Mientras el Gobierno celebra algunos logros fiscales y mantiene un discurso de estabilidad, los datos duros del frente externo se vuelven cada vez más inquietantes. En particular, el mercado cambiario está comenzando a mostrar síntomas que recuerdan con fuerza los meses previos a la corrida cambiaria de 2018. A pesar de las intervenciones del BCRA, el dólar oficial rompió la barrera de los $1.280 el pasado 7 de julio, superando el “techo” de $1.200 que se había intentado mantener mediante ventas en el mercado de futuros por U$S 1.537 millones en mayo y u$s500 millones en junio.
El dólar en Argentina no entiende las encuestas
El mercado cambiario está comenzando a mostrar síntomas que recuerdan con fuerza los meses previos a la corrida cambiaria de 2018.
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A medida que se acercan las elecciones de medio término, el equipo económico enfrenta una encrucijada
En paralelo, la demanda de dólares por parte de personas humanas alcanzó en mayo los U$S 2.262 millones, un nivel que no se veía desde 2017. El déficit de cuenta corriente ya supera los U$S 5.000 millones en el primer trimestre del año- ¿Cuánto será el segundo trimestre? -, y se proyecta una depreciación que podría alcanzar entre el 5% y el 6% mensual en las semanas previas a las elecciones. ¿Estamos ante una corrección inevitable? ¿O será posible estirar el ancla cambiaria hasta octubre y evitar el colapso?
El tipo de cambio bajo presión: señales de alarma
La dinámica del dólar oficial en las últimas semanas encendió luces rojas en el tablero financiero. El 7 de julio el tipo de cambio oficial cruzó los $1.280, dejando atrás el nivel de $1.200 que el BCRA había defendido con intervenciones crecientes. Esta presión se explica por múltiples factores simultáneos:
- Demanda electoral de divisas: Históricamente, los períodos preelectorales en Argentina presentan mayor dolarización de carteras, tanto por parte de empresas como de personas humanas.
- Demanda creciente de importaciones: Las cifras son récord.
- Demanda para turismo: las cifras son récord.
- Menor oferta estacional del agro: Luego de haber anticipado liquidaciones para aprovechar la rebaja temporal de retenciones, el sector agroexportador redujo su ritmo de ingreso de divisas.
- Tensión con fondos externos: Un fondo internacional redujo su exposición a deuda en pesos, lo que deterioró la demanda secundaria y disparó las expectativas de cobertura.
- Un banco aviso: Salió de Argentina y recomienda espera con cautela.
- Un indicador de otro banco no cree que haya mejoras: Se mantiene la calificación del gobierno de Alberto Fernández (MSCI)
- Emisión del Tesoro: El 30 de junio el Tesoro no logró renovar la totalidad de los vencimientos y terminó emitiendo $4,3 billones, lo que se tradujo en presión inmediata sobre la demanda de dólares, más allá de recuperarse los pesos en la licitación del 7 de julio.
- Compras en bloques por parte del Gobierno: En paralelo, las compras oficiales de divisas en bloques de U$S 200 millones achicaron aún más la oferta en el marcado único y libre de cambios, aumentando el desbalance.
El retorno de los fantasmas de 2018
Estos elementos no son novedosos. En 2018, el gobierno de Mauricio Macri (con el mismo equipo económico) enfrentó un proceso similar: fragilidad de la deuda en pesos, desarme de posiciones en LEBAC (que siguen igual, pero en títulos del Tesoro), agotamiento de las reservas internacionales, y finalmente un salto abrupto del tipo de cambio con consecuencias devastadoras para la inflación y el nivel de actividad.
Lo preocupante es que los paralelismos no se limitan a lo superficial. En ambos casos:
- Se sostenía un tipo de cambio artificialmente bajo mediante intervención en futuros.
- La deuda local en pesos empezó a mostrar dificultades para ser renovada.
- La demanda minorista de dólares se disparó tras la liberalización parcial del mercado.
- Se produjeron episodios de “dólar electoral” con fuerte correlato en la inflación de bienes transables.
La diferencia, quizás, es que en 2025 las condiciones sociales y fiscales son aún más precarias, lo que haría que una eventual repetición de la crisis tenga efectos más severos y extendidos.
Déficit externo y escasez estructural de divisas
En términos macroeconómicos, uno de los factores más relevantes es el deterioro de la cuenta corriente. Según datos oficiales, el déficit externo alcanzó los U$S 5.000 millones en el primer trimestre del año. Solo en mayo, el déficit “en caja” fue de U$S 724 millones, sin contar el ingreso extraordinario por adelantos del agro. Es decir, incluso en meses tradicionalmente superavitarios por estacionalidad, la economía argentina demanda más dólares de los que genera.
Este desbalance se refleja no solo en la evolución del tipo de cambio, sino también en las reservas netas del BCRA, que han mostrado una tendencia descendente. Las metas de acumulación de reservas pactadas con el FMI aparecen como extremadamente difíciles de alcanzar, incluso asumiendo nuevos tramos de endeudamiento.
El dilema electoral: postergar o corregir
A medida que se acercan las elecciones de medio término, el equipo económico enfrenta una encrucijada: mantener el tipo de cambio “estable” hasta octubre o anticipar una corrección antes de que el desborde sea incontrolable.
Los funcionarios apuestan por la primera opción. En su escenario optimista, el dólar oficial cerraría el año cerca de $1.370. Sin embargo, las estimaciones privadas, en caso de que el gobierno logre una victoria amplia en octubre, prevén una corrección poselectoral que podría llevar el tipo de cambio a niveles de $1.500 o incluso $1.700.
En cambio, si el oficialismo sufre una derrota o un resultado débil, el escenario se vuelve binario: por un lado, se especula con una salida del ministro Luis Caputo; por otro, se teme un episodio de desarme masivo de posiciones en pesos por parte de los bancos, en caso de que los plazos fijos y los títulos públicos no logren ser roleados al 100%.
La corrida “desde adentro”: minoristas vs. BCRA
Un aspecto central del nuevo ciclo de tensión cambiaria es el comportamiento del ahorrista individual. Con la salida del cepo y la liberalización parcial del acceso al mercado oficial, la demanda de divisas por parte de personas humanas trepó a U$S 2.262 millones en mayo. Esta cifra se asemeja a los valores de 2017, justo antes del inicio de la crisis.
Este proceso erosiona progresivamente la capacidad del BCRA de intervenir. Cada venta de reservas para sostener el tipo de cambio tiene un costo en términos de credibilidad, márgenes de maniobra y cumplimiento del acuerdo con el FMI.
Al mismo tiempo, la aceleración de la devaluación nominal (proyectada en 4%-5% mensual para el tercer trimestre) supera la inflación núcleo, generando un “efecto espejo” sobre precios y expectativas. En este contexto, el atraso cambiario deja de ser un ancla y se transforma en un riesgo sistémico.
Conclusión: el reloj ya está corriendo
Argentina está reeditando, con matices, muchas de las condiciones que dieron lugar a la crisis de 2018. Lo hace con menos colchón social, menor credibilidad externa y en un contexto de creciente volatilidad global. La política económica parece haber optado por estirar los desequilibrios hasta octubre, con la esperanza de que el resultado electoral habilite una corrección más ordenada.
Pero la economía tiene sus propios tiempos. Si el mercado decide anticiparse, o si se combina alguna mala licitación con una nueva ola de demanda minorista, el sistema puede entrar en tensión mucho antes de lo previsto.
Lo que está en juego no es solo el tipo de cambio, sino la estabilidad macroeconómica en su conjunto. Un salto abrupto del dólar podría destruir lo poco que queda de ancla nominal, disparar nuevamente la inflación y provocar una nueva recesión de magnitud.
Frente a este panorama, las lecciones de 2018 no deberían ser olvidadas. La negación del problema no evita su llegada. Solo lo posterga… hasta que el mercado, como tantas veces, vuelve a poner las cosas en su lugar.
Director de Fundación Esperanza. Profesor de Posgrado en UBA y universidades privadas. Máster en Política Económica Internacional, Doctor en Ciencia Política, autor de seis libros.
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