José Mujica quiso regalarles a sus seguidores un tiempo para asimilar el más amargo de los tragos, el de la muerte. El expresidente se despidió anticipadamente, el 9 de enero, cuando anunció que se estaba muriendo por la expansión del cáncer que padecía.
La muerte de José Mujica deja huérfana a una clase política
El fallecimiento del expresidente abre un vacío de liderazgo en el Frente Amplio que se extiende hacia una región que pierde a sus referentes de izquierda.
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La decisión de tomarse el tiempo restante para “despedirse de la barra” escondía la sabiduría de que su ausencia terminaría de coronar una crisis de liderazgo en la fuerza mayoritaria del Uruguay, el Frente Amplio (FA), que ha visto en el correr de los últimos cinco años perder a sus anclas con las muertes de Tabaré Vázquez (1940-2020) y Danilo Astori (1940-2023).
Reflexivo y polémico, la voz del referente indiscutible del MPP se extendió dentro del FA como una verdad cierta tantísimas veces. Mujica marcó el ritmo de las políticas más audaces con las que se vincula, en el consciente colectivo, al Frente.
Fue, además, artífice intelectual del actual gobierno. Lo hizo en la ambivalencia que siempre lo recorrió: como militante para la barra, participando incluso de mítines de campaña electoral con exiguas fuerzas; y como líder, forjando estrategias políticas y “hablando de su experiencia”, como definió Yamandú Orsi la marcada de rumbo que propuso el exmandatario.
La voz de Mujica era una voz de peso. Sus palabras replicaban incluso en la oposición, tenían la virtud –por inspiradoras o incendiarias- de interpelar. Pocos políticos eran indemnes a sus llamados de atención.
Su ausencia pone ahora al FA en una frágil situación, huérfano de líderes históricos y con dirigentes sin mayor carisma. El problema no es nuevo, pero sí lo es la urgencia de resolverlo. Se trata de un proceso que la izquierda demoró y en el que la oposición blanca y colorada ya ha dado sus primeros pasos exploratorios.
La voz de Mujica se elevaba, además, por sobre las fronteras del Uruguay. Los progresismos latinoamericano y europeo lo adoptaron como una referencia. Fue esa mezcla de austeridad y opiniones sin filtro que caló, quince años atrás, como una muestra de una dirigencia de izquierda coloquial y disruptiva en un mundo políticamente correcto.
Existieron múltiples factores económicos y geopolíticos que propiciaron ese boom de fuertes liderazgos de izquierda en la región, pero que no serán hoy materia de análisis.
De esa postal de la Patria Grande, quedan apenas retazos. En parte por la pérdida física de varios de sus referentes y en parte por la devaluación moral de muchos de sus proyectos.
Mujica y el brasileño Lula da Silva eran los dos sobrevivientes de ese desenlace. Ambos admirados y escuchados por los actuales presidentes de izquierda de la región. Queda ahora en soledad con esa tarea el presidente brasileño, encerrado también en la trampa de no haber construido un heredero.
La renovación en la política fue un tema recurrente en las últimas apariciones públicas del fallecido expresidente con referencias a los jóvenes y su desencanto, y con indicaciones a la clase dirigente para recuperar un entusiasmo necesario para solventar el funcionamiento de la política tradicional.
En su último mensaje a la juventud, Mujica los arengó para defender la construcción colectiva, un pilar del ideario de izquierda: "Si hay bronca, que la transformen en esperanza y que luchen por el amor; que no se dejen engatusar por el odio y que no se dejen atrapar por la droga; que no se queden solos. Nadie se salva solo".
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