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Los guardianes de las rutas del cielo
Pero la mayoría de los pasajeros ignora que luego de realizar su check in y ubicarse y ajustarse sus cinturones para el despegue o aterrizaje, los pilotos no están solos, sino que cuentan en la tarea de surcar el firmamento con la guía de un «guardián». Se trata del controlador aéreo, la persona que se encarga de administrar el espacio para que todos los aviones puedan despegar y llegar a destino.
Para comprender cuál es su tarea, hay que comenzar explicando que el país tiene diferentes dependencias de control de tráfico aéreo (atc) que trabajan en conjunto y se van coordinando. La primera, la más conocida, es la torre de control, que se encarga de guiar a los aviones que vuelan dentro de la jurisdicción del aeropuerto mientras hacen rodaje, despegue o aterrizaje. El radio de acción de la torre abarca aproximadamente unas 20 millas náuticas (unos 40 kilómetros) y hasta una altura de 3 mil pies (900 metros aproximadamente). Es decir que apenas se produce el despegue, dirige al avión por uno o dos minutos. La torre es la única dependencia que tiene contacto visual con la aeronave.
La segunda instancia es el control de aproximación o salida (depende de si el avión está aterrizando o despegando). En la Argentina, ese control opera las 20 millas náuticas (igual que la torre), pero lo controla hasta «niveles de vuelo» (se maneja por la presión atmosférica para poder usar altitudes-29.92 el la presión estándar). De la correcta ubicación de la presión depende el éxito de la operación. Este control de área y aproximación está ubicado físicamente un piso más abajo de la torre, pero, como es el radar el que le da la visualización geográfica -los profesionales siguen todo por pantallas-, el control de Ezeiza podría estar ubicado en Capital Federal o en Morón, porque la posición no afecta su función.
En tercer lugar, se encuentra el área terminal. Nuestro país cuenta con cinco: Comodoro Rivadavia, Resistencia, Córdoba, Mendoza y Buenos Aires, donde se monitorea la mayor cantidad de vuelos -abarca Ezeiza y Aeroparque-. Por eso se dice que allí están los controladores más experimentados. Aquí ya se manejan hasta las 55 millas náuticas, sería una especie de «embudo» por donde entran y salen todos los aviones. Se encargan de la delicada tarea de ubicar el tránsito de aeronaves y separarlo para llegar a la cuarta etapa: el control de ruta.
Este control de ruta lo tiene por un margen de tiempo mucho más prolongado, de 15 minutos a una hora. Cabe mencionar que hasta las 150 millas náuticas hay radar, después en la Argentina todo se maneja sobre la base de las comunicaciones. El piloto brinda un tiempo estimativo de vuelo al controlador, que está atento a ese horario para poder comunicárselo al destino. Si no lo cumple, tiene que volver a reestimar su tiempo de vuelo. Las tareas del controlador están fuertemente ligadas a los cálculos matemáticos y también cuentan con una fraseología especial y se utilizan medidas del sistema anglosajón.
Pero ¿qué ocurre mientras el avión está fuera del área del radar? En el aire hay rutas, como en tierra (se llaman aerovías), que los pilotos siguen sobre la base del equipamiento que existe en el avión. Allí tienen puntos de notificación obligatoria en los que deben informar al control su posición. Si el piloto se va de la ruta por alguna razón, le tiene que avisar al controlador que se está apartando, y si hay problemas meteorológicos, es este profesional quien se encarga de avisarle al resto de los aviones. Claro que esta situación se repite en todos los países, y si nos estamos dirigiendo en un vuelo hacia el Norte, ahora podrá saber que ese vuelo pasará bajo el control de área de Buenos Aires, después será monitoreado por Resistencia o Córdoba, depende si quiere ir por el continente o por el mar.
Cada uno de ellos se lo pasará a Paraguay o a Brasil, y éstos a Perú, Venezuela, etcétera, hasta llegar a destino. Una hueste de «guardianes» que desde la tierra protegen los cielos.
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