El Banco Central del Uruguay (BCU) divulgó en los últimos días -como todos los meses- sus Encuestas de Expectativas sobre las distintas variables de la economía. En cuanto al crecimiento, se prevé una suba del PIB del 3% este año, una buena tasa aunque con mucho de “rebote” post-sequía y crisis argentina.
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La economía uruguaya tiene varias fortalezas, entre ellas, su estabilidad institucional, grado inversor y oportunidades en la región y el mundo. Pero su crecimiento de mediano plazo es escaso y las cuentas públicas no cierran.
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Para el año próximo el crecimiento se estima en 2,5% (mediana de las respuestas); en el gobierno hay más optimismo y hablan de 3,1% para 2025, pero la tasa luego baja a 2,7% en la proyección de mediano plazo (2026-2028), publicada en la Rendición de Cuentas. Es decir: más allá de los vaivenes recientes, Uruguay está con una proyección de crecimiento modesto que -por lo tanto- no da mucho espacio para grandes expansiones de gastos y proyectos, a no ser que haya cambios más profundos en la economía.
¿Cómo se incorpora esto en la campaña electoral? Diría que a la uruguaya: sin hincarle el diente demasiado a fondo, pero sin desconocer que el escenario impone limitaciones. Así, si bien hay cierta inclinación a prometer diversos gastos (planes, proyectos, “reforzar”, “impulsar”) hay un reconocimiento subyacente a que no se puede prometer el oro y el moro. De hecho, hay propuestas que reconocen que ciertos planes exigen un endeudamiento futuro.
Pero si el crecimiento es modesto (y siempre y cuando no haya algún otro imprevisto) también la capacidad de endeudamiento a futuro es limitada, porque el otro componente clave de la proyección financiera del Estado (el resultado fiscal) también se ha deteriorado. Con un “rojo” de 4,4% del PIB y con una relación gasto/PIB que ha subido en los últimos años (a pesar de que el actual gobierno abogaba por contenerla), el margen por este lado también es escaso. Según CPA-Ferrere, el gasto total del gobierno central + BPS pasó de 30% del PIB en 2019 a 31% en 2024. Y no por reiterativo deja de ser importante: si se aprueba el plebiscito, todos estos números -a mediano y largo plazo- pasan a un rojo oscuro y se vuelven insostenibles; no hay que votarlo.
Gasto, productividad y reformas
Así, más allá de que puede haber un cierto margen de endeudamiento futuro (hay que recordar que parte de eso se usó en los contratos PPP ya vigentes, que generaron compromisos de pago por varios años), si se quiere potenciar el gasto en ciertos sectores hay que revisar el gasto ya existente. En este sentido, sigue pendiente una reforma del Estado amplia, basada en la productividad y la eficiencia, que ponga al ciudadano en el centro y no al empleado y/o la institución estatal del caso, que no tienen rol en sí mismos sino en servicio al resto de los compatriotas. Una reforma de este tipo tendría el doble efecto de racionalizar el gasto y aumentar la productividad general de la economía. Algo se ha hecho, hay que reconocerlo, pero falta ir más a fondo.
Son varias las áreas que están -claramente- precisando una reforma importante. El Sistema Nacional Integrado de Salud, empresas estatales, la gestión de las transferencias sociales, etc.. En educación, un área clave, hay una transformación en marcha que precisa reafirmarse y ampliarse, junto a mejoras en la gestión que -de una u otra manera- tienen que apuntalar la autonomía de gestión en los centros y la descentralización. Algo se ha implementado, pero se precisa apurar el paso.
Esto porque la educación es la vía más genuina para mejorar y ampliar la igualdad de oportunidades, incorporando a aquellos en situación más precaria. Lejos del paternalismo, que tiene patas cortas, se trata de abrir espacio al esfuerzo y virtudes de cada joven, para que vislumbre su camino de formación y empleo. En tiempos de una revolución tecnológica vertiginosa, si no se ayuda a subir la mayor cantidad al tren de las nuevas tecnologías, Uruguay no solo persistirá con un núcleo duro de pobreza, sino que la exclusión y las carencias se pueden agravar. El Estado ayuda con subsidios directos, y puede mejorar y ampliar esa ayuda, en especial a la gente que está lejos de las oportunidades de empleo, y está condicionada por situaciones críticas, en familias con ingresos precarios y -tristemente- con el narcotráfico en la puerta o dentro de casa.
Pero a la larga, lo clave es que mejoren las capacidades de la gente (en economía se habla de “capital humano”) desde el más sofisticado trabajo en ingeniería o software, hasta el más práctico de los aprendizajes de oficio, cálculo o artístico. Un mayor crecimiento de largo plazo depende de una mayor inversión, tanto física (en infraestructura, instalaciones, fábricas, depósitos, plantaciones) como en el conocimiento y formación de la propia población, con su impacto social en la integración social y calidad de vida. De lo contrario, la economía seguirá limitada a un crecimiento escaso y, por tanto, más dependiente de los vaivenes externos.
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