cámara quieta, hice «La princesa.», a un costo bajísimo, pocos profesionales, y muchos alumnos que les gusta mover la cámara. Le cuento dos cosas de «1000 años».

Necesitaba actores que hablaran mandarín auténtico y suficiente inglés bueno. Y los encontré viendo de nuevo «El último emperador», donde él hace de maestro eunuco, y ella es la mujer que ahoga a su propio bebé. Enton-Diálogo con Wayne Wang ces eran casi de reparto, pero ahora ella es una gran actriz en Pekín. También necesitaba bastante dinero, y China me ofreció 50% del presupuesto. Pero me pidieron que quitara una frase del guión, que dice el viejo: «El comunismo es bueno, pero cayó en malas manos». Me negué a quitarla. Vivo en un país libre, quiero hacer una película libre. Por suerte encontré un productor japonés, que además ama los relatos tranquilos, como yo. En Hollywood siempre me dicen que soy lento, me abrevian las escenas, no dejan que los personajes respiren. Yasumiro Ozu, Satyajit Ray eran lentos, daban tiempo a que el espectador entrara en los personajes, ponían planos descriptivos, llenos de emociones, de información. Todo eso ha desaparecido. ¡Me siento como el viejo de mi película, que no encuentra más el mundo en que ha crecido!

P.: A propósito, ¿cree que su país cambiará más luego de las Olimpíadas?

W.W.: Ya no sé si es mi país. Ya he vivido más años en EE.UU. que en el Asia.

Supongo que puede cambiar algo, pero es difícil comprobarlo con certeza. Lo que verán los periodistas extranjeros en las Olimpíadas será siempre una fachada «for export». Y pienso que los habitantes de Pekín, y del resto del país, también verán otra fachada. Y sin comunicación real, difícilmente haya cambios.

Entrevista de P.S.

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