26 de septiembre 2007 - 00:00
"No imaginé que esta novela iba a ser la más negra"
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P.: Si no es Clancy de donde toma la idea de observar las crisis en Rusia y en Estados Unidos ¿cuál considera que es el autor de bestsellers que lo ha influenciado?
J.V.: John Le Carré, que es un escritor de temas relacionados con el espionaje muy interesante, literariamente muy bueno, que pasó de radiografiar la Guerra Fría a su actual militancia antinorteamericana, a través de un ex espía.
P.: ¿Cómo ha hecho para dar datos reales de personajes históricos a cada momento?
J.V.: Hice una investigación muy larga. Ese tipo de estructura de base, de fundamentos concretos, es parte de mi estilo.
P.: En su monumental trilogía ¿ha venido trabajando el tema del siglo XX o el del desencanto, la crisis personal?
J.V.: Creo que en buena medida trato sobre la forma como, en el siglo XX, los seres humanos intentaron controlar el futuro sin lograrlo nunca. Estos sistemas utópicos, y los personajes que los viven, buscan cómo tener certezas, seguridad y enfrentarse a un mundo que jamás las ofrece. En el caso extremo del comunismo, el sistema imaginaba que todo el planeta poco a poco se volvería comunista, y no que poco a poco todo el planeta se volvería capitalista.
P.: «No será la Tierra» pareciera no tener la influencia de los narradores mexicanos sino del muralismo de Diego Rivera.
J.V.: Es bueno que lo diga porque lo había pensado, y todo el mundo piensa que no tiene nada que ver con México. Creo que mi procedimiento tiene algo de «Guerra y Paz», que tiene 200 personajes y es un retrato completo de la época; y del mural de Diego Rivera en el Palacio Nacional, que tiene 170 o más y retrata de los aztecas al futuro. Buscan dar una visión de conjunto que es lo que yo quería en «No será la Tierra».
P.: ¿Por qué los personajes centrales son mujeres?
J.V.: Fue un desafío personal sobre el punto de vista. Al tratar temas que, como la política, la economía y la ciencia, por lo general se asocian con los hombres. Son cinco mujeres de lugares distintos, de generaciones distintas, con ideas y profesiones distintas. A mí me atrajeron las marginales, la ambientalista norteamericana y la poeta rockera soviética.
P: ¿Por qué hace la trampa de ese relato que el lector cree que es de un narrador omnisciente resulta que es el de un asesino pasional encerrado en prisión?
J.V.: En mis tres libros hay una constante que decidí desde el principio: debían ser narradas por hombres, en los márgenes de la historia que están contando, saben de lo que están contando. En «En busca de Klingsor» es un científico recluido en un manicomio. Quise hacer creer al lector que en cada caso es una novela sin narrador, para luego darse cuenta que eso que creía narrado como si estuviera ocurriendo en realidad era relatado por alguien con cierta intención.
P.: Y esa intención muestra un pasado cruel y un futuro dramáticamente incierto si no apocalíptico.
J.V.: Lo terrible de esta novela, y lo que yo no sabía hasta terminar de escribirla, es que iba a ser la más negra, la más pesimista de todas; es haber observado lo que va de la época autoritaria de Breznev al golpe de estado contra Gorbachov, y luego observar que oligarquías se instalaban al instaurarse el libre mercado.
P.: En «No será la Tierra» trata de la caída del comunismo, de los problemas del capitalismo y del Genoma Humano; en la primera de la trilogía de la relación entre ciencia y nazismo, y la segunda, donde trató los ideales de los revolucionarios latinoamericanos, no llegó nunca aquí ¿fue censurada?
J.V.: Más que de censura se trata de cómo funciona el mercado del libro en América Latina. «El fin de la locura» es una novela distinta tanto de «En busca de Klingsor» como de ésta, es una sátira mucho más asida. Me divierto criticando todos los ideales revolucionarios en Francia y en America Latina en los años '60 y '70. Como no anduvo bien en España no la trajeron.
Entrevista de Máximo Soto
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