30 de agosto 2021 - 00:00

Afganistán, el frente olvidado

No cabe duda de que la guerra contra el terrorismo fue una gigantesca maniobra geopolítica de la Casa Blanca para controlar puntos estratégicos y rodear a dos rivales de Estados Unidos, China y Rusia.

Talibanes patrullan Kabul
Foto: AFP

En 2001 el llamado país de la insolencia fue invadido por una coalición liderada por Estados Unidos, que terminó con el régimen talibán. No cabe duda de que la guerra contra el terrorismo fue una gigantesca maniobra geopolítica de la Casa Blanca para controlar puntos estratégicos y rodear a dos rivales de Estados Unidos, China y Rusia. Afganistán fue escenario de conflictos entre grandes imperios, teniendo especial valor para Rusia en su momento, dado que era la plataforma para las aguas cálidas del Indico. La derrota luego de la intervención militar soviética dejó al país en el caos. El dinero saudita, las armas y entrenamiento de Estados Unidos ayudaron a que los endurecidos combatientes islamistas se hicieran con el poder. En el Norte del país, la llamada Alianza del Norte, de la mano del legendario comandante Massud, resistía al régimen extremista talibán, que redujo al país a la Edad Media o peor. Monumentos históricos y sitios arqueológicos fueron destruidos, las mujeres condenadas a vivir miserablemente, los niños tenían prohibido jugar con barriletes, etc. Durante el régimen talibán eran frecuentes las ejecuciones públicas, donde los condenados eran amputados, o colgados hasta morir. Generalmente este tipo de espectáculos siniestros se hacían antes de los partidos de fútbol.

Occidente llegó con sus dólares pero años de caos y violencia marcaron al país, quedando en manos de señores de la guerra con el control de muchas provincias, que continuaron con sus oscuros negocios y haciendo la vida miserable a la gente. Los talibanes se replegaron y desde los santuarios en Pakistán se fortalecieron gracias al tráfico de drogas, la extorsión y los impuestos, todo eso con el beneplácito de los poderosos servicios de inteligencia de dicho país. En 2003 Estados Unidos invadió Irak, y distrajo recursos del frente afgano, pasando este a un segundo plano, dando comienzo a una serie de desaciertos que terminaron con el abandono del país en 2021.

El endeble gobierno afgano, surgido en 2004, apenas podía hacer algo con los abusos de los caudillos regionales, y muchos sintieron nostalgia por la paz de los cementerios que imponían los talibanes. Sin el apoyo de la ISAF (International Security Assistance Force) la misión internacional de estabilización y las fuerzas de la OTAN que le daban sustento, el débil régimen de Kabul era inviable. Los miles de millones de dólares de ayuda internacional se los llevaron los líderes corruptos afganos, la burocracia internacional y el enorme despliegue de la OTAN. La corrupción endémica ha impedido que las fuerzas armadas y policiales afganas fuesen eficientes, eran extremadamente dependientes de la asistencia extranjera: 18.000 contratistas privados, eran responsables de aspectos logísticos, abastecimiento, sanidad, mantenimiento, adiestramiento y hasta planificación de operaciones, agregándose 10.000 soldados de la OTAN (entre ellos 2.500 de Estados Unidos) que tenían un papel clave en materia de lucha contrainsurgencia. El retiro de este apoyo vital significó el derrumbe de las fuerzas afganas.

El presidente Trump, viendo que la guerra era impopular y restaba votos, no dudó en sentarse a la mesa con los talibanes, que Doha, Qatar. Estos vieron esta actitud como un gesto de debilidad, subieron la apuesta, no cumplieron con ninguno de los compromisos asumidos e incrementaron sustancialmente la violencia. El presidente Biden, que tiene que lidiar con la crisis covid y ante la impopularidad de la guerra en aquel lejano país, continuó con el plan de abandonar el país.

El papel de los donantes internacionales era vital para la supervivencia del endeble gobierno afgano, cuyo presupuesto de 80.000 millones de dólares, el 80% provenía de apoyo externo. En dos décadas de intervención de Washington, no hubo una estrategia clara para que Afganistán, que tiene un gran potencial en minería, gas y energía hidroeléctrica, pudiese despegar y tener un mayor grado de autosuficiencia económica. Las diferencias entre los aliados de la OTAN para hacer frente al problema, unido a cuestiones políticas, impidieron sentar a la mesa actores regionales con interés en Afganistán, como Irán, Rusia, China y Pakistán. A pesar de los millones invertidos en la “reconstrucción” del país los índices de desarrollo humano siguen siendo los peores del mundo, añadiéndose que las zonas controladas por los talibanes, la situación de educación y salud es desastrosa. El fanatismo religioso impide que niñas y mujeres reciban asistencia médica, con el consecuente incremento de la mortalidad materno infantil.

Un tema espinoso ha sido el tráfico de opio, lucrativo negocio que involucra a los servicios de inteligencia paquistaníes, grandes patrocinadores del movimiento talibán. Este negocio oscuro genera unos 3.000 millones de dólares y da empleo directo e indirecto para 600.000 personas. La decisión de Estados Unidos de atacar las plantaciones de amapola en el sur del país no hizo más que provocar la ira de jefes tribales y señores de la guerra, que pronto hicieron causa común con los extremistas, que mas allá de su retórica islamista, le brindaban seguridad para sus negocios y los terroristas obtenían fondos para sus actividades

Kabul ha caído y las hordas talibanes recorren con libertad sus calles sembrando el pánico, donde muchos morirán en sus manos, por el solo hecho de haber trabajado para las fuerzas occidentales. Las causas del repliegue de Estados Unidos son muchas, que van desde priorizar otros teatros de operaciones, cuestiones de política interna, dejando un regalo “envenenado” a sus rivales geopolíticos, Irán, Rusia y China, dado que existe la posibilidad de que el país vuelva ser santuario de extremistas. Solo el tiempo, nos permitirá vislumbrar las consecuencias de esta salida abrupta de Washington del país de la insolencia. Mientras tanto, millares de afganos son testigos de cómo aquel espejismo de libertad y promesas de paz que trajese Occidente se diluye para observar cómo el país regresa a los tiempos de la Edad Media.

(*) Abogado . Magíster en Defensa Nacional. Corresponsal Diario El Minuto para Argentina.

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