13 de octubre 2001 - 00:00

Cupones bursátiles

El riesgo-país estaba casi en el mismo lugar, con 1% lastimoso de «mejora», en tanto las acciones en nuestra Bolsa subían de rango en casi 5% para las dos versiones de los mervales. ¿Cómo entenderlo? Pues, encontrando cómo explicarlo... y allí está el problema, porque mientras la medición de temperatura daba una alta lectura, según el termómetro estuviera en una zona del cuerpo bursátil, al colocarse en otra ubicación mostraba una franca mejora del paciente.

¿Dónde encontrar un argumento valedero? Buscando en lo de adentro, el panorama siempre con lo mismo, declaraciones políticas poco amistosas. Cuadros de situación económica poco alentadores. Y debiendo asumir el primer día de la rebaja de calificación y jugando en la «categoría C». Por ese meridiano se explica lo del riesgo-país sin mejorar (gracias que no empeoró...) Pero a las acciones hay que hallarlas por otra vía, y la única posible es la del «tren de la alegría», ese convoy con la locomotora de Wall Street y que esta vez se dignó parar también en estación Buenos Aires. El miércoles, todo fue un festival de aumentos, a partir de Dow Jones bien plantado. Extrajimos más que otros, pero seguramente que «otros» no tienen un mercado tan sobrevendido como el nuestro. Es por eso que, apenas tironeando la demanda, lo nuestro pega saltos de cinco por ciento, como si nada. Es que cuando se junta una pequeña demanda genuina, imprevista y por alguna razón puntual, con los que están vendidos y deben cubrir: la plaza se acogota sola, con cuatro pesos de volumen todo puede saltar hacia arriba, en virtud de lo llamado por los «clásicos»: una soberana «crisis de oferta». Que vuelta a vuelta, pone a prueba la máxima de oro: «Lo que escasea se encarece, lo que abunda se abarata». Sin necesidad de arremeter con órdenes, el miércoles hubo acciones de ocho, seis por ciento de aumento, y apenas con nueve millones de volumen en efectivo. Una miseria, pero con una palanca que todo lo mueve: la negativa a vender debajo de ciertos límites. Y la necesidad de recomprar por una operación que debe cerrarse, o quedar en el aire. Vericuetos de la operatoria clásica, lo mismo que sucedía en Amsterdam -en 1630- y lo que se ve en los recintos de 2001.

Ese día pareció que Wall Street venció el miedo por los virus inducidos, y sacó la conclusión: «todos contra uno, no podemos perder. Puede ser una gran victoria de nuestras fuerzas, lo que traerá cierto júbilo de la venganza cumplida. Compremos». Y así, el termómetro de la situación nacional se leía en la cartelera de los bonos. Y el del panorama internacional derivaba de las acciones. Una fecha tan dispersa en sus indicatorias, como pocas. Lo que podía rescatarse, de fondo, era nulo nuevamente, porque siempre falta algo. Y es la plata.

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