Cuando uno trata de analizar la sustentabilidad del programa económico y del oficialismo surgen dos comparaciones posibles. Que estemos viviendo algo similar a 1991 o a 2017.
Sustentabilidad política y económica: ¿estamos en 1991 o en 2017?
Un análisis para entender por qué el Gobierno de Menem pudo consolidarse, mientras que el de Macri ingresó en un profundo declive a los pocos meses del triunfo de octubre de 2017. ¿A qué se parece más este 2025, a un modelo político y económico que dure años o a un esquema que se agote antes de 2027?
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La economía de la Argentina, un viaje constante del futuro al pasado.
En ambos casos el oficialismo repetía un triunfo electoral: Menem en 1991 y Macri en 2017. En ambos casos se llevaron procesos de “reforma” del Estado, desregulación económica, apertura comercial y financiera, con atraso del tipo de cambio y una reducción de la inflación, luego de una suba de la misma en el primer año de Gobierno.
Fuera de las diferencias entre ambos períodos históricos, con un PJ hegemónico con un fuerte liderazgo de Menem, luego de una hiperinflación y un Gobierno de Macri en minoría parlamentaria, en ambos casos el oficialismo tuvo un triunfo electoral que parecía consolidar un proyecto neoliberal
En el caso de la convertibilidad duró 10 años, el Gobierno de Cambiemos solo dos años, en ambos casos luego del primer triunfo electoral de medio término. Luego de las elecciones de 2017 parecía que el éxito político del Gobierno podía repetirse en 2019 de la mano de la estabilidad cambiaria. No ocurrió.
¿Por qué el Gobierno de Menem pudo consolidarse, mientras que el de Macri ingresó en un profundo declive a los pocos meses del triunfo de octubre de 2017? ¿A qué se parece más 2025 a un modelo político y económico que dure años o a un esquema que se agote antes de 2027?
Tomemos el De Lorean y viajemos al pasado en Argentina para ver lo que sucedía en esos dos momentos.
Llegamos primero a 1991, podemos ver adolescentes escuchando en su discman “Acariciando lo áspero” el segundo disco de Divididos, o a Nirvana o Pearl Jam, el estilo “grunge” se imponía también en la vestimenta, en una Argentina dirigida por el Coco Basile que ganaba la Copa América en Chile.
El presidente Menem daba un giro desde las posiciones nacionalistas y populares de campaña, pasando por el programa de Bunge y Born a la convertibilidad y el neoliberalismo. El mundo avanzaba a una apertura económica y parecía el fin de la historia, luego de la caída del socialismo real en Europa del Este.
El escenario internacional era benigno, la Argentina se encaminaba al Plan Brady y poder volver a endeudarse en el mercado internacional. El plan de privatizaciones de empresas públicas fue muy profundo. Argentina crecía por encima del 9% en 1991 y 1992 y 5,7% en 1993. En esos tres años la Argentina tuvo superávit fiscal. De la mano de un crecimiento, impulsado por la baja de la inflación y el endeudamiento, con crecimiento de la inversión en sectores de servicios no transables que no generaban divisas, el desempleo empezó a subir fuertemente. El desempleo que era de 7,6% en 1989, trepó a 9,6% en 1993.
Pero la crisis de México en 1994, frenó el crecimiento y la Argentina tuvo una corrida de depósitos, además de una corrida cambiaria. El desempleo trepó a 11,4% en 1994 y a 17,5% en 1995. El Gobierno evitó la devaluación nominal. Pero hubo otra forma de devaluación necesaria para cerrar el déficit de sector externo. El mecanismo fue que la Argentina sufrió una fuerte recesión en 1995. El PBI cayó 2,8% en 1995. La devaluación se expresó en una inflación negativa (deflación) -0,2% interanual a febrero de 1996, con caída nominal de salarios. La tolerancia social al ajuste tenía que ver con una sociedad golpeada por la hiperinflación que aceptaba un alto costo social para mantener la estabilidad de precios.
El rescate del FMI en 1995, junto a la mayor demanda de importaciones de Brasil en el marco de la creación de Mercosur y el crecimiento asociado al Plan Real junto a una mejora en los precios de los exportables permitieron que la convertibilidad quedara herida, pero sobreviviera 5 años más, pero con una fuerte recesión que comenzó en 1998. El final de la película en 2001 es conocido.
Retomemos el "De Lorean" y viajemos a 2017. Ahora nuestros jóvenes luciendo ropa deportiva o pantalones con aberturas, escuchan música en linea en el celular. Suena la “Síntesis de O’Konor” de “El mató a un policía motorizado” o “Devorando intensidad” de “El plan de la Mariposa”. También “Shape of you” de Ed Sheeran y Despacito con “Daddy Yankee, Fonsi y Justin Bieber, los temas mas descargados en el país. Argentina con Sampaoli clasificaba angustiosamente al Mundial de Rusia. Con Messi en el equipo y el “Messi” de las Finanzas a cargo del Ministerio de Economía, como hoy.
La gestión de Macri a partir de diciembre de 2015, se caracterizó como en los años 90 por una fuerte apertura comercial y financiera, que derivó en un profundo déficit financiero y de cuenta corriente, financiado inicialmente con endeudamiento. En esa fase se produjo una colosal especulación financiera con fuertes ingresos de capital especulativo.
En 2017 Argentina crecía un 3%, luego de caer 2,2% en 2016. La inflación cayó al 25% desde el 41% de 2016. El endeudamiento externo creció fuertemente con un déficit fiscal que se había crecido al 4,17% en 2016 y bajado levemente a 3,8% en 2017.
Cuando el nivel de endeudamiento del país se tornó insostenible, con una deuda de 100% del PBI, nivel superior a 2001, el Gobierno tuvo que acudir al FMI en junio de 2018, pero a pesar del ajuste fiscal y monetario, con un déficit fiscal que a 2019 era de solo 0,44% del PBI, la inflación se disparó al 48% anual en 2018 y 2019. El ajuste no pudo frenar, diversos episodios de devaluación que obligaron a Macri a reimplantar el cepo en 2019, tras una profunda salida de capitales.
El Gobierno afirma que “esta vez es distinto” y que las crisis de la convertibilidad y el gobierno de Macri no se repetirán. El argumento se basa en que si hay equilibrio fiscal no hay crisis. Pero el argumento no resiste la evidencia histórica. Si bien el Gobierno de Macri tuvo un equilibrio fiscal tardío, lo cierto es que durante la Convertibilidad salvo 1996 y 2000, desde 1991 a 2000, hubo un superávit fiscal continuo y eso no frenó la crisis.
Claramente el déficit de sector externo que fue un rasgo de la convertibilidad y del Gobierno de Macri y fue la causa de la vulnerabilidad del modelo. En ambos gobiernos se sostenía que el déficit externo era producto de un proceso de crecimiento asociado a la inversión del sector privado que superaba al ahorro interno y no por un problema fiscal. Cuando el ahorro externo por razones globales o locales deja de financiar estos procesos sobreviene la crisis.
El retraso del tipo de cambio puede sostenerse por un cierto tiempo con privatizaciones, blindajes, megacanjes, programas con el FMI, blanqueos, o “carry trade” pero a la larga esos procesos terminan en una crisis cambiaria y financiera. En el plano internacional la evidencia es clara, a fines de los años 90 países asiáticos con superávit fiscal tuvieron fuertes devaluaciones, cuando el déficit de cuenta corriente se torna no financiable.
El Gobierno minimiza el déficit de sector externo, Argentina lleva diez meses de déficit de cuenta corriente cambiaria. Desde marzo ese déficit no es solo por turismo e intereses de la deuda también es por bienes. La Argentina producto de la apertura comercial y el dólar atrasado ingresará en déficit comercial en este año, déficit que solo se cubre con pérdida de reservas o endeudamiento.
El Gobierno esgrime otro argumento. A diferencia de la Convertibilidad donde las inversiones se hicieron en servicios no transables, que no generaron divisas, esta vez la Argentina recibiría en los próximos años fuertes inversiones en el sector de energía, petróleo, gas y minería.
En esa estrategia primaria exportadora, las mayores exportaciones -el Gobierno proyecta un crecimiento de US$ 20 mil millones anuales de exportaciones mineras, alcanzando niveles comparables a Chile y Perú y superando las exportaciones de cereales y oleaginosas- permitirían cubrir mayores importaciones. El déficit externo sería temporal y podría ser cubierto por deuda hasta que se revierta el déficit.
Lo cierto es que no es tan evidente que haya una “lluvia de inversiones” como tampoco ocurrió en el Gobierno de Macri. Si el precio del petróleo desciende no es rentable invertir en el “fracking” de Vaca Muerta. La demanda global de minerales puede no ser elevada si la economía global no repunta, la agenda de cambio climático retrocede o se generaliza el uso del hidrógeno como fuente de energía barata y abundante.
Si venimos señalando en esta columna que es altamente probable, si Trump no profundiza medidas disruptivas, que el “carry trade” especulativo permita sostener la estabilidad cambiaria unos meses, pero en el largo plazo salvo escenarios optimistas de demanda de exportables la dinámica externa no es sostenible.
Así las perspectivas política y económica, con una oposición que no logra aún rearticularse, parecieran tener más semejanza con 1991 que a 2017, pero que no haya una crisis estos meses no implica años de estabilidad.
Recordemos que la convertibilidad tuvo una fuerte crisis en 1995, pero aún en medio de esa crisis, la sociedad valoró la estabilidad y favoreció al oficialismo a pesar de una fuerte desmejora de la actividad económica, un desempleo creciente y un fuerte aumento de la pobreza y de la desigualdad.
Una crisis no implica necesariamente un cambio automático del rumbo político a corto plazo si hay estabilidad de precios. Ello ocurre cuando la sociedad se cansa de estilos disruptivos, revaloriza cuestiones institucionales y fundamentalmente vuelve a poner en primer lugar el tema del empleo y los salarios sobre la inflación.
Es que, aunque el Gobierno tenga “éxito” en evitar o postergar por años una crisis cambiaria profundizando un modelo primario extractivista, las consecuencias productivas y sociales sin un Estado que articule políticas de desarrollo se agravarán.
Nos subimos al “DeLorean” volvemos al futuro. Avanzamos de 2025 no vemos en lo inmediato una crisis externa, seguimos en la década, no podemos precisar el año y lo que vemos no es bueno. Cambia la moda y como cíclicamente ocurre hay una vuelta a lo “retro”, los que nos gustan y los que no, también “cambian las “melodías” que se ponen de moda.
No podemos saber cuanto puede demorar el proceso. Existe una elevada incertidumbre global y local, que determina cuando será el final de la película, además que los procesos económicos y sociales no son lineales. Es probable que el “modelo financiero” aguante un tiempo. Nadie sabe cuánto tiempo.
Viajando al futuro avizoramos desde la experiencia vivida que en Argentina sobrevendrá finalmente una crisis externa, que empeorará la situación productiva y de empleo y que los indicadores sociales desmejoran. Pasados críticos que vivimos y logramos superar. Hay posibilidad de revertir ese futuro distópico, porque nunca hay un “fin de la historia” ni desgracias que duren cien años, pero para ello tanto la oposición como la sociedad tienen mucho por hacer para construir una alternativa sustentable y equitativa. Casi como ganar otro mundial.
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