Esta semana el Gobierno festejó el anuncio de que la inflación de febrero había bajado del 20,6% de enero a 13,2%, con el Presidente sosteniendo: “Nadie esperaba que lográramos un proceso de desinflación de estas características, que hoy es mucho más profundo que el que se dio durante la convertibilidad”. Lo interesante del caso es que, fuese esto verdad o mentira, muy pocos se animaron a cuestionarlo.
La exageración de Javier Milei respecto al proceso de desinflación
El incremento de los precios durante febrero mostró una interesante desaceleración, que llevó al Gobierno y los suyos a celebrar el 13,2% como si fuera la final de un Mundial de Fútbol. Sin embargo, marca la tercer peor evolución para el segundo mes de todos los planes antiinflacionarios de los últimos 50 años.
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Pero verdad no fue, el establishment económico esperaba un caída significativa en la variación del IPC, según recogió el REM que elabora el Banco Central, aunque es cierto que no tan grande como se dio finalmente (presuponiendo “juego limpio” por todos los actores, casi un papelón ya que el “error” excedió lo estadísticamente razonable).
Claro que la afirmación que el actual proceso desinflacionario es “mucho más profundo que el que se dio durante la convertibilidad” luce más como un caso de positividad extrema, que como como un reflejo de la realidad.
Tras el 27% que subieron los precios en febrero de 1991 (más que el 25,54% de diciembre pasado), dos meses después -en abril- apenas trepaban 5,51%.
De hecho, en seis de los nueve principales planes antiinflacionarios que se implementaron en Argentina desde 1975 los precios trepaban dos meses después menos que ahora (las excepciones fueron los dos planes de corte Keynesiano de Bernardo Grinspún y el Plan Bonex -con un incremento del 13,6%- y sólo uno de ellos anota una caída de la inflación menor (Grinspun/Presbich 1985)
Si extendemos el análisis a los 21 casos desde 1959 en que el IPC “quebró” el 25% mensual, la situación luce incluso menos halagüeña ya que la media histórica a los dos mes es de 12,1% y a los tres de 9,4%
Curiosamente -o no tanto- nadie del entorno presidencial ni del establishment económico local alertó al Presidente por su boutade.
De hecho, Domingo Cavallo no puede ignorarlo, e incluso debiera de estar molesto, pero por alguna razón se ha venido mostrando excepcionalmente indulgente con la actual administración, mientras aguarda que su hija -que tiene méritos más que suficientes- recupere la ciudadanía argentina.
Las razones de la exageración
Así como a fines de los 50´s la “Curva de Phillips” le había dado una salida a los keynesianos, permitiéndoles resolver la cuestión de las crecientes presiones inflacionarias con el pleno empleo, esto les planteó una paradoja a los monetaristas viendo que en el corto plazo la relación inversa entre la inflación y la tasa de desocupación se daba, si bien con el tiempo se tornaba “vertical”.
Esto lo solucionó Milton Friedman apelando a la idea de las “expectativas adaptativas” (un concepto que “robo” de Phillips). La idea básica es que primero la gente se arma expectativas sobre el futuro en base al pasado, aprendiendo sobre la marcha y corrigiéndolas -incorporando información- hasta que su comportamiento se torna enteramente racional.
Entonces, mientras la inflación era en el largo plazo un fenómeno 100% monetario (dependía de la masa de dinero existente), las expectativas jugaban un rol significativo en el corto plazo.
Si bien Robert Lucas -en un mundo en que no existían las redes, los trolls, la big data, y los bots- advirtió sobre la inutilidad de intentar manipular la economía, induciendo en la gente expectativas falsas de manera sistemática, lo que no haría otra cosa que “introducir ruido” sin mejorar nada -no toca el tema de la caída en confianza hacia “el soberano”-, la creencia de que durante un tiempo es posible influir sobre el comportamiento económico de la gente modificando sus expectativas, está muy arraigada entre la mayoría de los monetaristas como es el caso del presidente Milei.
El esfuerzo del Gobierno para modificar las expectativas de la gente -aun bordeando lo ridículo- puede que nos sirvan para “un pique y alcanzar la pelota” (patearla es otra cosa), ayudando a que el actual termine siendo uno de los mejores esquemas antinflacionarios que ha tenido el país -cosa que hasta aquí no pareciera ser-… pero esto solo será posible si los hechos acompañan.
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