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“Aquello fue más que dar ropita a los pobres”
Periodista: ¿Qué es este regreso?
Patricio Coll: El título iba a ser «Fuera de cuadro», porque alude a gente de espíritu postconciliar que no aparece en nuestro corto «Hachero nomás», de 1966, pero vivía en el pueblo, como el médico y la maestra, que hoy viven en Montreal, el padre Esteban, que se fue al pueblo cercano, y el ingeniero agrónomo que reencontramos en París. Cuando los conocimos, ellos estaban en un proyecto de promoción social impulsado por el padre Arturo Paoli.
Jorge Goldenberg: Una organización francesa de curas obreros (belgas, italianos, franceses), la Hermandad de Foucault, se integraba en algo más amplio, de curas y laicos, La Fraternidad, que atraía voluntarios de distintos lugares, creo que siempre católicos. Gracias a ellos muchos peones golondrinas se educaron, tuvieron su terrenito propio, y armaron una cooperativa.
P.C.: Pero luego, mientras ellos seguían su tarea, otros se radicalizaron. Por ejemplo, al jefe montonero Roberto Perdía (hoy líder de Quebracho) lo conocí cuando era un abogado laboral democristiano en Reconquista. Se transformó. Y ese camino desgraciadamente lo tomaron muchos jóvenes culpa de La Máquina de Impedir, que fue asfixiando los intentos pacíficos de desarrollo.
J.G.: Y ahora se da una paradoja: esto de «Regreso a Fortín Olmos», sacando a luz el trabajo pacífico de una corriente medio desconocida de cristianos, lo hacemos dos agnósticos. Pero tiene que ver con la simpatía hacia esas personas y su capacidad de entrega. Yo después me había cruzado con algunas. Inclusive fui a comer a casa de ellas, pero luego pasaron casi 40 años sin que supiéramos qué habría sido de sus vidas. Hasta que el Instituto Cervantes de París me invita a presentar «De eso no se habla», de María Luisa Bemberg, de la que yo había sido guionista, y a la salida me encuentro con el ingeniero agrónomo Iván Bartolucci, que ahora es importante experto en conservación de campos y ecología. Ahí vimos la posibilidad de hacer «Regreso a Fortín Olmos».
P.C.: Debimos rastrear bastante. Pero fue enorme suerte. Encontramos al padre Paoli, de 92 años, todavía de voz firme. Al padre Esteban de Quiriny, muy viejito pero muy lúcido, en Vera, que casi enseguida se lo llevaron a Bélgica por razones de salud. Al matrimonio de Rubén D'Urbano, médico, y Ana María Seghezzo, alfabetizadora, en Montreal.
P.: Y a la enemiga declarada de todos ellos.
P.C.: Doña Amadea, dirigente peronista, enfrentada al dirigente radical, que era un contratista taita, pero ambos aliados estrechos contra el proyecto del padre Paoli, absolutamente incompatible con la visión que ellos tenían del mundo. Recuerdo muy bien haber hablado entonces con ella en la galería de su casa. Y ahora la encontramos en su lecho de enferma, pero todavía con la cabeza lúcida, muy memoriosa. Pedimos su autorización para grabarla y la señora se despachó todo lo que quiso, justo en vísperas de recogerse en los brazos del Señor.
P.: ¿Ustedes en 1966 eran...?
J.G.: Yo me había ido de la Federación Juvenil Comunista, y tenía vínculos con el Comité Nacional de Recuperación Revolucionaria, que luego se transformó en el PCR, cuando sus dirigentes fueron a buscar un amo nuevo en Pekín. Ahí me alejé del todo.
P.C.: Yo militaba en El Ateneo, una asociación de estudiantes cristianos. Éramos amigos personales, y enemigos acérrimos en el ámbito universitario. ¡Nos dábamos con distintos palos!
J.G.: ¡El diálogo entre católicos y marxistas fluía a palazos entre nosotros! Pero aquello de Fortín Olmos era una instancia francamente superadora del asistencialismo. No era dar ropita en los barrios pobres.
Entrevista de Paraná Sendrós
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