Maximiliano era el archiduque de Austria, hermano del emperador Franz Josef, cuñado de la célebre Sisi y estaba casado con Carlota una princesa belga y, sin embargo, no tenía poder ni gobernaba ningún territorio (o lo hizo por muy poco tiempo). A pesar de lo encumbrado de su posición decidió abandonar las comodidades de la corte austriaca por un nuevo imperio creado al otro lado del Atlántico y así pasó a la historia como Maximiliano I de México.
El último viaje de Maximiliano, el archiduque de Austria fusilado en México
Fue enviado por Napoleón III a cobrar una deuda a México, pero se sorprendió cuando le ofrecieron la corona. Abandonado por Francia y fracasada toda tratativa, fue juzgado junto a sus fieleles.
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Napoleón III había enviado un ejército francés a México para reclamar una deuda impaga por el gobierno del presidente Benito Juárez. A fin de legitimar su estadía en el país azteca, Napoleón convocó a una dócil asamblea de notables que estableció una regencia imperial. A instancia de Francia, los mexicanos le ofrecieron la corona a Maximiliano quien languidecía en una abúlica indolencia. Esta era la oportunidad para demostrar su real valía.
Estudioso, perseverante, poliglota, buen marino aunque soñador, romántico y diletante, hubiese sido un buen rey en cualquier nación europea, pero México no era Europa y en esas latitudes, el reclamo de la teoría Monroe de “América para los americanos” no era una fantochada. Los norteamericanos no iban a tolerar a una potencia europea del otro lado de su frontera. Al principio debieron resignarse porque los norteamericanos se estaban matando entre ellos para dirimir si querían ser una federación o una confederación. Concluida la guerra civil, los norteamericanos decidieron llevar adelante su consigna. Maximiliano no estaba tan seguro de la vehemencia norteamericana pero sí del poderío europeo, en plena época de expansionismo imperialista y se embarcó en esta aventura que terminó de la peor forma posible, cuando los franceses abrumados por la superioridad mexicana, abandonaron a Maximiliano a su suerte, a pesar de los ruegos de Carlota que viajó a Europa para hacer que Napoleón desistiera del retiro de las fuerzas francesas.
Después de haber rogado a los franceses, a los belgas, a los austriacos y hasta el Papa, Carlota le envió un telegrama a su marido: “Todo es inútil”.
Ante este abandono, Maximiliano optó por abdicar al trono mexicano y volver a Europa, pero al final decidió resistir el embate de los juaristas con un ejército de leales. Después de casi tres meses de resistir, Maximiliano y su plana mayor fueron capturados. Fracasada toda tratativa, fue juzgado junto a sus fieles generales Miramón y Mejía y condenado a ser fusilado, orden que se cumplió a pesar de los pedidos de clemencia de varios monarcas europeos. Los últimos días de Maximiliano fueron funestos, sus carceleros se burlaban de él y hasta le fue negada atención médica. Finalmente fue fusilado el 19 de junio de 1867 a las tres de la tarde junto a sus dos leales generales. El lugar elegido para la ejecución fue el “Cerro de las Campanas”, donde había resistido el acoso de las tropas juaristas. Antes de ser ejecutado entregó un pañuelo para que le fuera entregado a su madre y un reloj para su “querida mujer… mis ojos se cierran con su imagen que llevaré al más allá”.
A cada uno de los soldados que integraban el pelotón de fusilamiento les dio una moneda de oro pidiendo que no le apunten a la cara para poder ser contemplado por última vez por sus seres queridos. Maximiliano cayó vivando a México y recibió un tiro de gracia.
Todos los presentes sabían que este drama era culpa de Francia. Por eso, en el famoso cuadro de Manet, los miembros del pelotón que fusiló al monarca, lucen uniformes franceses.
Le estaba reservado al príncipe austriaco un último ultraje. Su cuerpo debía ser embalsamado para volver a su patria, el proceso de preservación se llevó a cabo en el convento de las Capuchinas.
El encargado de preservar el cadáver fue un tal Dr. Licia que no solamente lo hizo mal y demasiado rápido sino que faltó el debido respeto al cuerpo del difunto. “Que delicia es lavarse las manos en la sangre de un emperador”, exclamó mientras removía las entrañas de Maximiliano. Un oficial mexicano conocido como “La hiena” puso las vísceras alrededor de la cabeza del exmonarca. “¿Querías una corona? Pues esta es tu corona ahora”.
Como el líquido usado para embalsamar no era el adecuado, el cuerpo de Maximiliano comenzó a descomponerse. En lugar de usar prótesis oculares celestes, como el color de los ojos del emperador, se usaron los ojos de vidrio de una virgen negra de la Catedral de Querétaro .
Mechones de las barbas y cabellos de Maximiliano fueron vendidos a buen precio por el Dr. Licia en beneficio propio.
La noticia de la muerte de Maximiliano llegó a Austria el 1 de julio a través de la embajada norteamericana. Francisco José exigió la inmediata restitución de los restos de su hermano para que fueran enterrados en la cripta familiar, pero Benito Juárez se negó. Esta actitud obligó a enviar al almirante Wihelm von Tegetthoff con una fragata para convencer a los mejicanos que era mejor entrar en razones…
Como ya dijimos, el cuerpo embalsamado estaba en pésimas condiciones, razón por la que fue maquillado y colocada una barba postiza y después sumergido en arsénico para su conservación. El gobierno mexicano donó un féretro ricamente adornado.
El 26 de noviembre, Maximiliano volvió a Austria en la misma nave que lo había llevado a esta aventura mexicana.
Carlota pasó el resto de sus días recluida por trastornos psiquiátricos. Según la leyenda, fue envenenada por la seta Teyhuinti, más conocida como “carne de los dioses”, un hongo alucinógeno que habría desencadenado la locura de la emperatriz. Carlota murió a los 87 años.
Sus últimas palabras fueron “México”.
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