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Consuelo: los jóvenes, hoy a salvo del consignismo hueco
«La generación de mis padres (nacidos a mediados de los 50) es la de la frustración. Ellos entregaron lo mejor de su juventud, en trabajo voluntario, en consignas políticas, se creyeron eso de que construían una sociedad mejor donde sus hijas vivirían en el marco de lo que iba a ser el Hombre Nuevo, en la abundancia, en la leche derramándose por las calles».
Esta última no es una metáfora en el marco del diálogo de Sánchez con Ámbito Financiero en La Habana. Lo dijo Fidel, y hasta hubo un proyecto que les dio aire acondicionado a las vacas lecheras, para que produjeran más leche, cuando los cubanos vivían de apagón en apagón.
Esta joven mujer agregó que «en los 90, con el período especial, mis padres comprobaron, desilusionados, que no podían llevarles un plato de comida a sus hijas, y que muchas veces nos mandaban a dormir sin cenar». «Hoy esa generación de la frustración siente que le arrebataron sus mejores años con un proyecto inviable», dijo, traduciendo el sentir de sus mayores.
Sánchez, de 35 años, pintó un panorama crudo: «Después viene la mía, la que yo llamo generación del cinismo. Repetimos consignas, nos adoctrinamos, debimos haber sido el Hombre Nuevo y apenas somos el hombre bueno; delinquimos, nos prostituimos, no alcanzamos los privilegios de la generación anterior por el descalabro económico de los 90, y fuimos nutriendo las cárceles, el suicido, los divorcios».
«Mi generación (los nacidos entre los 70 y los 80) es la que más se vende (su cuerpo) en el Malecón a los turistas, y la que más se entregó a los tiburones en el mar. Para que todo esto no nos afecte, nos inundamos de cinismo», agregó una de las cronistas más lúcidas de la vida en la isla.
Unos y otros protagonizaron oleadas de exilio, aunque por diferentes razones. En 1980, en un plazo de 3 meses, 100.000 cubanos abandonaron el país por el puerto de Mariel, por lo que a esos exiliados se los conoce como «marielitos». En 1994, en menos de 35 días, 36.000 buscaron su libertad en balsas improvisadas, en mesas, tablas, puertas, neumáticos. La primera estampida estuvo motivada por la asfixia de las libertades; la segunda, por la desesperación económica, aunque ambas tenían algo de los dos componentes.
«En la generación de mis padres y en la mía, todo nos fue impuesto. En cambio, la de mi hijo (16 años) es la generación de la apatía, del qué me importa, del subir los hombros, de mostrarse más allá, en indiferencia», confiesa la madre Yoani. «Se ponen los audífonos, se encierran detrás de la pantalla de una computadora, o en el hip hop o el reggaeton. Ya las consignas no tienen efecto en ellos. Si a mi generación consiguieron atolondrarla un poco hasta que abrimos los ojos, en la de mi hijo han sido palabras y palabras caídas, como gotas de lluvia sobre el cuerpo, que resbalan». Concluyente.
C.B.
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