¿Qué tan favorable para la Argentina será el mundo después del triunfo de Donald Trump? Conviene entender dónde estamos parados. No hay plata es el mantra del gobierno de Javier Milei. Y tampoco hay dólares. De hecho, las reservas netas del Banco Central son todavía negativas. Como un año atrás no había plata, ni financiamiento, y sí una inflación rampante, el gobierno de Milei ató su destino a un ajuste drástico, urgente, a manera de shock inmediato.
El mundo, ¿será de ayuda o nos volverá a dar la espalda?
Está claro que el mundo después de Trump vuelve a ser un albur. Nuestro país, con una inflación domesticada, los dólares que ya se aseguró y la aprobación social que despierta el ajuste, luce más predecible. Si el mundo nos complica habrá que resistir con el impulso que permita el ahorro propio y una mejoría austera.
Los resultados del plan son conocidos. La caja del fisco se equilibró desde el primer mes. Ajustó Milei, pero con las transferencias bajo su férula, también las provincias. Sin tener que cubrir falencias de las cuentas públicas, la política monetaria se emprolijó. La inflación que escaló con una fuerte devaluación inicial desaceleró después notablemente. Un viaje vertiginoso la llevó, en once meses, de 25,5% mensual a 2,7%. La actividad real tocó piso en el segundo trimestre, y comenzó luego a recuperarse. Medida por el EMAE hoy supera el umbral de cuando Milei asumió. Sin plata y con sacrificio, en el segundo semestre, se salió del atolladero.
La estanflación quedó atrás. El mundo no fue un obstáculo. La severidad del ajuste interno se ocupó de corregir pari passu las cuentas externas. La balanza comercial retomó el superávit tan pronto como en enero 2024. Equilibrados los flujos, sin embargo, persiste el riesgo de la administración de los stocks. Por eso el Gobierno mantiene todavía el cepo cambiario. Las restricciones facilitan el manejo de la deuda en pesos. Pero, a la par, acentúan el interrogante sobre las obligaciones en dólares del soberano. De la mano de una economía más activa, además, regresó el déficit de la cuenta corriente. Con el repliegue del sector público como tomador de fondos, se hizo lugar a un boom de crédito al sector privado. Y es el gasto de los privados el que ahora presiona la balanza de pagos.
Nuestro prestamista de última instancia, el FMI, proporcionó los recursos estrictamente necesarios para renovar los vencimientos de capital del año. Aprobó el celo fiscal, pero, en la octava revisión del programa, planteó una modificación del régimen cambiario. A su criterio, se debía abandonar a fin de junio la modalidad del dólar blend (que permite a los exportadores liquidar el 20% de sus ingresos por fuera del mercado de cambio oficial). Y el Gobierno no lo aceptó. Vale consignar que las revisiones novena y décima todavía están pendientes.
La discrepancia con el FMI generó un corto circuito en la confianza de los mercados acerca de la viabilidad externa del plan. ¿De dónde saldrían los dólares para atender los vencimientos de la deuda en 2025? ¿Y aquellos que se precisan para sostener la proyección de un rebote de la actividad en torno a 5% el año próximo, un elemento crucial para enfrentar la elección de mitad de término? ¿Y qué decir de la apreciación acelerada del tipo de cambio real después de su devaluación inicial? ¿Es sostenible en el tiempo? El desafío fue mayúsculo. “Si el Gobierno devalúa, vuela por los aires”, se dijo. La idea de definir una fase II del plan con una hoja de ruta que desembocara en la eliminación del cepo quedó archivada. Si el riesgo país bajó de los 2500 puntos de sobretasa – cuando Milei ganó la elección – a 1150 puntos en abril, el entredicho con el FMI lo volvió a empinar. Tocó los 1500 puntos en agosto cuando también se erizaron la cotización de los dólares financieros y la brecha cambiaria.
El Gobierno se aferró a su programa desinflacionario con una tenacidad que fue reconocida y recompensada. El mundo no aportó una solución. El blanqueo de efectivo – que superó los 20 mil millones de dólares –, sí. Enterró los temores. Los dólares que el FMI retaceó – y sugería tomarlos del blend – salieron, y en mayor cantidad, de debajo del colchón. Se depositaron en el sistema financiero local sin ninguna garantía especial.
Con ese telón de fondo se facilitó una cascada de otros efectos favorables. El más importante fue el acceso creciente de las empresas al mercado internacional de capitales por fuera del cepo. Y así el riesgo país se hundió a la mitad del pico de agosto. La emisión del Banco Galicia – una firma que no genera dólares, destinada a financiar la compra de la operación de HSBC en el país– fue un punto de quiebre por la diversidad del libro de compradores y porque es difícil separar la voluntad de participar de la transacción de una visión constructiva sobre el éxito del plan.
La convergencia del tipo de cambio oficial con los dólares financieros – por la vía de la caída de estos últimos – es una pieza esencial del tablero para 2025. No es exagerado pensar que la eliminación del dólar blend pueda producirse sin trauma en el verano, y así la principal diferencia con el FMI quedaría saldada. De cara al año próximo, los dólares que el programa parecía incapaz de producir, ahora podrían venir de múltiples fuentes, incluyendo el superávit de la balanza comercial (que ya no sería totalmente absorbido por el blend). Las lluvias oportunas auguran una buena cosecha (aunque a precios internacionales modestos). Los proyectos del Rigi comenzarán a desembolsarse. Y será factible arrancar con las privatizaciones. Los multilaterales comprometieron ya asistencia por 8800 millones. Y no solo los privados podrán colocar deuda en los mercados voluntarios. Tímidamente los mejores emisores subnacionales deberían sumarse. Y quizás el soberano pueda tentar esas aguas. No hay apuro. Sus vencimientos abultados sucederán recién en 2026.
Antes del triunfo de Trump, la FED y los bancos centrales del G10 prometían un horizonte de baja sostenida de tasas de interés. Después de Trump, campean los nubarrones de una realidad más hostil. Aunque la Argentina haya quedado del lado correcto de la ecuación y sus activos financieros se comporten como un “Trump trade” más. EEUU amenaza con desatar una nueva guerra comercial y con la aplicación de un arancel todas sus importaciones a una tasa de entre el 10% y el 20% (y de 60% para China). La guerra comercial podría desencadenar represalias y una guerra de monedas. Así, aun antes de asumir, la silueta de Trump motoriza ya un ascenso marcado de las tasas largas de interés y un dólar fuerte que dañan el valor de los commodities. La Argentina puede verse perjudicada por más empatía mutua que haya con el magnate.
El presidente Milei fue el primer mandatario extranjero que recibió Trump (el único en una gala con sus partidarios celebrada en Mar a Lago). Pero Milei, que se quemó con leche con la Administración Biden tras el cortocircuito con el FMI, no dudó esta vez, de sostener una reunión bilateral con Xi Jinping en el G20. Aprendió que no debe poner todos los huevos en una misma canasta. Y repartirlos hasta podría potenciarlos. La renovación del swap de monedas con China fue crucial para que no se cayera el acuerdo con el FMI. Y Beijing podría acceder a una ampliación del swap que sería importante para que el FMI acepte acrecentar también su exposición en el país. Un dato esencial para levantar el cepo cambiario, lo que hoy no provoca prisa oficial y podría quedar para después de las elecciones.
La Argentina remó sola sus dificultades este año. Durante tres meses lo hizo contra la corriente sin agotarse. No le vendrá mal ese músculo. Está claro que el mundo después de Trump vuelve a ser un albur. Nuestro país, con una inflación domesticada, los dólares que ya se aseguró y la aprobación social que despierta el ajuste, luce más predecible. El plan mantendrá su rumbo llueve o truene. Se avanzará con las reformas. El rebote de la actividad permitirá acomodar mejor la carga, y hasta bajar algunos impuestos. Debería ser menos duro que este año.
Se sabe, la elección de octubre es el norte de 2025. Si Trump es un bonus, la pujanza de la economía será una carta decisiva. Si el mundo nos complica habrá que resistir con el impulso que permita el ahorro propio y una mejoría austera. Con todo, el Gobierno reforzará la mística original antes que pensar en un nuevo programa.
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