5 de enero 2006 - 00:00

"Palabras mágicas" y aburrimiento abismal

Pese a los lindos paisajes y a la presencia de Juliette Binoche,el film se pierde en concursos ortográficos, trancesmísticos y un abismo solemne al que no vale la penaasomarse.
Pese a los lindos paisajes y a la presencia de Juliette Binoche, el film se pierde en concursos ortográficos, trances místicos y un abismo solemne al que no vale la pena asomarse.
«Palabras mágicas» (Bee Season, 2005, habl. en inglés). Dir.: S. McGehee y D. Siegel; Guión: M. Goldberg, N. Foner. Int.: R. Gere, J. Binoche, F. Cross, M. Minghella, K. Bosworth, S. Zuckerman.

Esta película tiene varias referencias al matemático Abulafi, la shefa, y la cosmovisión de la cábala. Aun así, y con todo lo que le entretenía dicho asunto, es probable que, de haberla visto, Jorge Luis Borges se hubiera aburrido a mares. Imagine el lector al resto de la humanidad. Encima la encabeza Richard Gere, que, tratando de variar, hace de cargoso.

Por suerte hay atenuantes. Digamos, lindas vistas de Oakland, Juliette Binoche, y la rubiecita Kate Bosworth, bonitas casas, y además uno aprende a deletrear en inglés, ya que la historia se centra alrededor de un certamen nacional de escolares duchos en ortografía, que deben decir ante audiencias cada vez más grandes cómo se escriben las palabras cada vez más difíciles que el jurado les va dictando (y alguien les dice «correcto», pero sin gracia, porque nada en la película tiene gracia, ni siquiera cuando descubrimos que la loca de la casa junta caireles).

Quien participa del certamen es la hija menor. Y para ella está todo bien, salvo que a los creativos de la película se les dio por visualizar algunas palabras con recursos ridículos hasta la cursilería, y porque el padre es otro cursi que se le da por meter a la piba en unos trances místicos alrededor de las palabras, que ni él pudo hacerlos cuando era joven (y el modo en que luego se representa el trance de la chica es otra ridiculez). El hombre está tan obsesionado buscando la recomposición mística de una armonía universal a través de las palabras, que no advierte la descomposición real de su propia familia. Quizá tarde en entender porqué su niña elige lo que finalmente elige, pero el público lo entiende, y en ese momento es feliz, porque además significa que se está por terminar la película. Cuyo asunto era bueno, y daba para más, pero se perdió en un solemne abismo al que no vale la pena asomarse, no sea que en el fondo haya una sopa de letras.

Dato curioso: según parece la nena, la francesita Flora Cross, recibió la propuesta del film mientras vivía en Argentina, donde su padre era corresponsal periodístico. Como quien dice, este país siempre ofrece posibilidades de irse.

P.S.

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