23 de abril 2002 - 00:00

Leyes alentadoras en un Congreso penoso

Leyes alentadoras en un Congreso penoso
La temperamental senadora Cristina Kirchner expresó hace pocos días un concepto que representa el sentir de muchos -demasiados- legisladores para días importantes que van a venir en el Congreso dado que deben salir leyes decisivas para un acuerdo con el Fondo Monetario y para evitar no ya el fin del sistema financiero -de hecho ya no existe- sino que quede el «molde» de lo que es un banco.

Dijo Kirchner: «Parecemos legisladores del Fondo Monetario, no de la Argentina. No creo que a Estados Unidos o a Francia pueda ir el Fondo y exigir que le voten determinadas leyes como hacen aquí».

La respuesta es tan repetida, tan obvia, que ni bastaría mencionarla si no fuera por eso de que hay legisladores hoy que opinan lo mismo y en vísperas de una semana en que tratarán leyes clave. En Estados Unidos, en Francia y en muchos países más no se darían tales exigencias del Fondo, es cierto, pero sencillamente porque no les piden 20.000 millones de dólares o más en préstamos como quiere hoy la Argentina de Duhalde y sus socios políticos parlamentarios. Además se lo pedimos luego de que nos dieran un gran aporte hace 6 meses, muchos otros aportes antes también, que nunca devolvimos ni sirvieron para encauzarnos. Al contrario, los despilfarramos, acumulamos en más deuda externa y luego, en la reciente asamblea legislativa, que proclamó presidente al puntano Adolfo Rodríguez Saá, nuestros legisladores estallaron de alegría y vivaron cuando se afirmó: «No pagaremos la deuda externa».

Es obvio, entonces, que con tremendos antecedentes o «prontuario», diríamos, de la Argentina el Fondo -que ya hace bastante con intentar prestar a tan malos pagadores y además dilapidadores- exija que los fondos que aporte ahora no se vuelvan a ir a demagogias políticas, a déficit presupuestarios, a designación de más empleados públicos por políticos, a que en provincias -como el caso de Catamarca- no sigan disponiéndose jubilaciones a los 45 años, como hizo el gobernador Oscar Castillo, y centenares de tropelías más con dineros desaprensivamente manejados. Esta vez no sólo exigen leyes de salvaguardia sino que habrá una «embajada» permanente de funcionarios del Fondo en Buenos Aires y un control mensual que antes era trimestral.

Como insinúa la senadora Kirchner podemos no votarles leyes aconsejadas por quienes nos van a brindar ayuda a nuestro pedido. Pero entonces reneguemos del pedido. Más aún, renunciemos a ser uno de los 183 países miembros del Fondo Monetario Internacional. Nadie nos impide que lo hagamos y que volvamos a repetir los alegres vítores por la medida en el recinto parlamentario.

N
o dejaría de ser curioso que se fueran del Fondo países como nosotros, que venimos pidiendo insistentemente auxilio financiero por años y años, y permanezcan allí naciones -como Estados Unidos y Francia- que nombra la política santacruceña, y decenas más que no piden sino que aportan los capitales que se prestan a incorregibles y dispendiosos en el gasto público como nosotros.

Es cierto, para ser justos, que las grandes naciones aportan para resguardar mercados a sus propias empresas y porque subsidian a sus productores más ineficientes sacrificando exportaciones primarias de naciones emergentes. Pero la Argentina exageró en dispendio y uso de capitales de ayuda al extremo de tener 30% de toda la deuda mundial de los países en desarrollo o, directamente, subdesarrollados.

Los grandes países que aportan al Fondo y no piden en realidad nunca ayuda, que no son líricos, necesitan una auditoría internacional que resguarde sus inversiones privadas. Así opera, para unos y otros, el Fondo.

Como diría Moria Casán, «Argentina si no querés estar no estés». Argentina «hazle caso a la utopía de algunos populistas, preferentemente radicales alineados con Raúl Alfonsín, y también a nuestros izquierdistas criollos casi infantiles en política e ignorantes en economía que también piden 'romper con el Fondo'».

Ya se está viendo lo que significaron latiguillos políticos tontos de los mismos sectores: «terminar con el modelo», «acabar con el neoliberalismo», «repudiar esta política del Fondo», etcétera.

Durante poco tiempo, a partir del 20 de diciembre último, se hizo eso y así estamos: repudiamos la deuda, pusimos el «acento en lo social», terminamos con la odiada (por esas izquierdas y populistas) «convertibilidad», devaluamos como tanto pregonaban algunos (por caso el ahora también culpado de «golpista» Leopoldo Moreau), pintarrajeamos y destruimos sedes bancarias, les violamos sus tesoros, derrocamos gobiernos, encarcelamos ministros, manoseamos por jueces a banqueros, detuvimos vehículos de caudales nocturnos cuando repartían fondos a los «cajeros automáticos» en una caza de brujas, hicimos actos y puebladas callejeras y casi estuvimos a punto de instalar «soviets» por barrios, liberamos y elogiamos «piqueteros», quemamos banderas de Estados Unidos frente al Sheraton.

Hicimos todo lo que pregonaron largo tiempo los populistas, las izquierdas criollas y algunos medios que con ello se res: autoinmolaron como «Clarín», hoy al borde de la quiebra por efecto de lo mismo que proclamó y que, insólitamente, pide ayuda de 800 millones de dólares (de las reservas, obvio) por su abultado endeudamiento externo.

¿Y qué pasó?

Una devaluación que no debía exceder en lo necesario de 20%/30% pasó a 200%; la desocupación que ya estaba alta en 17% fue a 24% y es engañosa porque la doble indemnización por 6 meses para despidos frenó que sean más; sólo en el primer trimestre se perdieron 140.000 puestos de trabajo y cerraron 100.000 comercios minoristas y empresas chicas que son las que más trabajo brindan; entraron en cesación de pagos 7 provincias, además del país; un «corralito», doloroso pero que permitía movimientos de fondos entre bancos pasó a un «corralón» que aprisiona aún hoy a $ 41.000 millones de ahorristas que jamás los volverán a ver restituidos a su valor en dólares original y en tiempo indeterminado; crecieron los precios hasta 32% y se proyectan a no menos de 50%/ 60% anual cuando antes estaban en cero por ciento de inflación por año; cayeron los salarios reales; proliferaron las monedas múltiples en forma de «bonos provinciales»; entraron en cesación de pagos no sólo empresas mal administradas que proclamaban «populismo e izquierda», como «Clarín», sino también Telecom, Aguas Argentinas, IMPSAT, MetroGas, Loma Negra y decenas más al extremo de batir todos los récords históricos de convocatoria en un solo mes (marzo); la recesión se agudizó a su peor momento en 46 meses que dura y no hay perspectiva cierta de reactivación sobre todo porque no hay crédito al destruirse el sistema financiero y los pocos que lo obtienen es a tasa de 100% con lo cual sólo demoran su quiebra con ese endeudamiento; no hay crédito para prefinanciar exportaciones; tampoco para encarar las próximas cosechas; no hay confianza para que la gente vuelva a ahorrar en bancos y sin eso jamás habrá crédito para producir.

La pesadilla populista parece que va a durar poco, no más de 4 meses pero fue como un huracán devastador del país, con terribles efectos. Este populismo es tan irónico que acrecentó la injusticia social: bajó salarios, permitió salir del «corralito» a los más pudientes (ahorros desde 50.000 dólares para arriba, que es lo que conviene a jueces, abogados e intermediarios y no a los más pobres de 2.000 o 3.000 dólares), encareció el costo de vida y desabasteció los hospitales, que usan los más necesitados.

Tanto esfuerzo, tanto sacrificar el bienestar de la población ¿sirvió como escarmiento? ¿Se malgastó tanto para que los «Cuatro jinetes del Apocalipsis» argentino hagan mutis por el foro ante tremendo fracaso? Digamos los «
populistas» que prometen sin fijarse si hay recursos para satisfacer lo que dicen; los «clientelistas» que abultan los déficit del Estado nacional y provinciales con empleo público y «ñoquis» como sustento de su continuidad en la política; los «sindicalistas», que inventaron que «la salud» es un tema gremial y no estatal a la par de privados y la usan para enriquecer sus bolsillos; y, finalmente, los « voluntaristas» donde se ubica la izquierda criolla que elabora teorías de prosperidad de total utopía con ideologías que ya fracasaron en el mundo. Y no por falta de tiempo de experimentación. El marxismo hasta su total desengaño insumió 75 años y 120 millones de muertos.

¿Habremos aprendido que no hay en el mundo -y lo vemos desde la Rusia ex marxista hoy con Putin a la China ex Mao, más la decadencia agobiante de Cuba- que no hay otra alternativa que la libre empresa, la liberación de la creatividad del empresario o simple comerciante para generar trabajo, bienestar y desarrollo de una nación? ¿Sabremos ahora que hay que votar leyes no porque lo diga el Fondo, simple transmisor, sino que lo dicta la razón y la lógica? ¿Que esos
«Cuatro jinetes del Apocalipsis» argentino representan efectivamente la decadencia como nación? ¿O el populismo tendrá más margen en la Argentina para demostrar su total incapacidad después de habernos llevado desde la hiperinflación al default?

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