3 de junio 2020 - 00:00

Joaquín Areta: una ficción sobre el pasado que vuelve

El autor, pese a su especialidad, considera un error que la literatura se ocupe de casos clínicos.

Areta. “La violencia subterránea está en toda la historia argentina”.

Areta. “La violencia subterránea está en toda la historia argentina”.

La violencia del pasado argentino se filtra por los resquicios de la vida cotidiana más modesta y provoca imperceptibles convulsiones. Lo sufren, en Neuquén, un ingeniero jubilado que debe cuidar a su madre senil, un chico que se siente huérfano y vive en una villa que fue cercada por ciudad moderna, y un joven ingeniero que vive un dilema ético que aqueja su identidad.

Esto es lo que cuenta el escritor neuquino Joaquín Areta en “Enjambre” (Adriana Hidalgo), su primera novela. Areta es licenciado en Psicología (UNLP), ejerce la clínica y actúa en el ámbito carcelario. Ha publicado libros para chicos aunque con temas adultos, como el de los medios de comunicación. Dialogamos con él desde su actual residencia en Tandíl.

Periodista: “Enjambre” recuerda, al cruzar tres historias, películas como “Babel” o “Amores perros”, pero mientras en ellas la violencia es manifiesta aquí es latente.

Joaquín Areta: La mejor sorpresa que puede tener quien escribe es encontrar a un lector que descubra las capas de sentido que uno intenta darle al texto sin volverlo torpemente explícito. En las grietas de lo no dicho, de lo insinuado, aparece la potencia del sentido. La violencia subterránea cuando no está en lo que se cuenta está en el trasfondo de la historia argentina. Las tres historias de la novela tienen un correlato con nuestra historia sin ser una novela histórica, ni busca serlo.

P.: Da detalles que se vuelven referencias, puntas de flecha que remiten a la Conquista del Desierto, un revólver que lleva a repensar la última dictadura.

J. A.: Todo empezó con el cuento de un ingeniero que tiene que investigar la aparición de siniestras abejas africanas, que nunca me cerró como cuento y pensé que podía sumarle sentido. Así aparecieron otras historias, otros personajes. Por ejemplo la de Bairon, un chico que vive en una villa, un barrio de Neuquén que quedó emplazado en un lugar inconveniente a medida que evolucionó la ciudad. No me interesaba recaer en su trasfondo, en lo que hizo a última dictadura, en cómo se naturalizó lo impropio, sino mostrar como distintos aspectos de la historia argentina terminan repercutiendo en nuestra vida cotidiana, y como se expresan en el modo de vivir la inequidad social.

P.: Borges decía que cuando leía algo, una novela del siglo XIX, a la vez leía el mundo que lo rodeaba. El combate con las abejas exóticas, la relación con China, la película “El día de la marmota”, lleva a pensar en la pandemia del Covid-19.

J.A.: Un relato actual es fácil que tenga ecos de la situación geopolítica, de aspectos trasnacionales, de la globalización. Desde lo biológico hay animales, virus, que hacen estragos planetarios. Las abejas africanas fue una peste que se expandió por América, de Brasil a Estados Unidos. Es una especie de gran éxito reproductivo. Ese impensado despliegue lleva al personaje a pensar en China. La pandemia actual puede llevarnos a relacionar esas cosas, algo que a mí nunca se me ocurrió.

P.: Otra epidemia, esta vez doméstica, es la que busca destruir ese ingeniero jubilado que cuida a su madre senil. Madre que pareciera dedicarse a domesticar hormigas.

J.A.: Es algo que está en el límite entre lo realista y lo fantástico. Las hormigas están denunciando lo no dicho. Carlos intentando sostener la vejez de su madre le oculta información. En la dificultad de convivir con alguien muy mayor se llegan a invertir los roles. Carlos empieza a descubrir un comportamiento extraño en las hormigas, que su madre cree conducir, y comienza a exterminarlas.

P.: El ingeniero mayor está en conflicto con su madre, el otro, joven, con su padre.

J. A.: En ese caso entra en juego un dilema ético, su apego a un represor. Iñigo se enfrenta y a la vez sostiene ese apego. No quiero espoliar el final de la novela.

P.: Usted es psicólogo y ha trabajado en el ámbito carcelario, ¿no se le ocurrió contar casos clínicos?

J. A.: Tengo un único cuento, sin publicar, ni siquiera real, donde aparece una psicoanalista y un paciente. No me interesa escribir sobre casos clínicos. Tengo textos dedicados estrictamente a temas de psicología, pero eso es otra cosa. Me parece un error psicologizar la literatura. Cuando trabajo en un personaje uso más mi capacidad de observación, el análisis introspectivo, que las herramientas de mi profesión.

P.: ¿Qué está escribiendo ahora?

J. A.: Una novela sobre un caso real, sobre una persona condenada a cadena perpetua. Un caso bastante mediático que ocurrió acá, en la Argentina. Un preso del que tengo la convicción que es inocente. La estoy terminando, Revisando las dos grandes partes en que dividí la historia. Entrevisté numerosas veces a esa persona, que vivió mucho tiempo afuera. La mitad de las charlas fueron en castellano y la mitad en inglés. Leí las 160 páginas de la sentencia. Me puse en contacto con la Fundación Inocence Project Argentina para que revise el caso. Por un lado hice el trabajo de intervenir sobre lo real, sobre la situación, y por otro escribí una ficción basada en hechos reales. Es una ficción. Si bien no está centrada en la vida carcelaria, hay escenas allí porque pude hablar con una persona que conoce al protagonista de adentro de la cárcel. Hay escenas que me divirtió escribir por bizarras, cómicas o dramáticas, Pero no hago de la vida tumbera una cantera a la que sacarle jugo, que es un lugar común. El trabajo de campo, el proceso de la investigación fue realmente apasionante, espero que la novela lo sea para él lector.

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