La Feria del Libro como acontecimiento de resistencia cultural

La 48° edición de la exposición porteña tuvo una de las aperturas más calientes de su historia. Vaccaro y Heker, feroces contra el gobierno nacional; Jorge Macri sentó sus diferencias remarcando sus políticas de apoyo a la cultura

Corte de cintas: Ezequiel Martínez (director de la Feria), Gabriela Ricardes (Ministra de Cultura porteña), Liliana Heker, el embajador de Portugal, José Ludovice,, Alejandro Vaccaro y Jorge Macri.

Corte de cintas: Ezequiel Martínez (director de la Feria), Gabriela Ricardes (Ministra de Cultura porteña), Liliana Heker, el embajador de Portugal, José Ludovice,, Alejandro Vaccaro y Jorge Macri.

Si las inauguraciones de la Feria del Libro fueron, en su casi medio siglo de existencia, la tribuna donde los representantes de la industria editorial cruzaron lanzas con los políticos (por lo común, quejas contra los desmedidos impuestos a la producción editorial, la falta de una protección adecuada, etcétera), la de ayer, por sus características insólitas, propias de estos tiempos no menos insólitos, pasará a la historia en general y la del libro en particular (en la medida en que un optimismo moderado permita otorgarle una extensa sobrevida al libro como objeto de cultura y conocimiento, al menos tal como lo conocemos desde los años de Gutenberg).

El Salón El Central de la Rural estaba tan colmado como caldeado bastante antes de iniciarse la ceremonia, la primera en la que no habría ningún representante del gobierno nacional (más allá de la falta de stands propios). Muchos de los asistentes no podían creer lo que veían en las noticias en sus celulares: las fotos que la Secretaría de Cultura de la Nación le entregó al diario Clarín, donde aparecía el titular de esa cartera, Leo Cifelli, el que “se borró” como Casildo Herrera de hablar en el acto, visitando a esa misma hora la Feria junto a la directora de la Biblioteca Nacional, Susana Soto Pérez, y el de la Conabip (Comisión Nacional de Bibliotecas Populares), Raúl Escandar.

La información oficial aclaraba que el Secretario había pagado la entrada de su propio bolsillo y que, antes de retirarse sin saludar, ni siquiera en privado, a los organizadores de la Feria y al resto de las autoridades, compró en el stand de Planeta un libro de Murakami (no se aclara, pero seguramente también de su propio bolsillo, sin generarle gastos al Estado). ¿Hay alguna explicación para conducta semejante? Desde ya, la precaución de Cifelli no era exagerada: no la habría pasado nada bien en el estrado. Pero ¿para qué el inexplicable gesto político de asistir de anónimo a la Feria y comunicarlo a la prensa? El manual de zonceras argentinas, diría un viejo pensador, rompió el termómetro.

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Alejandro Vaccaro

El discurso, a cargo del presidente de la Fundación El Libro, Alejandro Vaccaro (quien poco tiempo atrás le había dado indicios a este diario de la tesitura de lo que diría) fue más al hueso de lo que se pensaba. Vaccaro, con igual intensidad que después Liliana Heker, la oradora de cierre, convirtió a la ceremonia, desde la apertura, en el mayor acto de resistencia contra un gobierno en la historia de la Feria. La cantidad de aplausos que interrumpieron periódicamente sus palabras tampoco tenían antecedentes.

“Las medidas que se han tratado de implementar [por el gobierno] son ataques al corazón de la cultura”, dijo en un momento. “Por eso expresamos: No al cierre del Fondo Nacional de las Artes, No al cierre del Instituto Nacional del Teatro. No al desguace del Instituto Nacional de Cine INCAA, No a la derogación de la ley N° 25542 de Defensa de la Actividad Librera, No a la negativa a comprar algo más de catorce millones de manuales escolares por parte del Ministerio de Capital Humano, que iban a ser entregados a las escuelas públicas, con el pueril y risueño si no fuera trágico, argumento: ‘porque no hay tiempo’.”

Citemos también el párrafo que le dedicó a la próxima presentación del libro del Presidente: “Después de una ardua negociación, en la cual accedimos a todos sus requerimientos, el Banco Nación decidió retirar, después de muchos años, su sponsoreo de la Feria, dejando trascender que la orden vino ‘de arriba’. Pero esto no es todo, el Presidente de la Nación, luego de despreciar nuestra Feria, no se sonroja y pide participar en este espacio, lo que está previsto para el próximo domingo 12 de mayo en la Pista Central de La Rural. Su presencia en la Feria, vidriera extraordinaria, implica una serie de erogaciones también extraordinarias, que la Fundación El Libro no puede afrontar. Se lo digo con una mano en el Corazón: No Hay Plata. Por lo tanto, todo lo atinente a su seguridad y de la gente que concurra a su evento correrá por su exclusiva cuenta, o lo que es peor, será un gasto extra para el Tesoro Nacional.”

Después del mensaje grabado de Carlos Moedas, Presidente de la Cámara Municipal de Lisboa (ciudad invitada de honor de esta año), quien no pudo concurrir porque justamente ayer Portugal celebraba el cincuentenario de la Revolución de los Claveles (llegará en los próximos días), y de las palabras del embajador de ese país, José Ludovice, le tocó subir a Jorge Macri, el único descamisado de los oradores varones.

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Jorge Macri

Los abucheos que el jefe de Gobierno porteño recibió de una parte minúscula, pero muy estridente, del auditorio, hicieron imaginar lo que habría ocurrido con Cifelli allí arriba. Pero Macri fue rápido y hábil, y desde un primer momento sentó postura para diferenciarse de la política de la Casa Rosada: “Sería impensable imaginar que el Gobierno de la Ciudad no sea parte de esta muestra. Por eso, cuenten con nosotros en ésta y en todas las ediciones futuras”, afirmó.

Para volver más campechano su discurso se salió de libreto y recordó su infancia, cuando corría al kiosco de revistas a comprar “Patoruzito” y más tarde “D’Artagnan” y “El Tony”. Los disconformes, ubicados (como en la Asamblea Nacional de la Revolución Francesa) en la parte izquierda del Salón, empezaron a gritarle: “¿Y nunca leíste un libro?”. Convengamos que no era cómodo hablar en esas condiciones, pero el funcionario continuó ilustrando a la audiencia con el relato de que, ya más grande, se atrevió a la biblioteca de sus mayores y se volvió lector.

Y de inmediato se afirmó en su distinción del gobierno nacional: anunció que la Ciudad lanzó el programa Buenos Aires, Ciudad de los Libros, para reforzar el plan de bibliotecas públicas con 20.000 volúmenes, “sumados a los más de 180.000 libros que el Ministerio de la Nación compró para los chicos de las escuelas públicas”. Por último, agregó que relanzarían en los próximos días el programa BA Cash Rebate, que consiste en una devolución del 20% de los gastos para las productoras que realicen rodajes, totales o parciales, en la Ciudad de Buenos Aires. En este punto, pues de industria audiovisual se trataba, las mismas voces opositoras continuaron gritándole: “¿Y el INCAA?” Como si el Instituto de Cine dependiera de él.

En cambio, los vociferantes dejaron pasar en silencio su mayor blooper, revelando de paso que tampoco ellos leen con el fervor que le reclaman al jefe de Gobierno. En sus palabras de agradecimiento a la ciudad de Lisboa, Macri mencionó a la gran tríada a la literatura portuguesa contemporánea: José Saramago, Fernando Pessoa… y Enrique Vila-Matas. ¿Nadie le corrige los discursos? ¿Nadie le dijo que Vila-Matas es más catalán que Serrat y el Camp Nou juntos? El lapsus recordó al de su primo Mauricio, cuando en su discurso en la Feria como Jefe de Gobierno llamó “José Luis” a Borges. Cosa de familia.

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Liliana Heker

Liliana Heker llegó al final para poner de pie a todo el auditorio, compuesto en una buena parte por varias generaciones de sus alumnos de los talleres literarios y en nostálgicos lectores de la revista de culto “El escarabajo de oro”, marcas de una Buenos Aires del siglo pasado que, poco a poco, va perdiendo aquellos viejos fulgores. La autora de “Acuario”, “Zona de clivaje” y, entre muchos otros títulos, “El fin de la historia”, que acaba de publicar “Noticias sobre el iceberg”, hizo una advertencia previa que fue recibida con aplausos (sólo porque era ella): “Siempre fui inclusiva, desde chica, pero por favor, no me obliguen al ‘todos y todas’ porque a mí no me sale”. Apuntemos que hasta Jorge Macri había incurrido en ese pleonasmo progre.

“Presumo que muchos de ustedes se estarán preguntando algo similar a lo que, durante los últimos tres meses, me estuve preguntando yo”, dijo casi al principio: “¿tiene sentido celebrar esta nueva emisión de la Feria del Libro en un país en el que día a día crecen la pobreza y la indigencia, hay millares de despidos sin fundamento, la salud y la educación pública están en emergencia, la obra pública fue cancelada, nuestras universidades son desfinanciadas al punto de correr el riesgo de cerrar sus puertas?” Y luego de seguir enumerando los males de hoy, concluyó: “Confieso que más de una vez una noticia de último momento hizo tambalear este texto mío aun antes de que empezara a darle forma. Y sin embargo acá estoy, celebrando, como hace medio siglo en mi primera Feria, el estar rodeada de libros y de una concurrencia que, sospecho, en buena medida viene acá porque anda buscando algo preciso o tal vez difuso que espera encontrar en un libro.

Una de las partes más celebradas fue cuando ironizó sobre la muletilla oficial de las “dos promesas de un bienestar inefable que nos va a compensar de lo mal que lo estamos pasando en la actualidad. La primera: dentro de treinta y cinco años este va a ser un país poderoso; la segunda: Argentina va a volver a ser ese gran país que fue a comienzos del siglo veinte. En cuanto a la primera promesa”, siguió “el aparente rigor científico que confiere una cifra tan exacta lleva a preguntarse: ¿dónde están los estudios que explican por qué vamos a alcanzar ese estado de bienestar exactamente dentro de treinta y cinco años? Dejando de lado que como consuelo es un poco pobre ya que buena parte de los beneficiarios vamos a estar muertos: de vejez, de hambre, o por falta de medicamentos”.

“En cuanto a la segunda promesa: llegar a ser tan prósperos como un siglo y pico atrás, dejando de lado que, ya de por sí, un retroceso histórico de más de un siglo parece un poco dudoso como ideal, me gustaría saber si quienes se dejaron seducir por esa promesa se preguntaron cómo era el país a comienzos del siglo veinte. ¿Tienen alguna idea de que en esa época había un grupo minoritario al que la sabiduría popular denominó ‘los de la vaca atada’ porque viajaban habitualmente a Europa, y con su propia vaca para que, a sus niños, en el barco, no les faltara la saludable leche nacional, mientras que, en general, el pueblo se moría de hambre?

Paradojas de anoche: esas palabras estaban siendo pronunciadas en el corazón de la Sociedad Rural Argentina, el mismo predio donde refulge el nombre de Martínez de Hoz en uno de sus pabellones; esto es, en la que fue casa de los dueños de las vacas atadas a principio de siglo. Una paradoja, tan argentina, como la del propio Presidente, que quiere ir a presentar su libro a la Feria de esos “zurdos” que tanto odia.

“Si a esta pequeña antología de sinsentido”, siguió Heker “se le suman ciertos exabruptos al estilo de ‘El Estado es una organización criminal’ o ‘La justicia social es un concepto aberrante’, se podrá sospechar que muy difícilmente el discurso –o no-discurso— oficial resistiría una lectura mínimamente atenta. En cuanto a la crueldad manifiesta que puede advertirse, por ejemplo, en la explicación de la canciller: ya que los jubilados se van a morir, qué sentido tendría darles préstamos; o en el razonamiento de un diputado: si un padre necesita a su hijo en el taller, es libre de no mandarlo a la escuela; pienso que para entender lo inhumano de estas ‘propuestas’ basta con una mínima sensibilidad ante el sufrimiento, la injusticia y la impiedad.”

Poco antes del corte de cintas en una ceremonia que fue cualquier cosa menos feliz, agregó: en momentos difíciles como el actual termina imponiéndose una lectura irrefutable de la realidad que no necesita de estudios previos: es la inducida por el hambre, y por la angustia de haber sido despedido del trabajo sin razón, y por cualquier otra injusticia que duele de cerca. Lecturas que –la historia universal y nuestra propia historia lo demuestran-- encuentran su expresión en la calle. La calle que, pese a la intención oficial de demonizarla, es la voz de los que no tienen voz. Y de los que no son escuchados. Y de los que queremos que, junto a todos los demás, se nos escuche.”

“En realidad, ese testimonio múltiple ya está empezando a ocurrir. Con lucidez y con pasión se están manifestando expertos de los sectores más diversos. Científicos, politólogos, economistas, universitarios, gente del teatro, del cine, de la literatura, gremialistas, juristas, docentes, trabajadores de diferentes áreas, pequeños empresarios, jubilados, periodistas, están haciendo oír su voz cada vez con más frecuencia y con más claridad. Es el principio de un camino.”

Así se inauguraba la 48° Feria Internacional del Libro, con pasillos más amplios que lo habitual por menor cantidad de stands, con un pronóstico escalofriante sobre la industria editorial suministrado por Vaccaro durante su discurso ("en 2015 el país produjo 129 millones de libros para caer en 2018 a 26 millones, en 2023 y luego de la pandemia las cifras llegaron a 48 millones de ejemplares. Este año la cifra final no se describe con números sino con palabras: será paupérrima"), pero con su acostumbrada cantidad de visitantes, que ya habían empezado a transitarla desde el martes. Una visita que, para el porteño y el turista, forma parte de sus hábitos desde hace medio siglo, aunque algunos no lo vean.

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