11 de octubre 2007 - 00:00
"Michael Clayton"
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El caso con el que debe lidiar ahora es el peor de todos: la multinacional U/North, a la que defiende su estudio, enfrenta un juicio multimillonario por haber comercializado, a sabiendas, un producto que puede ser letal; el abogado encargado de la defensa (el mencionado Wilkinson) tiene un ataque de conciencia y ahora decide denunciarla, y encima el propio estudio, capitaneado por el siempre impagable Sidney Pollack, está en vías de fusión, por lo cual perder el actual juicio es impensable.
La modalidad temporal elegida por Gilroy, también guionista, es eficaz: en los primeros minutos, tras empezar a ocuparse de un caso mucho menor (un cliente que atropelló a alguien con su auto), el «fixer» se toma un descanso bucólico y hace un alto en una ruta para observar unos caballos. Si bien no se sabe para qué le habrán puesto caballos a Clooney, lo que sí resuena, e intriga, es su Mercedes Benz, que vuela en mil pedazos: alguien quiere deshacerse de él. Allí comienza el gran flashback donde todo se explica.
Lo que no se explican son otras cosas, que también hacen a la solidez de un film: si bien Wilkinson, Pollack y el mismo Clooney son convincentes, Tilda Swinton, como la inescrupulosa asesora legal de U/North, es escasamente convincente: no tanto por ella sino por haberla caracterizado con una vulnerabilidad, y hasta un candor, reñidos con su personaje (uno puede imaginarse a la Kathleen Turner de «Cuerpos ardientes» para ese papel).
Tampoco satisfacen demasiado las insinuaciones de la compleja historia familiar de Clooney, que quedan sin cerrar del todo. O, peor aun, que cuando él decida hacer creer que murió en el atentado sólo arroje dentro del auto su reloj, su celular y pocas pertenencias más. ¿No quedan rastros de un cuerpo carbonizado en un vehículo que se incendia? Pero, en fin, la velocidad narrativa es tal que a veces no hay tiempo para reparar en minucias. Y encima estar atento a esas minucias no deja disfrutar.
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