11 de octubre 2007 - 00:00

"Michael Clayton"

George Clooneyes MichaelClayton, unexperto en«arreglarles»problemas a lasmultinacionales,hasta que lehabla laconciencia.
George Clooney es Michael Clayton, un experto en «arreglarles» problemas a las multinacionales, hasta que le habla la conciencia.
«Michael Clayton» (id., EE.UU., 2007; habl. en inglés). Dir.: T. Gilroy. Int.: G. Clooney, T. Wilkinson, T. Swinton, S. Pollack y otros.

Como aquella parábola de los vinos nuevos en odres viejos, los thrillers judiciales contemporáneos han renovado su técnica narrativa, sostenida por un montaje vertiginoso las más veces, aunque en el fondo continúan aferrados a tablas de valores y detonantes de intriga tan esquemáticos y simples como de costumbre, o -paradójicamente- a móviles y planteos aun más edulcorados y sentimentales de lo que se veía en el género hace 30 años.

«Michael Clayton», debut como director del guionista de la trilogía Bourne, Tony Gilroy, es un film funcional y entretenido, pero acusa varias de estas características. No hay que escarbar demasiado en el cinismo, la despreocupación ética, los desarreglos y la habitual barba de tres días de muchos de los antihéroes actuales (como el personaje de George Clooney en esta película) para encontrarse con un buen e intachable corazón.

Tampoco hay que esperar que al poder de una inescrupulosa corporación internacional lo enfrente, por caso, un monstruo rival de las mismas características, o un particular que proceda por puro interés: por lo común habrá (como el personaje de Tom Wilkinson) un pecador arrepentido, que sufre una crisis de conciencia y decide arriesgar su vida para que se haga justicia. El homo hollywoodensis está intacto, lo que cambian son las formas del relato y su apariencia, un tanto más compleja.

Así, filmada con nervio, desplegando en sus tramos iniciales una compleja galería de personajes que recién terminarán de encajar cuando se inicie el gran flashback en el que transcurre casi toda la película, «Michael Clayton» (el nombre de su protagonista, Clooney) narra la historia de un «fixer»; esto es, de un abogado perteneciente a un gran estudio que trabaja con corporaciones, encargado de «arreglar» en las sombras los problemas más graves que puedan tener los clientes.

El caso con el que debe lidiar ahora es el peor de todos: la multinacional U/North, a la que defiende su estudio, enfrenta un juicio multimillonario por haber comercializado, a sabiendas, un producto que puede ser letal; el abogado encargado de la defensa (el mencionado Wilkinson) tiene un ataque de conciencia y ahora decide denunciarla, y encima el propio estudio, capitaneado por el siempre impagable Sidney Pollack, está en vías de fusión, por lo cual perder el actual juicio es impensable.

La modalidad temporal elegida por Gilroy, también guionista, es eficaz: en los primeros minutos, tras empezar a ocuparse de un caso mucho menor (un cliente que atropelló a alguien con su auto), el «fixer» se toma un descanso bucólico y hace un alto en una ruta para observar unos caballos. Si bien no se sabe para qué le habrán puesto caballos a Clooney, lo que sí resuena, e intriga, es su Mercedes Benz, que vuela en mil pedazos: alguien quiere deshacerse de él. Allí comienza el gran flashback donde todo se explica.

Lo que no se explican son otras cosas, que también hacen a la solidez de un film: si bien Wilkinson, Pollack y el mismo Clooney son convincentes, Tilda Swinton, como la inescrupulosa asesora legal de U/North, es escasamente convincente: no tanto por ella sino por haberla caracterizado con una vulnerabilidad, y hasta un candor, reñidos con su personaje (uno puede imaginarse a la Kathleen Turner de «Cuerpos ardientes» para ese papel).

Tampoco satisfacen demasiado las insinuaciones de la compleja historia familiar de Clooney, que quedan sin cerrar del todo. O, peor aun, que cuando él decida hacer creer que murió en el atentado sólo arroje dentro del auto su reloj, su celular y pocas pertenencias más. ¿No quedan rastros de un cuerpo carbonizado en un vehículo que se incendia? Pero, en fin, la velocidad narrativa es tal que a veces no hay tiempo para reparar en minucias. Y encima estar atento a esas minucias no deja disfrutar.

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