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Si Osvaldo Laport -o sus personajes, que casi siempre se parecen muchísimo a él- tiene el coraje de mostrar permanentemente su musculatura muy trabajada o de lucir un vestuario que roza el ridículo en un hombre de su edad, si insiste en mostrarse como un sex symbol y de producir un perfume con su cara, por qué no iba a animarse a despuntar el vicio como cantante y sacar su propio disco. En todo caso, si la experiencia le resulta, puede sumar ganancias a la Pyme multimedia que ha construido alrededor de su nombre y su imagen.
El actor uruguayo hizo un cocktail con algunas canciones conocidas -»Ansiedad», por caso- y varias escritas por él mismo en conjunto con el músico, guitarrista, director y productor del disco, Marcelo Wengrovski. Se rodeó de una banda numerosa de estilo indefinible pero profesionalmente prolija. Y presenta un producto -nunca mejor utilizada la palabra- que no sorprende. Laport tiene una voz seca pero no desafina. Lo que jamás logra es cantar.
Seguramente, algunas fans de Laport compren su álbum; aunque a la vista de los resultados sea imposible incluirlo en el rubro de los artistas de la música.
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