10 de septiembre 2007 - 00:00

En el arte (y el mercado) lo importante es el creador

Obra de Carlos Alonso, el artista argentino vivo más conocidoy admirado por la gente, a quien, sin embargo, unainstitución oficial le regateó un premio y otra, no menos prestigiosa,quería hacerle pagar el catálogo de una muestra.
Obra de Carlos Alonso, el artista argentino vivo más conocido y admirado por la gente, a quien, sin embargo, una institución oficial le regateó un premio y otra, no menos prestigiosa, quería hacerle pagar el catálogo de una muestra.
Uno de los tangos más emblemáticos es, sin duda alguna, «Cambalache». En él, Enrique Santos Discépolo nos da una visión nihilista de su presente y nuestro futuro, donde todo se confunde desde «La Biblia al calefón». En una interesante encuesta, la revista «Ramona» plantea la pregunta ¿Quién tiene más poder en el arte argentino? Y las respuestas le dan la razón a Discépolo. En primer lugar están los galeristas con un 28 por ciento de los votos; luego los curadores con un 20 por ciento y ¡en tercer lugar! los artistas. Después vienen los críticos, periodistas, funcionarios y docentes.

Las únicas personas con Autoridad (crédito, mérito o capacidad) en el arte, son y serán siempre los artistas. Sin ellos, que son los creadores, no existiría el arte ni el mercado ni todo lo que se relaciona con ellos.

Los galeristas son unos meros intermediarios entre ellos y los aficionados y, eventualmente, compradores; su aporte es escaso y sus utilidades son grandes. En nuestro país, los galeristas les alquilan la sala a los expositores en sumas que van de 4.000 a 10.000 pesos. También utilizan la figura de «comisiones garantizadas», lo que quiere decir que, si la comisión que cobran -que media el 30 por ciento-, no llega a una suma predeterminada se cobra un fijo. Es decir que si el artista vende tan solo una obra en 4.000 pesos, la totalidad del dinero queda para el galerista.

El artista habitualmente debe pagar los materiales (lienzos, pinturas, pinceles y barnices), los marcos, la fotografía, los catálogos, invitaciones, el correo, el cocktail de inauguración con sus bebidas, las copas alquiladas y los honorarios de los mozos. Además, la suma fija del alquiler de la sala y la comisión de las ventas efectuadas, aunque las mismas hayan sido a sus amistades o conocidos. Si José Hernández hubiera necesitado un ejemplo perfecto para describirnos «al pato de la boda», los artistas lo son.

¿Quiénes son los curadores? Son las «estrellas» de la época. Ahora no se dice que expone fulano sino que se dice «exposición de fulano con la curaduría de zutano». El término se refiere al que cuida a un incapaz; esperamos que no piensen que lo son los artistas y que lo sean las obras de arte, que no pueden moverse per se o ser distribuidas o seleccionadas por sí mismas en una exposición. Además, estos personajes escriben crípticos textos donde le cuentan al artista y a todos nosotros lo que quiso expresar el artista, por qué creó lo que creó, su relación con lo que pasaba, o pasa, en el mundo y su vínculo con una literatura que quizá jamás consumió el autor.

Muchos cronistas de arte hablan más de los curadores que del artista o su obra y nuevamente devalúan al creador. Conversábamos esta semana con Carlos Alonso, quien con sus 78 vigorosos años, debe ser el artista argentino con mayor conocimiento y admiración de la gente. Hay numerosos libros que reproducen muchas de sus grandes obras, pero curiosamente no hay un libro sobre su vida, sus sueños, su familia, en fin todo aquello que es la base de la gran obra que ha realizado en más de sesenta años. Lo llaman para darle un premio por parte de una entidad oficial cultural que tiene 50 años y que fue modelo en el mundo, y como él no puede retirar el premio el día fijado, le dicen que no se lo darán ahora, que será otro año cuando él esté en Buenos Aires para recibirlo.

Lo invitaron a realizar una retrospectiva en el mayor museo del país y el director le explicó que tenía que aportar 10.000 dólares para el catálogo, que se imprimiría en la imprenta amiga, y los textos que acompañarían el mismo. Azorado, Alonso fue a verlo al secretario de Cultura de turno, que debió llamarlo al director para anular dichos requerimientos.

Algunos piensan que el arte fructifica en épocas de crisis y pareciera que generan este cambalache para que la creación sea óptima.

Por favor, seamos serios. Dejemos a los artistas crear, vivir dignamente, agradeciéndoles cómo mejoran nuestras vidas y, finalmente, no confundamos a Primo Carnera con San Martín.

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