Poco queda ya de aquel chavismo que, de la mano de Hugo Chávez, se jactaba de no perder elecciones. Eran momentos en que no había dudas sobre la transparencia del sistema electoral venezolano, aunque sí hubiese voces críticas sobre cómo organizaba el PSUV a sus militantes el día de la votación.
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Nicolás Maduro fue esta madrugada re-reelecto. Lo fue según los datos de un Consejo Nacional Electoral (CNE) señalado desde hace años como afecto al gobierno y que demoró varias horas en informar los resultados pese a que sus estándares son mucho más veloces gracias al voto electrónico. Un Consejo Nacional Electoral que no dejó a los representantes de la oposición fiscalizar el recuento de votos.
En verdad nadie puede sorprenderse de lo ocurrido en Venezuela. La fórmula es repetida: se convoca a elecciones, se coarta la libre participación opositora, se denuncia fraude y ambos bandos se adjudican la victoria. La pantomima democrática parece repetirse al infinito.
Rápidamente, en medio del simulacro de elecciones libres y justas, varios países de la región, encabezados por Uruguay, trataron de marcar parámetros de aceptabilidad del proceso electoral. Esa campaña comenzó hace meses en paralelo con la inhabilitación de candidatos opositores, específicamente María Corina Machado, para disputar a Maduro el poder.
Anoche se repitió ante los primeros temores de fraude nacidos de la demora en el recuento de votos. Uruguay, Argentina, Perú, Paraguay, Panamá, Costa Rica, Ecuador, Guatemala y República Dominicana exigieron transparencia.
La movida regional, aunque valiosa en su espíritu, estuvo de antemano debilitada por grandes ausencias, las de los gobiernos progresistas de América Latina: Chile (que finalmente condenó en solitario el fraude), Colombia y Brasil.
La reticencia de los gobiernos de Gustavo Petro y Lula da Silva en condicionar el proceso electoral en Venezuela, dejando en claro que prácticas no democráticas serían inaceptables, ha sido una fortaleza para Nicolás Maduro y su maquinaria.
Un tímido Lula da Silva se animó a reaccionar tardíamente el viernes a la amenaza de un “baño de sangre” en caso de que el chavista no triunfara en las urnas. “Me asusté con la declaración de Maduro, cuando pierdes te vas”, dijo. El venezolano lo mandó a “tomar un té de manzanilla”.
Pasadas más de nueve horas desde la proclama de victoria del presidente venezolano, el silencio en el Planalto sobre el resultado de las elecciones en Venezuela se mantiene a la sombra de una condena internacional que crece. Se trata de una enorme contradicción para un Brasil que, como prometió Lula al asumir su gobierno, volvería a asumir el liderazgo diplomático de la región.
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