Nuevo trabaja como aprendiz en un taller mecánico. Sólo que, de noche, roba estéreos. Tiene mejores habilidades: por ejemplo, sabe descifrar los códigos de seguridad de algunos aparatos, y eso le da cierto prestigio en el taller. Pero él quiere prestigiarse mejor en otro ámbito. Sueña con entrar en la mafia, y para eso debe lucirse robando un auto carísimo. Energía, habilidad, sueños de progreso, sin mucho discernimiento acerca de lo que es moral o no.
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Al fin y al cabo, sus padres siempre borrachos, y la vecina promiscua no constituyen ningún ejemplo. Su patrón, un boxeador retirado, no parece un espejo demasiado brillante. El dueño del auto, un famoso compositor de baladas, también es otro ladrón, porque le roba melodías a Mahler. Y, la verdad, en el fondo el capomafia es otro infeliz. Y así sucesivamente.
Jacek Bromski, el director, hace con estos y otros personajes una galería bastante sarcástica de retratos contemporáneos, de donde sólo se salva la abuela, una vieja gruñona que, aunque desconfía de los curas, todavía conserva los viejos valores.
Diferencias
¿Suena conocido? Si esta película se diera en castellano, más de uno pensaría que es argentina. La mayor diferencia se da en algún paisaje de campo, en los diálogos menos recargados (por ahí uno de los grandotes llora, cuando acá se llenaría la boca de palabrotas y/o frases sentenciosas), y en una buena escena de tiros, bien creíble, y algo tragicómica.
En cuanto a los defectos, quizá por su factura televisiva, o por una intención de llegar al público más joven, hay demasiada carita linda, musiquilla de fondo, y hasta un ajuste de cuentas entre chicos, harto inverosímil. Por suerte, son defectos menores. También la película es bastante menor, aunque, para sorpresa de casi todos, ganó el gran premio del último festival marplatense. Conviene aclararlo: no era la mejor hecha, pero sí la única que, hablando de problemas actuales, alcanzaba cierta emoción. Eso vale.
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