23 de octubre 2019 - 00:05

"El camino" y "La lavandería", lejos de las expectativas

La secuela de la famosa serie carece del suspenso, la emoción y hasta del humor negro que la caracterizaron, en tanto que el largometraje con Meryl Streep desperdicia un tema muy rico.

El camino. El mercado siempre manda: Aaron Paul como Jesse Pinkman: la prolongación de la vida de un personaje que ya había quedado bien cerrado en “Breaking Bad”.

El camino. El mercado siempre manda: Aaron Paul como Jesse Pinkman: la prolongación de la vida de un personaje que ya había quedado bien cerrado en “Breaking Bad”.

Defraudaron dos estrenos recientes lanzados en Netflix (con éxito de espectadores, según datos difundidos) pero que dejaron gusto a poco. “La lavandería” (“The Laundromat”), dirigida por Steven Soderbergh, y la supuesta continuación de “Breaking bad”, el film “El camino”, no estuvieron a la altura de las expectativas.

“The Laundromat”, estrenada el fin de semana en Netflix, aborda una trama espectacular como es la red de personajes involucrados en torno a las empresas off shore que fueron denunciadas en los Panama Papers. El principal problema del film está en su estructura, que si bien es marca distintiva de su autor, Steven Soderbergh (“Erin Brokovich”, “Traffic”), aleja al espectador televisivo que termina perdido en el laberinto de la forma, y desconcentrado ante la falta de intriga. La división de la película en episodios, el recurso de las animaciones con el leitmotiv de los billetes, y sobre todo la ruptura de la cuarta pared, por cuanto Gary Oldman y Antonio Banderas, como los abogados Jürgen Mossack y Ramón Fonseca, hablan a cámara, no hacen más que enfriar el relato.

Queda demasiado expuesta la función pedagógica que ambos desempeñan y, si bien el tono es siempre satírico, el film peca de simplificar la complejidad de una historia conocida por el gran público, al menos a grandes rasgos. Habría sido más interesante explotar algunas situaciones puntuales y menos conocidas, como la aparición de la mafia china en uno de los momentos más “gore” del film, o el escándalo familiar producto de la infidelidad de un magnate, en lugar de ofrecer un mosaico de personajes y situaciones que no terminan de redondearse.

La falta de definición dramática de los personajes genera que actores de la talla de Meryl Streep o Gary Oldman queden deslucidos y hasta paralizados cuando no hay tensión dramática. El film es frío y distante, aporta datos y acaso algunas situaciones graciosas que podrían haber sido desopilantes, sin embargo, no acelera el pulso ni mucho menos conmueve.

Algo similar ocurre con “El camino”, carente de suspense, de emoción y hasta del humor negro al que su creador, Vince Gilligan, tenía acostumbrados a sus seguidores. Queda muy en evidencia que el guión fue forzado y delineado en función de los actores disponibles para hacerla: el film, se sabía, gira en torno a un protagonista excluyente, Jesse Pinkman (Aaron Paul), reserva la escena inicial para Mike Ehrmantraut (Jonathan Banks) y cierra con Walter White (Brian Cranston) pre Heisenberg, quien entre toses y consejos busca aleccionar a Jesse para que vaya a la universidad. Esta suerte de road movie lúgubre muestra a Pinkman prófugo de la justicia, subsistiendo con la ayuda de Badger y Skinny Pete e irrumpiendo a los refugios de sus ex socios en busca del dinero escondido.

Pasando por alto la floja caracterización de algunos personajes que aparecen idénticos en el presente del relato y en el pasado, lo más cuestionable está en la incongruencia del propio Jesse, quien llega a casa de sus amigos convertido en un linyera paranoico y frágil, víctima de torturas y severo stress postraumático, a quien basta con una ducha y una afeitada para volver a ser el mismo de siempre, medianamente lúcido para escabullirse de la policía pese a ser el más buscado. Los patrulleros pasan siempre cerca pero jamás lo atrapan.

Por tratarse de un creador impar como Gilligan, no faltan escenas memorables, como aquella en que la que Todd cuenta que asesinó a la mucama y pide ayuda a Jesse para deshacerse del cuerpo o el ajuste de cuentas final por el resto del botín hallado en la puerta de una heladera.

Abundan las marcas del director en la composición de planos y en la creatividad de algunas secuencias pero en una película de dos horas no puede perderse en diálogos banales como lo hacía en “Breaking bad” y “Better call Saul”. Conforme Jesse escapa y evoca momentos vividos, confirma que no puede volver el tiempo atrás, algo que lo obsesiona. Hasta llama a sus padres, llora arrepentido por sus errores y en ese momento traiciona el legado de “Breaking bad”: la historia sobre un hombre común que se embarca en la producción de droga para dejarle dinero a su familia con todo el peso de la moral sobre sus espaldas. Y lo más potente de esa serie está en el arco dramático del personaje, quien se transforma a lo largo de las temporadas, acaso sin quererlo, en un capomafia poderoso y temido del que no quiere volver porque prefiere a ese con el que “al fin pudo ser alguien”. En el film, Pinkman deambula mientras se lamenta por el dolor que causó. Nada más lejos del espíritu de “Breaking Bad” y “Better call Saul”, gozosas por lo atrevidas, incorrectas, hilarantes e imprevisibles.

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