21 de abril 2024 - 00:00

Las 7 dimensiones de un plan económico sustentable

Un plan económico contempla diversas dimensiones que muchas veces los gobernantes y los responsables del área económica ignoran, olvidan o al menos subestiman.

Un plan económico no puede tener éxito sin una sustentabilidad política.

Un plan económico no puede tener éxito sin una sustentabilidad política.

Ignacio Petunchi

La sustentabilidad de un plan económico es un todo complejo que está más allá de una mirada reduccionista de la economía. Integra diversas dimensiones que muchas veces los gobernantes y los responsables del área económica ignoran, olvidan o al menos subestiman.

Desde una perspectiva convencional se contemplan como mucho 3 de las 7 dimensiones.

Una es la sustentabilidad fiscal que tiene que ver con el equilibrio de la dinámica de ingresos y egresos de la Tesorería. Si bien es la dimensión privilegiada por la ortodoxia suele abordársela desde una perspectiva contable y de caja, haciendo abstracción de la dinámica temporal del equilibrio fiscal. La contabilidad creativa, la postergación de pagos, la venta de activos, la falta de una reforma tributaria integral que excedan los parches para recaudar algo más, forma parte de esta mirada miope y cortoplacista.

La segunda dimensión es la sustentabilidad monetaria, asociada a lo fiscal y que tiene que ver con la administración de la oferta de dinero, tasas de interés, además de diversos mecanismos y políticas para influir en la demanda de dinero y garantizar un equilibrio monetario.

Luis Caputo Ministro de Economía de la Nación Argentina

Desde una mirada ortodoxa basta manejar estas dos cuestiones para lograr éxitos en la lucha inflacionaria, sin necesidad de penalizar excesos de los formadores de precios, ni lanzar anatemas contra las prepagas ni hacer reuniones de Secretarios de Comercio para pedir prudencia, colaboración, cese de promociones, acuerdos de precios o congelamientos.

Claro está que la necesidad tiene cara de hereje cualquiera sea el pelaje del gato, heterodoxo, ortodoxo, liberal, neoliberal o libertario y aparecen políticas, modalidades, instrumentos e imposturas, que van más allá de las declamadas dimensiones monetaria y fiscal.

La tercera dimensión es la cuestión financiera y tiene que ver con la política de endeudamiento, manejo de pagos netos, canjes, ingeniería financiera destinadas a fortalecer o sustituir las dos dimensiones precedentes, particularmente lograr que “cierre la caja” o lograr superávit financiero. Cuando hay un uso abusivo del endeudamiento y de la ingeniería financiera es lograr algún pan para hoy a expensas del hambre de mañana.

¿Qué hay más allá de la “terra incognita” de estas tres dimensiones para la ortodoxia?

La cuarta dimensión es el equilibrio sustentable del sector externo. Acá el actual Gobierno actúa pragmáticamente no cometiendo el “grave error” del inicio de la gestión de Cambiemos, manteniendo temporalmente el “cepo” hasta fortalecer las reservas, además de evitar ir a una flotación cambiaria sin las condiciones adecuadas para hacerlo que provocarían una mayor inflación e inestabilidad económica.

Así se administran los pagos de importaciones y funcionarios del Estado “administran herejemente” el dólar, sin dejar el libre juego de la oferta y la demanda, “metiendo la pata del Estado” en el mercado de cambios.

Está claro que esta mirada de la cuarta dimensión externa, aunque necesaria en esta etapa es de “caja” y subestima una quinta dimensión central e imprescindible para el equilibrio sustentable del sector externo: la sustentabilidad productiva.

Solo la sustentabilidad productiva nos aleja del péndulo de Diamand, la restricción externa por dos mecanismos alternativos: restricción causada por un aumento de importaciones en un proceso de crecimiento o por una política de endeudamiento para cubrir temporalmente la brecha fiscal o externa y que culmina irremediablemente en la insolvencia y el “default”.

La experiencia histórica de Argentina y el mundo es concluyente, como vimos en las columnas de domingos anteriores: Solo un país que produce bienes con valor agregado, que potencia su mercado interno, que tiene una estrategia país con articulación del Estado y los privados, en el marco de un desarrollo federal y regional, puede garantizar un equilibrio entre la oferta agregada y la demanda agregada, evitando saltos inflacionarios o recesiones que afecten el resultado fiscal (por pérdida de recaudación) o el equilibrio externo (por falta de competitividad) que obliguen a usar y abusar de mecanismos monetarios y financieros hasta que se genera la crisis.

Solo la salud de la economía real determina la sustentabilidad genuina fiscal, monetaria, financiera y externa.

La sexta dimensión de la sustentabilidad es la social. Para que una estrategia macro y productiva sea exitosa debe propender al equilibrio social. Los modernos enfoques teóricos determinan que es vital solucionar el tema de la pobreza y de la desigualdad para lograr crecimiento sostenido. El rol central de la educación, la salud y el cuidado de los bienes públicos fortalecen un país competitivo. Eso requiere no desfinanciar Universidades ni la investigación científica, mejorar la infraestructura física, fomentar el desarrollo tecnológico y procurar el cuidado del capital humano. La eficiencia va de la mano de valores humanitarios, lejos de ser valores contrapuestos, son elementos complementarios del progreso económico y social.

Hasta el Banco Mundial abjuró públicamente de la teoría del derrame. Hoy el mundo reconoce que la justicia social bien implementada es clave para sostener la economía en el largo plazo más allá de consideraciones éticas que de por si la justificarían.

Así se requiere un plan económico integral que contemple la dimensión fiscal, monetaria, financiera, cambiaria, productiva y social.

Finalmente hay una séptima dimensión. Tanto la voz del César (FMI) como la voz de Dios (El Papa Francisco), tratan de colaborar con “las fuerzas del cielo” para que inspire al Presidente a cerrar el enfrentamiento y la grieta. El Génesis habla de un séptimo “día” bendecido donde cesa la “obra” de creación del “cielo” y la “tierra”.

Un plan económico por más bien concebido y consistente que sea y para ello vimos que debe contemplar las seis dimensiones explicitadas anteriormente, no puede tener éxito sin una sustentabilidad política que garantice que todos los actores “bendigan” o sea brinden apoyo político y robustezcan el marco institucional que le otorgue al programa económica aplicabilidad efectiva, consenso y durabilidad. Solo así puede exitosamente culminar la “obra”.

Solo un acuerdo político permite garantizar reglas de juego estables que no sean una imposición coyuntural de mayorías circunstanciales que revierta otro oficialismo de turno. Solo ello construye una genuina credibilidad en un programa económico que pueda tener éxito.

Ninguna fuerza política puede imponer un criterio extremo impuesto por la fuerza, “estirando el derecho con DNU”, o aplicando mecanismos de coacción y cooptación, forzando leyes que no resistan la crisis económica, el cambio de humor social o un cambio de gobierno. Hay que integrar las verdades parciales en un esfuerzo colectivo.

Solo un acuerdo de buena fe que equilibre las relaciones de la Nación y provincias, articule el estado y el mercado, armonice el capital y el trabajo, concilie la libertad y la justicia, integre lo conservador con el cambio, promueva el progreso y la solidaridad se pueden lograr consensos que permitan previsibilidad para las decisiones de largo plazo y permitan así un desarrollo sostenido.

Es hora de un abordaje integral de la sustentabilidad que no solo permita un plan económico sustentable que evite las recurrentes crisis. Es necesario restaurar el Contrato Social de una sociedad que permita salir de la miopía y del enfrentamiento de polaridades que deben integrarse virtuosamente en una construcción colectiva de consensos mínimos, más allá del respeto y el mantenimiento de identidades diversas y legítimos disensos para poder reconstruir la Nación y lograr la felicidad del Pueblo.

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